¿Hay algo que aprender de ‘La peste’, de Camus?

Zoila Isabel Loyola Román

‘La peste’, de Albert Camus (1947), es una novela con categoría de metáfora universal, que trasciende la dimensión temporal y geográfica, para hoy encontrar en ella parecidos sorprendentes y terroríficamente vigentes.

Las esclarecedoras reflexiones de Camus nos hacen pensar que la enfermedad, la muerte, siempre han estado y están allí, aunque creamos que solo les concierne a los otros. Ahora que se rompió la burbuja donde vivíamos, sabemos que nosotros también somos esos otros: vulnerables, frágiles, indefensos…

En la novela y en la pandemia se produce desconcierto, al principio, después miedo con sentimientos iniciales de heroísmo; el “resistiré” poco a poco se ha transformado en monotonía. La desesperanza produce sensación de fatalidad, de estar en una calamidad sin salida. Se “dejan de hacer estimaciones” sobre el posible fin de la “esclavitud” (palabra fuerte que usa Camus) acomodándonos a un presente eterno y desgraciado, y olvidando a aquellos que se fueron, y a esos héroes que sin tregua siguen apostando su vida en esta pandemia.

No permitamos que la monotonía se apodere de todo; que no nos interese tanto saber números, estadísticas de muertos o infectados, mientras dejamos que se aplanen los afectos, que se anestesie el dolor: “La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”, dice Camus en ‘La peste’.

Camus concluye que “en medio de tantas aflicciones” aprendemos que “en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio”. Y como todo escritor grande, no nos da respuestas. Solo nos provoca para que pensemos y recorramos el propio camino hacia lo íntimo, para encontrar la dirección y el sentido de la vida. (O)

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