Mi rosa

En tiempos tan difíciles, que nos generan angustia, desconcierto, preocupación presente y futura, sin que hasta ahora asimilemos qué mismo pasa, cómo enfrentar con éxito este infortunio, que no sea con oración sincera y convencida al Creador, consideré importante hablar de las pequeñas, sencillas, enseñanzas del libro el Principito, que justamente prioriza lo esencial del ser humano, su espiritualidad, lo que llevamos dentro, emociones profundas, que al fin y al cabo nos hacen felices o tristes, amenos o deprimidos, joviales o amargados.

Para quienes leyeron este singular libro les será fácil recordar sus hermosos pasajes y diálogos, y los que no lo han hecho hasta hoy, es la oportunidad de hacerlo, palpen por ustedes mismos la manera como algunos con sus mensajes y expresiones tratan de contribuir a la felicidad del mundo. La presencia de una rosa, bella, única, a la que se le dedica una vida de cuidados y tiempo, que además le hace diferente a todas las demás, convierte nuestra existencia en activa, altiva, alegre, nos mantienen vivos con intensidad, porque sabemos que está allí, que espera con ansiedad, que da amor y lo recibe sin límites, por la eternidad que comporta y lo útil que es para quien la ama.

El término “domesticar”, que según el autor de esta obra maestra, significa crear lazos, crear vínculos, logra identificar sentimientos comunes, como el de la rosa con el principito, tan fuertes que nadie puede destruir, que conlleva en su naturaleza las situaciones más lindas, que encarna dedicación, atracción, belleza, necesidad, alegría, felicidad. No hay duda que cuando cada quien tenga su rosa, domesticada en amor, nada ni nadie podrá arrebatar lo que se construye con verdad y de manera espontánea. Lo afirmo y ratifico “lo esencial es invisible a los ojos” (Antoine de Saint-Exupéry)