¿Qué dejó el año?

Kléber Mantilla Cisneros

El evento más violento del año viene acarreando a la impunidad de la justicia y a varios protagonistas ocultos. Leonidas Iza y Jaime Vargas lideraron el paro de octubre, el episodio de mayor furor de la historia contemporánea. Once días de caos y violencia que ejemplifica desempleo, pobreza, racismo e ingobernabilidad; pero, además, la desintegración de ídolos políticos de barro, la realidad mágica de la tecnología y telefonía móvil, la juventud desocupada sin futuro, la ruptura familiar y las luchas feministas.

Ante todo, la reactivación tenebrosa de la dirigencia indígena, capaz de arrasar con la dinámica de un país, con movilizaciones humanas bajo líneas de adoctrinamiento y fuerzas populistas a la espera de cualquier caudillo. Es que una agitación expansiva descontinuada se parece tanto a una misa suspendida por la fiesta de disfraces de un poblado campestre con un alcalde sin cabeza, una prefecta con grilletes y un cura pillastre llamado Tuárez en medio de petardos, bombas y carros alegóricos.

Ahí, las obras faraónicas inconclusas como el único Metro no inaugurado del Ecuador ameritan ser otro protagonista silencioso de 2019 por su ineficiencia, lentitud, demagogia y gestión superflua. Signo de alta corrupción, sobreprecio y pésimas políticas públicas.

Con gastos injustificados, al menos de USD 1,6 millones, según el diario español El País. Añadamos, la red de ferrocarriles que no funciona o lo hace en parches y en remiendos a pretexto de impulsar cierto turismo; pero, acabemos el año con sueño e ilusión como un tren playero, entre palabras y palabras.

La figura fatídica del correato amoral se representa en Patlova Guerra, que en Nochebuena hizo humo el delito de rebelión y envió a seudoterroristas decla-rados a engordarse en la barraca de los corderos. Diana Atamaint, la que le pone el cascabel al gato, se perfila como la dueña de la única duda en los procesos electorales.

Pero la quimera del año la ganan los ministros de Finanzas y Gobierno. Uno, Richard Martínez, por no desentonar los cánticos del desempleo crecien-te con el eufemismo de cargar más impuestos a la gente. La segunda, María Paula Romo, por saber capotear y usar banderillas en tarde de luces y sombra. Hay videos del secuestro de periodistas y las golpizas policiales en las jornadas octubrinas y datos de los vuelos de helicópteros policiales.

Tristezas, lo que nos dejó el año.

[email protected]
@kleber_mantilla

Kléber Mantilla Cisneros

El evento más violento del año viene acarreando a la impunidad de la justicia y a varios protagonistas ocultos. Leonidas Iza y Jaime Vargas lideraron el paro de octubre, el episodio de mayor furor de la historia contemporánea. Once días de caos y violencia que ejemplifica desempleo, pobreza, racismo e ingobernabilidad; pero, además, la desintegración de ídolos políticos de barro, la realidad mágica de la tecnología y telefonía móvil, la juventud desocupada sin futuro, la ruptura familiar y las luchas feministas.

Ante todo, la reactivación tenebrosa de la dirigencia indígena, capaz de arrasar con la dinámica de un país, con movilizaciones humanas bajo líneas de adoctrinamiento y fuerzas populistas a la espera de cualquier caudillo. Es que una agitación expansiva descontinuada se parece tanto a una misa suspendida por la fiesta de disfraces de un poblado campestre con un alcalde sin cabeza, una prefecta con grilletes y un cura pillastre llamado Tuárez en medio de petardos, bombas y carros alegóricos.

Ahí, las obras faraónicas inconclusas como el único Metro no inaugurado del Ecuador ameritan ser otro protagonista silencioso de 2019 por su ineficiencia, lentitud, demagogia y gestión superflua. Signo de alta corrupción, sobreprecio y pésimas políticas públicas.

Con gastos injustificados, al menos de USD 1,6 millones, según el diario español El País. Añadamos, la red de ferrocarriles que no funciona o lo hace en parches y en remiendos a pretexto de impulsar cierto turismo; pero, acabemos el año con sueño e ilusión como un tren playero, entre palabras y palabras.

La figura fatídica del correato amoral se representa en Patlova Guerra, que en Nochebuena hizo humo el delito de rebelión y envió a seudoterroristas decla-rados a engordarse en la barraca de los corderos. Diana Atamaint, la que le pone el cascabel al gato, se perfila como la dueña de la única duda en los procesos electorales.

Pero la quimera del año la ganan los ministros de Finanzas y Gobierno. Uno, Richard Martínez, por no desentonar los cánticos del desempleo crecien-te con el eufemismo de cargar más impuestos a la gente. La segunda, María Paula Romo, por saber capotear y usar banderillas en tarde de luces y sombra. Hay videos del secuestro de periodistas y las golpizas policiales en las jornadas octubrinas y datos de los vuelos de helicópteros policiales.

Tristezas, lo que nos dejó el año.

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Kléber Mantilla Cisneros

El evento más violento del año viene acarreando a la impunidad de la justicia y a varios protagonistas ocultos. Leonidas Iza y Jaime Vargas lideraron el paro de octubre, el episodio de mayor furor de la historia contemporánea. Once días de caos y violencia que ejemplifica desempleo, pobreza, racismo e ingobernabilidad; pero, además, la desintegración de ídolos políticos de barro, la realidad mágica de la tecnología y telefonía móvil, la juventud desocupada sin futuro, la ruptura familiar y las luchas feministas.

Ante todo, la reactivación tenebrosa de la dirigencia indígena, capaz de arrasar con la dinámica de un país, con movilizaciones humanas bajo líneas de adoctrinamiento y fuerzas populistas a la espera de cualquier caudillo. Es que una agitación expansiva descontinuada se parece tanto a una misa suspendida por la fiesta de disfraces de un poblado campestre con un alcalde sin cabeza, una prefecta con grilletes y un cura pillastre llamado Tuárez en medio de petardos, bombas y carros alegóricos.

Ahí, las obras faraónicas inconclusas como el único Metro no inaugurado del Ecuador ameritan ser otro protagonista silencioso de 2019 por su ineficiencia, lentitud, demagogia y gestión superflua. Signo de alta corrupción, sobreprecio y pésimas políticas públicas.

Con gastos injustificados, al menos de USD 1,6 millones, según el diario español El País. Añadamos, la red de ferrocarriles que no funciona o lo hace en parches y en remiendos a pretexto de impulsar cierto turismo; pero, acabemos el año con sueño e ilusión como un tren playero, entre palabras y palabras.

La figura fatídica del correato amoral se representa en Patlova Guerra, que en Nochebuena hizo humo el delito de rebelión y envió a seudoterroristas decla-rados a engordarse en la barraca de los corderos. Diana Atamaint, la que le pone el cascabel al gato, se perfila como la dueña de la única duda en los procesos electorales.

Pero la quimera del año la ganan los ministros de Finanzas y Gobierno. Uno, Richard Martínez, por no desentonar los cánticos del desempleo crecien-te con el eufemismo de cargar más impuestos a la gente. La segunda, María Paula Romo, por saber capotear y usar banderillas en tarde de luces y sombra. Hay videos del secuestro de periodistas y las golpizas policiales en las jornadas octubrinas y datos de los vuelos de helicópteros policiales.

Tristezas, lo que nos dejó el año.

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Kléber Mantilla Cisneros

El evento más violento del año viene acarreando a la impunidad de la justicia y a varios protagonistas ocultos. Leonidas Iza y Jaime Vargas lideraron el paro de octubre, el episodio de mayor furor de la historia contemporánea. Once días de caos y violencia que ejemplifica desempleo, pobreza, racismo e ingobernabilidad; pero, además, la desintegración de ídolos políticos de barro, la realidad mágica de la tecnología y telefonía móvil, la juventud desocupada sin futuro, la ruptura familiar y las luchas feministas.

Ante todo, la reactivación tenebrosa de la dirigencia indígena, capaz de arrasar con la dinámica de un país, con movilizaciones humanas bajo líneas de adoctrinamiento y fuerzas populistas a la espera de cualquier caudillo. Es que una agitación expansiva descontinuada se parece tanto a una misa suspendida por la fiesta de disfraces de un poblado campestre con un alcalde sin cabeza, una prefecta con grilletes y un cura pillastre llamado Tuárez en medio de petardos, bombas y carros alegóricos.

Ahí, las obras faraónicas inconclusas como el único Metro no inaugurado del Ecuador ameritan ser otro protagonista silencioso de 2019 por su ineficiencia, lentitud, demagogia y gestión superflua. Signo de alta corrupción, sobreprecio y pésimas políticas públicas.

Con gastos injustificados, al menos de USD 1,6 millones, según el diario español El País. Añadamos, la red de ferrocarriles que no funciona o lo hace en parches y en remiendos a pretexto de impulsar cierto turismo; pero, acabemos el año con sueño e ilusión como un tren playero, entre palabras y palabras.

La figura fatídica del correato amoral se representa en Patlova Guerra, que en Nochebuena hizo humo el delito de rebelión y envió a seudoterroristas decla-rados a engordarse en la barraca de los corderos. Diana Atamaint, la que le pone el cascabel al gato, se perfila como la dueña de la única duda en los procesos electorales.

Pero la quimera del año la ganan los ministros de Finanzas y Gobierno. Uno, Richard Martínez, por no desentonar los cánticos del desempleo crecien-te con el eufemismo de cargar más impuestos a la gente. La segunda, María Paula Romo, por saber capotear y usar banderillas en tarde de luces y sombra. Hay videos del secuestro de periodistas y las golpizas policiales en las jornadas octubrinas y datos de los vuelos de helicópteros policiales.

Tristezas, lo que nos dejó el año.

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