Kobe Bryant

Carlos Freile

Hace unos días en clase comentaba la trágica muerte del famoso basquetbolista Kobe Bryant. Indicaba a los estudiantes mi admiración por la conducta del astro: el haber sabido salir de su vida de desorden moral y tenido el valor de pedir perdón a su esposa Vanessa por una infidelidad pública y escandalosa.

Expresaba que, en mi fuero interno, pensaba en la grandeza de ella, por haberle perdonado, no sin dudas y conflictos. Estuvieron separados un tiempo, ya al borde del divorcio, pero ella decidió mantener su matrimonio unido y así lo hizo, de manera ejemplar, hasta el final trágico de Kobe.

Una alumna manifestó su rechazo ante la conducta de Vanessa, le parecía que el perdonar una infidelidad constituía un acto de masoquismo que lesiona la dignidad de la persona. Esta opinión es ahora la común, no se comprende el valor del perdón; la causa básica es la total ignorancia, no solo intelectual sino vivencial, de la realidad del auténtico amor.

Participo de la tesis de Saint-Exupéry, quien en Ciudadela (Cap. LV) afirma: “Reconozco el amor verdadero en que no puede ser lesionado”. Por el mundo brillan muchos amores, unos mayores y otros menores, dignos e indignos, majestuosos y humildes, permanentes y efímeros…. La única cualidad que les confiere validez, y de allí respeto y admiración, es su granítica fortaleza para no claudicar frente a las dificultades, por más enormes que se presenten.

Kobe y Vanessa nutrían su amor en la fe católica, en cuya base se halla el ejemplo de Cristo que murió en la cruz por todos, en el acto de amor más generoso de la Historia. Ellos, superada la crisis que a todos puede atacar, se anclaron en la fe para vivir unidos y llevar adelante iniciativas en bien de los demás. No es casualidad que Kobe y su hija, también fallecida en el accidente, esa mañana hayan oído misa y comulgado.

Vanessa ha agradecido las oraciones elevadas por sus difuntos y por ella y sus hijas; con esto también ha dado muestras de que su amor no ha sido lesionado: su esposo y su hija viven para siempre en ella y, esperamos, en el seno del Padre.

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