La batalla sin nombre…

José Benigno Carrión M.

Nunca estuvimos preparados para una situación de esta naturaleza en que el mundo de occidente y oriente estarían unidos. Que en todas partes del orbe se escucharía el himno de la unidad y fraternidad universal, que el odio, las traiciones y las malas voluntades se habrán echado al olvido, que el himno de la paz y comprensión se entonara solemne y majestuoso en todas las latitudes del Planeta. Es posible que después de estos momentos de sombras y temores tengamos un luminoso amanecer. Nunca nos vimos abocados a un problema tan grave y con proyecciones tan inciertas. Cuando en las sombras de la noche, que todavía no se disipan, aparece un rayo de luz, un rayo fulgurante, que nos alumbra, que devuelve nuestra fortaleza, aquella fuerza que algún momento titubeó, que nos dejó desconcertados pero que pronto se disipó y apareció la fe, como rayo luminoso en el horizonte, esa esperanza en un Ser Supremo, que nos traerá la paz y anhelo de un mañana mejor, que debemos mantener esa unidad, templándola, en la fortaleza de la fe, en esta hora de zozobra e incertidumbre que atraviesa la humanidad. Esa es la gran lección, esa la gran enseñanza, que hemos recibido y no debemos olvidarla nunca…

Es la hora de la hermandad, solidaridad y el entendimiento, aquellas virtudes y calidades humanas que las habíamos echado de menos y hoy cobran el valor y proyección que se merecen. En verdad, comprendemos que cuando sentimos la debilidad de las fuerzas humanas no nos queda otro recurso que el de la esperanza, acogernos a un Espíritu Superior que nos devolverá la tranquilidad que tanto esperamos ante la arremetida de un enemigo invisible. Esa pandemia quedará fulminada por el rayo certero de la Divinidad. (O)

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