El libro es libre, siempre

Siempre existirá magia en las palabras, cualquiera sean: su raíz, etimología, pertinencia, simbolismo o grafía; nada menos particular confiar en esos pequeños privilegios que pocos humanos podemos disfrutar: la lectura.

Aristóteles nos legó un códice o cuaderno de reflexiones “sobre la poética” una aproximación fundamental de que la estética, lo bello, nos acerca a la comprensión y concatenación del mundo, sin duda alguna eso lo argumentan los géneros que de esta se desprenden, el drama que en definitiva será el simiente de lo épico, también están la comedia.

En tiempos modernos y más aún en pleno apogeo del avance tecnológico, el homenaje que resta por hacer para celebrar la lectura como acción del libro, es acercarnos a ese objeto trascendental en el tiempo, antes incluso de Gutenberg, o los escribas o copistas, o los traductores, que generosamente empeñaron sus trabajos para que el conocimiento llegue a nuestras manos a través del libro.

Celebramos el Día del Libro, la rosa y la lectura, estos días de cuarentena obligada han demandado un cambio radical, que sorpresivamente coincide con esos brotes espontáneos de menos polución, habitad marinos volviendo a su cauce, animales deambulando por sectores donde los humanos hemos sido los dueños y amos; los libros brotan y nacen en los anaqueles, estantes, muebles, mesas o repisas, acomodados al impulso de que nos adentremos en sus páginas para vincularnos y devolvernos el privilegio de la imaginación y la inteligencia.

Me preguntaron ¿qué sería aconsejable para que los niños se acerquen como hábito a la lectura? Sólo se me ha ocurrido replicar lo que a mí en aquella patria hacían: leerme como un susurro y recostarme boca abajo para imaginarme todo aquello que del libro salía en mundos, en belleza, y ahora lo sé de cierto: en libertad.