De mal a peor…

Paco Moncayo Gallegos

El 2019 ha sido un año difícil para la economía mundial: un periodo de guerras comerciales, inestabilidad geopolítica y ralentización del crecimiento. El 2020 no pinta mejor; las previsiones de los organismos especializados convocan al pesimismo. Una posible desaceleración en las tres principales economías mundiales (EE. UU., China y la eurozona), afectará a la economía global, con graves consecuencias para los países en desarrollo.

Por primera vez, en su último informe, OCDE reconoce que el debilitamiento de la economía no responde a un “shock cíclico”, sino a causas “estructurales”, tales como el cambio climático, la digitalización, la política comercial y la geopolítica, que subvierte el orden mundial multilateral. Prevé, por tanto, que: “… en ausencia de una dirección política clara en estos cuatro temas, la incertidumbre seguirá cerniéndose sobre nosotros”.

Según la Cepal, en el año que fenece, la región logrará un modesto crecimiento de 0,1% del PIB. Se espera un ligero repunte de 1,4 en el 2020. Se reconoce, sin embargo, que la región continuará en esta situación de bajo crecimiento por séptimo año consecutivo. El PIB per cápita seguirá a la baja; la poca inversión afectará a sus perspectivas de crecimiento; y, el alarmante endeudamiento público debilitará la capacidad de financiar inversiones que impulsen sus economías.

Las causas estructurales, en este caso, son: persistencia de la pobreza; desigualdades estructurales y la cultura del privilegio; brechas en educación, salud y de acceso a servicios básicos; falta de trabajo e incertidumbre en el mercado laboral; acceso parcial y desigual a la protección social; falta de institucionalización de la política social y, una inversión social insuficiente. Sumado a estos ocho problemas el de la galopante corrupción, la estabilidad política y paz social continuarán en riesgo.

Enfrentados a estos lúgubres diagnósticos y pronósticos, los gobiernos y pueblos de la región deberían tomar conciencia de lo insostenible del modelo vigente y ser capaces de encontrar soluciones solidarias y cooperativas, para mejorar las justas expectativas de mejores días para las presentes y futuras generaciones.

[email protected]

Paco Moncayo Gallegos

El 2019 ha sido un año difícil para la economía mundial: un periodo de guerras comerciales, inestabilidad geopolítica y ralentización del crecimiento. El 2020 no pinta mejor; las previsiones de los organismos especializados convocan al pesimismo. Una posible desaceleración en las tres principales economías mundiales (EE. UU., China y la eurozona), afectará a la economía global, con graves consecuencias para los países en desarrollo.

Por primera vez, en su último informe, OCDE reconoce que el debilitamiento de la economía no responde a un “shock cíclico”, sino a causas “estructurales”, tales como el cambio climático, la digitalización, la política comercial y la geopolítica, que subvierte el orden mundial multilateral. Prevé, por tanto, que: “… en ausencia de una dirección política clara en estos cuatro temas, la incertidumbre seguirá cerniéndose sobre nosotros”.

Según la Cepal, en el año que fenece, la región logrará un modesto crecimiento de 0,1% del PIB. Se espera un ligero repunte de 1,4 en el 2020. Se reconoce, sin embargo, que la región continuará en esta situación de bajo crecimiento por séptimo año consecutivo. El PIB per cápita seguirá a la baja; la poca inversión afectará a sus perspectivas de crecimiento; y, el alarmante endeudamiento público debilitará la capacidad de financiar inversiones que impulsen sus economías.

Las causas estructurales, en este caso, son: persistencia de la pobreza; desigualdades estructurales y la cultura del privilegio; brechas en educación, salud y de acceso a servicios básicos; falta de trabajo e incertidumbre en el mercado laboral; acceso parcial y desigual a la protección social; falta de institucionalización de la política social y, una inversión social insuficiente. Sumado a estos ocho problemas el de la galopante corrupción, la estabilidad política y paz social continuarán en riesgo.

Enfrentados a estos lúgubres diagnósticos y pronósticos, los gobiernos y pueblos de la región deberían tomar conciencia de lo insostenible del modelo vigente y ser capaces de encontrar soluciones solidarias y cooperativas, para mejorar las justas expectativas de mejores días para las presentes y futuras generaciones.

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Paco Moncayo Gallegos

El 2019 ha sido un año difícil para la economía mundial: un periodo de guerras comerciales, inestabilidad geopolítica y ralentización del crecimiento. El 2020 no pinta mejor; las previsiones de los organismos especializados convocan al pesimismo. Una posible desaceleración en las tres principales economías mundiales (EE. UU., China y la eurozona), afectará a la economía global, con graves consecuencias para los países en desarrollo.

Por primera vez, en su último informe, OCDE reconoce que el debilitamiento de la economía no responde a un “shock cíclico”, sino a causas “estructurales”, tales como el cambio climático, la digitalización, la política comercial y la geopolítica, que subvierte el orden mundial multilateral. Prevé, por tanto, que: “… en ausencia de una dirección política clara en estos cuatro temas, la incertidumbre seguirá cerniéndose sobre nosotros”.

Según la Cepal, en el año que fenece, la región logrará un modesto crecimiento de 0,1% del PIB. Se espera un ligero repunte de 1,4 en el 2020. Se reconoce, sin embargo, que la región continuará en esta situación de bajo crecimiento por séptimo año consecutivo. El PIB per cápita seguirá a la baja; la poca inversión afectará a sus perspectivas de crecimiento; y, el alarmante endeudamiento público debilitará la capacidad de financiar inversiones que impulsen sus economías.

Las causas estructurales, en este caso, son: persistencia de la pobreza; desigualdades estructurales y la cultura del privilegio; brechas en educación, salud y de acceso a servicios básicos; falta de trabajo e incertidumbre en el mercado laboral; acceso parcial y desigual a la protección social; falta de institucionalización de la política social y, una inversión social insuficiente. Sumado a estos ocho problemas el de la galopante corrupción, la estabilidad política y paz social continuarán en riesgo.

Enfrentados a estos lúgubres diagnósticos y pronósticos, los gobiernos y pueblos de la región deberían tomar conciencia de lo insostenible del modelo vigente y ser capaces de encontrar soluciones solidarias y cooperativas, para mejorar las justas expectativas de mejores días para las presentes y futuras generaciones.

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Paco Moncayo Gallegos

El 2019 ha sido un año difícil para la economía mundial: un periodo de guerras comerciales, inestabilidad geopolítica y ralentización del crecimiento. El 2020 no pinta mejor; las previsiones de los organismos especializados convocan al pesimismo. Una posible desaceleración en las tres principales economías mundiales (EE. UU., China y la eurozona), afectará a la economía global, con graves consecuencias para los países en desarrollo.

Por primera vez, en su último informe, OCDE reconoce que el debilitamiento de la economía no responde a un “shock cíclico”, sino a causas “estructurales”, tales como el cambio climático, la digitalización, la política comercial y la geopolítica, que subvierte el orden mundial multilateral. Prevé, por tanto, que: “… en ausencia de una dirección política clara en estos cuatro temas, la incertidumbre seguirá cerniéndose sobre nosotros”.

Según la Cepal, en el año que fenece, la región logrará un modesto crecimiento de 0,1% del PIB. Se espera un ligero repunte de 1,4 en el 2020. Se reconoce, sin embargo, que la región continuará en esta situación de bajo crecimiento por séptimo año consecutivo. El PIB per cápita seguirá a la baja; la poca inversión afectará a sus perspectivas de crecimiento; y, el alarmante endeudamiento público debilitará la capacidad de financiar inversiones que impulsen sus economías.

Las causas estructurales, en este caso, son: persistencia de la pobreza; desigualdades estructurales y la cultura del privilegio; brechas en educación, salud y de acceso a servicios básicos; falta de trabajo e incertidumbre en el mercado laboral; acceso parcial y desigual a la protección social; falta de institucionalización de la política social y, una inversión social insuficiente. Sumado a estos ocho problemas el de la galopante corrupción, la estabilidad política y paz social continuarán en riesgo.

Enfrentados a estos lúgubres diagnósticos y pronósticos, los gobiernos y pueblos de la región deberían tomar conciencia de lo insostenible del modelo vigente y ser capaces de encontrar soluciones solidarias y cooperativas, para mejorar las justas expectativas de mejores días para las presentes y futuras generaciones.

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