Noche vieja

Andrés Pachano

Noche vieja es sinónimo de balances y rupturas, de pesimismos y esperanzas; de afanes y vuelva luego. Es constante que en los tiempos no tiene memoria, historia infinitamente repetida.

Por eso quemábamos monigotes que tenían en su alma lo negativo del año, por eso a esas figuras de serrín las azotábamos antes de purificarlas con el fuego. Por eso saltábamos sobre las llamas en éxtasis festivo. Por eso sus “viudas” derramaban vacuas lágrimas de sorna. Era todo el simbolismo de los anuales fracasos (hoy es otra cosa, tan solo un impúdico desenfreno).

Si en los ayeres que ya se han perdido en el tiempo, el 31 de diciembre quemábamos las corruptelas del ejercicio públicos, hay deberíamos hacer un incendio con los actos de corruptos impunes. Si hace décadas un monigote representaba esa amoral práctica del “no importa que lleve pero que haga obra” y era incendiado, hoy y con seguridad mañana, deberíamos hacer inmensas piras; es que el fuego no extinguió ese irracional precepto que conduce la conducta social en la que vivimos.

El fuego de los treinta y uno de diciembre, esas llamas de las noches viejas, no han abrazados los negativos conceptos que perviven, que persisten. En nuestra sociedad, para dolor y escarnio, continúan presentes, se multiplican y a más de desencantos y “quemas de viejos” no se hace nada. Todo es el reflejo doloroso, el resultado atormentador de un proceso educativo carente de principios; de un sistema en el que se expulsó de las aulas (por “inútiles” decían) a materias como la Moral y Cívica, como la Ética, como la Lógica. Se perdieron principios de respeto, se alejó un sentido de patria.

Los lamentos vergonzosos de los treinta y uno de diciembre de ayer, de mañana, serán los mismos; porque eso es nuestro suelo, nuestro proceder, nuestro padecer; no hemos aprendido a vivir en sociedad, el respeto al semejante es cosa inútil; el agravio y la ofensa son la conducta persistente. Nuestro medio es el imperio de los personalismos, se conjuga solo el yo; hemos olvidado conjugar el verbo patria.

Y quemamos nuestros monigotes, pero no abrazamos en el fuego las razones negativas de nuestra sociedad; las repetimos, las multiplicamos.

Andrés Pachano

Noche vieja es sinónimo de balances y rupturas, de pesimismos y esperanzas; de afanes y vuelva luego. Es constante que en los tiempos no tiene memoria, historia infinitamente repetida.

Por eso quemábamos monigotes que tenían en su alma lo negativo del año, por eso a esas figuras de serrín las azotábamos antes de purificarlas con el fuego. Por eso saltábamos sobre las llamas en éxtasis festivo. Por eso sus “viudas” derramaban vacuas lágrimas de sorna. Era todo el simbolismo de los anuales fracasos (hoy es otra cosa, tan solo un impúdico desenfreno).

Si en los ayeres que ya se han perdido en el tiempo, el 31 de diciembre quemábamos las corruptelas del ejercicio públicos, hay deberíamos hacer un incendio con los actos de corruptos impunes. Si hace décadas un monigote representaba esa amoral práctica del “no importa que lleve pero que haga obra” y era incendiado, hoy y con seguridad mañana, deberíamos hacer inmensas piras; es que el fuego no extinguió ese irracional precepto que conduce la conducta social en la que vivimos.

El fuego de los treinta y uno de diciembre, esas llamas de las noches viejas, no han abrazados los negativos conceptos que perviven, que persisten. En nuestra sociedad, para dolor y escarnio, continúan presentes, se multiplican y a más de desencantos y “quemas de viejos” no se hace nada. Todo es el reflejo doloroso, el resultado atormentador de un proceso educativo carente de principios; de un sistema en el que se expulsó de las aulas (por “inútiles” decían) a materias como la Moral y Cívica, como la Ética, como la Lógica. Se perdieron principios de respeto, se alejó un sentido de patria.

Los lamentos vergonzosos de los treinta y uno de diciembre de ayer, de mañana, serán los mismos; porque eso es nuestro suelo, nuestro proceder, nuestro padecer; no hemos aprendido a vivir en sociedad, el respeto al semejante es cosa inútil; el agravio y la ofensa son la conducta persistente. Nuestro medio es el imperio de los personalismos, se conjuga solo el yo; hemos olvidado conjugar el verbo patria.

Y quemamos nuestros monigotes, pero no abrazamos en el fuego las razones negativas de nuestra sociedad; las repetimos, las multiplicamos.

Andrés Pachano

Noche vieja es sinónimo de balances y rupturas, de pesimismos y esperanzas; de afanes y vuelva luego. Es constante que en los tiempos no tiene memoria, historia infinitamente repetida.

Por eso quemábamos monigotes que tenían en su alma lo negativo del año, por eso a esas figuras de serrín las azotábamos antes de purificarlas con el fuego. Por eso saltábamos sobre las llamas en éxtasis festivo. Por eso sus “viudas” derramaban vacuas lágrimas de sorna. Era todo el simbolismo de los anuales fracasos (hoy es otra cosa, tan solo un impúdico desenfreno).

Si en los ayeres que ya se han perdido en el tiempo, el 31 de diciembre quemábamos las corruptelas del ejercicio públicos, hay deberíamos hacer un incendio con los actos de corruptos impunes. Si hace décadas un monigote representaba esa amoral práctica del “no importa que lleve pero que haga obra” y era incendiado, hoy y con seguridad mañana, deberíamos hacer inmensas piras; es que el fuego no extinguió ese irracional precepto que conduce la conducta social en la que vivimos.

El fuego de los treinta y uno de diciembre, esas llamas de las noches viejas, no han abrazados los negativos conceptos que perviven, que persisten. En nuestra sociedad, para dolor y escarnio, continúan presentes, se multiplican y a más de desencantos y “quemas de viejos” no se hace nada. Todo es el reflejo doloroso, el resultado atormentador de un proceso educativo carente de principios; de un sistema en el que se expulsó de las aulas (por “inútiles” decían) a materias como la Moral y Cívica, como la Ética, como la Lógica. Se perdieron principios de respeto, se alejó un sentido de patria.

Los lamentos vergonzosos de los treinta y uno de diciembre de ayer, de mañana, serán los mismos; porque eso es nuestro suelo, nuestro proceder, nuestro padecer; no hemos aprendido a vivir en sociedad, el respeto al semejante es cosa inútil; el agravio y la ofensa son la conducta persistente. Nuestro medio es el imperio de los personalismos, se conjuga solo el yo; hemos olvidado conjugar el verbo patria.

Y quemamos nuestros monigotes, pero no abrazamos en el fuego las razones negativas de nuestra sociedad; las repetimos, las multiplicamos.

Andrés Pachano

Noche vieja es sinónimo de balances y rupturas, de pesimismos y esperanzas; de afanes y vuelva luego. Es constante que en los tiempos no tiene memoria, historia infinitamente repetida.

Por eso quemábamos monigotes que tenían en su alma lo negativo del año, por eso a esas figuras de serrín las azotábamos antes de purificarlas con el fuego. Por eso saltábamos sobre las llamas en éxtasis festivo. Por eso sus “viudas” derramaban vacuas lágrimas de sorna. Era todo el simbolismo de los anuales fracasos (hoy es otra cosa, tan solo un impúdico desenfreno).

Si en los ayeres que ya se han perdido en el tiempo, el 31 de diciembre quemábamos las corruptelas del ejercicio públicos, hay deberíamos hacer un incendio con los actos de corruptos impunes. Si hace décadas un monigote representaba esa amoral práctica del “no importa que lleve pero que haga obra” y era incendiado, hoy y con seguridad mañana, deberíamos hacer inmensas piras; es que el fuego no extinguió ese irracional precepto que conduce la conducta social en la que vivimos.

El fuego de los treinta y uno de diciembre, esas llamas de las noches viejas, no han abrazados los negativos conceptos que perviven, que persisten. En nuestra sociedad, para dolor y escarnio, continúan presentes, se multiplican y a más de desencantos y “quemas de viejos” no se hace nada. Todo es el reflejo doloroso, el resultado atormentador de un proceso educativo carente de principios; de un sistema en el que se expulsó de las aulas (por “inútiles” decían) a materias como la Moral y Cívica, como la Ética, como la Lógica. Se perdieron principios de respeto, se alejó un sentido de patria.

Los lamentos vergonzosos de los treinta y uno de diciembre de ayer, de mañana, serán los mismos; porque eso es nuestro suelo, nuestro proceder, nuestro padecer; no hemos aprendido a vivir en sociedad, el respeto al semejante es cosa inútil; el agravio y la ofensa son la conducta persistente. Nuestro medio es el imperio de los personalismos, se conjuga solo el yo; hemos olvidado conjugar el verbo patria.

Y quemamos nuestros monigotes, pero no abrazamos en el fuego las razones negativas de nuestra sociedad; las repetimos, las multiplicamos.