El fin de otra peste

El 30 de abril de 1945 se suicidó en su bunker el responsable de la segunda peste más mortífera del siglo XX: Adolf Hitler, creador del nacionalsocialismo y líder supremo del Tercer Reich. Llama la atención que un personaje aparentemente anodino, sin brillo, sin estudios metódicos, de cultura desorganizada, se hubiese podido meter en el bolsillo a casi la mitad de los alemanes doce años antes. Alemanes que constituían “el pueblo de los filósofos y los poetas”, con un sistema educativo envidiable.

Los especialistas han dado sus explicaciones: el fracaso en la Gran Guerra, la economía desmantelada, el injusto Tratado de Versalles, y otros elementos de la gran crisis alemana de los años veinte; pero no se debe olvidar la complicidad de ciertas personas movidas por fines deshonestos, tal el caso de Hindenburg, quien entregó a Hitler la Cancillería para evitar que se dieran a conocer los negociados de su hijo. Recuérdese que los nacionalsocialistas no habían alcanzado el número de votos necesarios para formar gobierno, de tal manera que el nombramiento de Hitler fue ilegal.
Pero sea como fuere, Hitler provocó con su ambición y su ideología de la supremacía racial de los arios el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el asesinato industrial de millones de personas, sobre todo judíos, condenados sin haber cometido ningún delito y tratados como animales, pues a más de las torturas y la muerte se les negaba hasta los ritos fúnebres.

Cabe recordar que Hitler solía repetir que tenía tres grandes enemigos: “los judíos, los católicos y los comunistas”; a veces cambiaba el orden, pero persiguió a los tres colectivos con saña y crueldad, al igual que a varias minorías. Con su muerte, el imperio de los mil años se redujo a doce; menos mal.

Los setenta y cinco años del suicidio de Hitler deben poner a pensar a todas las personas amantes de la democracia: a quienes muestran desprecio por sectores de la población y aprecio por modos de gobierno autoritarios se les debe cerrar el paso sin contemplaciones, contemporizar con ellos es mortal.

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