Coronavirus: el absurdo

La pandemia del Covid-19 tiene una magnitud no predecible. Recuerda la fragilidad del humano, sus limitaciones, e invita a la humildad y al replanteo de valores. El miedo concentrado en los mercados mundiales, el declive bursátil y la avaricia corporativa; en esa movilidad humana desconectada de los ecosistemas, que llega como un manotazo a la modernidad y al supuesto ‘progreso’.

Ecuador a día seguido intenta regular el gasto público y al mismo tiempo superar una crisis latente de su sistema de salud. Jamás se consideró eliminar y reducir los sueldos vitalicios de expresidentes, jueces, autoridades de control, asambleístas, alcaldías y prefecturas. Pero sí, este gobierno de transición, con cierto oportunismo político, se acogió a directrices del FMI: un impuesto al parque automotor y achicar más al Estado; pero, se le escapan las alternativas efectivas para aumentar el empleo, mejorar la educación y enfrenar el coronavirus con verdadera ciencia médica y tecnología.

Es que los flagelos apocalípticos de nuestra especie se producen no por falta de conocimiento sino por sobreabundancia informativa, por el abuso de técnicas y la biotecnología sin ética. ¿Algo que salió de un laboratorio? No podemos esperar que los gobiernos lo resuelvan todo. Ni contrarrestar al pánico con un consumo desaforado en supermercados por máscaras y gel para manos. Hay que poner de parte: hacer comunidad con micro-liderazgo en cada familia, fortalecer hábitos y más solidaridad.

Resulta complejo prohibir eventos masivos, cerrar espacios públicos y fronteras, instalar cuarentenas a viajeros y evitar aglomeraciones por largo tiempo. Todo hasta encontrar una vacuna y contar con suficientes camas para atender contagiados. Albert Camus, en el libro ‘La peste’ reflexiona sobre el absurdo, la existencia en sí, la ausencia de Dios y la moral universal. Esa irracionalidad de la vida que está ahí, aquí y ahora.

Los próximos días serán difíciles: familiares y amigos pueden presentar síntomas y algunos estarán en cuarentena. Pero, la depuración de los quehaceres cotidianos permitirá valorar lo importante: acercarse al humano, al anciano, a proteger a los grupos vulnerables. Como sugiere José Saramago, un pueblo jamás debe perder la lucidez, aunque tendrá que lavarse las manos más que un político, no puede caer en la peste de la ceguera electorera ni cortinas de humo, lo cual sería peor que un Covid-19.
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@kleber_mantilla