Savia

Andrés Pachano

La “Savia” está emparentada con la vida, con el fluir. Hoy, también y sobre todo, es nostalgia, es ausencia; es el recordar los instantes de: “…yo te nombro libertad…” o “…abra la puerta señora…”.

En esta última semana de adviento, es decir de llegadas, una noticia, de aquellas que andan sueltas por noticieros, como para que pasen rápido y se hundan en olvidos, ha despertado la saudade, volcando una vorágine de recuerdos. La nota dice que ha muerto Carlos López; para muchos ese nombre no dirá nada, será uno más de las inconmensurables nóminas. Pero ese nombre dice mucho para quienes desandamos nostalgias, esperanzas, dolores, entre los finales de la década de los años sesenta y los setentas del siglo veinte; ese nombre está fusionado a la edad de las utopías, a la de una generación latinoamericana que supo soñar, que pudo emocionarse. López fue creador e integrante del grupo Boliviano ‘Savia Nueva’, en aquella época de la nueva canción de ésta parte del mundo.

Con solo escuchar el nombre de aquel grupo, la memoria retornó pródiga a aquellas frías madrugadas de Quito, cuando su música expulsada desde la vieja casetera “Siera”, acompañaba las largas soledades de un estudiante de arquitectura que, con el aromoso humo de un full blanco sobre la mesa de dibujo, veía nacer quimeras en las líneas que construían formas y volúmenes sobre un terso papel calco.

Savia Nueva, junto a los Quilapayun, los Cuatro Cuartos, las Cuatro Brujas o Edgar Jofré Yayo, Zitarroza, Ibañez o Jara, cuantas veces acompañó los humeantes anhelos de “clandestinidad y bohemia” en el bar de Wilson Hallo de la 12 de octubre, que al ser galería de arte, era sobre todo cenáculo imperdible para noctámbulos idealistas; obligada tarea también el escucharlos entremezclados con el particular timbre voz de Jota Jota o la cascada y “barrio bajera” voz de Daniel Santos, en esos rayados discos de rokola en el obscuro ambiente del Bar Silvia.

Y pensar que el oprobio que se enquistó en la Patria se apropió hasta de esta música; con eso la condenó al rechazo.

Esa nostalgia que hoy aflora, es la de una generación, la mía, la suya; ella que se va, que se abandona, se extingue. Es Savia que se agota.

Andrés Pachano

La “Savia” está emparentada con la vida, con el fluir. Hoy, también y sobre todo, es nostalgia, es ausencia; es el recordar los instantes de: “…yo te nombro libertad…” o “…abra la puerta señora…”.

En esta última semana de adviento, es decir de llegadas, una noticia, de aquellas que andan sueltas por noticieros, como para que pasen rápido y se hundan en olvidos, ha despertado la saudade, volcando una vorágine de recuerdos. La nota dice que ha muerto Carlos López; para muchos ese nombre no dirá nada, será uno más de las inconmensurables nóminas. Pero ese nombre dice mucho para quienes desandamos nostalgias, esperanzas, dolores, entre los finales de la década de los años sesenta y los setentas del siglo veinte; ese nombre está fusionado a la edad de las utopías, a la de una generación latinoamericana que supo soñar, que pudo emocionarse. López fue creador e integrante del grupo Boliviano ‘Savia Nueva’, en aquella época de la nueva canción de ésta parte del mundo.

Con solo escuchar el nombre de aquel grupo, la memoria retornó pródiga a aquellas frías madrugadas de Quito, cuando su música expulsada desde la vieja casetera “Siera”, acompañaba las largas soledades de un estudiante de arquitectura que, con el aromoso humo de un full blanco sobre la mesa de dibujo, veía nacer quimeras en las líneas que construían formas y volúmenes sobre un terso papel calco.

Savia Nueva, junto a los Quilapayun, los Cuatro Cuartos, las Cuatro Brujas o Edgar Jofré Yayo, Zitarroza, Ibañez o Jara, cuantas veces acompañó los humeantes anhelos de “clandestinidad y bohemia” en el bar de Wilson Hallo de la 12 de octubre, que al ser galería de arte, era sobre todo cenáculo imperdible para noctámbulos idealistas; obligada tarea también el escucharlos entremezclados con el particular timbre voz de Jota Jota o la cascada y “barrio bajera” voz de Daniel Santos, en esos rayados discos de rokola en el obscuro ambiente del Bar Silvia.

Y pensar que el oprobio que se enquistó en la Patria se apropió hasta de esta música; con eso la condenó al rechazo.

Esa nostalgia que hoy aflora, es la de una generación, la mía, la suya; ella que se va, que se abandona, se extingue. Es Savia que se agota.

Andrés Pachano

La “Savia” está emparentada con la vida, con el fluir. Hoy, también y sobre todo, es nostalgia, es ausencia; es el recordar los instantes de: “…yo te nombro libertad…” o “…abra la puerta señora…”.

En esta última semana de adviento, es decir de llegadas, una noticia, de aquellas que andan sueltas por noticieros, como para que pasen rápido y se hundan en olvidos, ha despertado la saudade, volcando una vorágine de recuerdos. La nota dice que ha muerto Carlos López; para muchos ese nombre no dirá nada, será uno más de las inconmensurables nóminas. Pero ese nombre dice mucho para quienes desandamos nostalgias, esperanzas, dolores, entre los finales de la década de los años sesenta y los setentas del siglo veinte; ese nombre está fusionado a la edad de las utopías, a la de una generación latinoamericana que supo soñar, que pudo emocionarse. López fue creador e integrante del grupo Boliviano ‘Savia Nueva’, en aquella época de la nueva canción de ésta parte del mundo.

Con solo escuchar el nombre de aquel grupo, la memoria retornó pródiga a aquellas frías madrugadas de Quito, cuando su música expulsada desde la vieja casetera “Siera”, acompañaba las largas soledades de un estudiante de arquitectura que, con el aromoso humo de un full blanco sobre la mesa de dibujo, veía nacer quimeras en las líneas que construían formas y volúmenes sobre un terso papel calco.

Savia Nueva, junto a los Quilapayun, los Cuatro Cuartos, las Cuatro Brujas o Edgar Jofré Yayo, Zitarroza, Ibañez o Jara, cuantas veces acompañó los humeantes anhelos de “clandestinidad y bohemia” en el bar de Wilson Hallo de la 12 de octubre, que al ser galería de arte, era sobre todo cenáculo imperdible para noctámbulos idealistas; obligada tarea también el escucharlos entremezclados con el particular timbre voz de Jota Jota o la cascada y “barrio bajera” voz de Daniel Santos, en esos rayados discos de rokola en el obscuro ambiente del Bar Silvia.

Y pensar que el oprobio que se enquistó en la Patria se apropió hasta de esta música; con eso la condenó al rechazo.

Esa nostalgia que hoy aflora, es la de una generación, la mía, la suya; ella que se va, que se abandona, se extingue. Es Savia que se agota.

Andrés Pachano

La “Savia” está emparentada con la vida, con el fluir. Hoy, también y sobre todo, es nostalgia, es ausencia; es el recordar los instantes de: “…yo te nombro libertad…” o “…abra la puerta señora…”.

En esta última semana de adviento, es decir de llegadas, una noticia, de aquellas que andan sueltas por noticieros, como para que pasen rápido y se hundan en olvidos, ha despertado la saudade, volcando una vorágine de recuerdos. La nota dice que ha muerto Carlos López; para muchos ese nombre no dirá nada, será uno más de las inconmensurables nóminas. Pero ese nombre dice mucho para quienes desandamos nostalgias, esperanzas, dolores, entre los finales de la década de los años sesenta y los setentas del siglo veinte; ese nombre está fusionado a la edad de las utopías, a la de una generación latinoamericana que supo soñar, que pudo emocionarse. López fue creador e integrante del grupo Boliviano ‘Savia Nueva’, en aquella época de la nueva canción de ésta parte del mundo.

Con solo escuchar el nombre de aquel grupo, la memoria retornó pródiga a aquellas frías madrugadas de Quito, cuando su música expulsada desde la vieja casetera “Siera”, acompañaba las largas soledades de un estudiante de arquitectura que, con el aromoso humo de un full blanco sobre la mesa de dibujo, veía nacer quimeras en las líneas que construían formas y volúmenes sobre un terso papel calco.

Savia Nueva, junto a los Quilapayun, los Cuatro Cuartos, las Cuatro Brujas o Edgar Jofré Yayo, Zitarroza, Ibañez o Jara, cuantas veces acompañó los humeantes anhelos de “clandestinidad y bohemia” en el bar de Wilson Hallo de la 12 de octubre, que al ser galería de arte, era sobre todo cenáculo imperdible para noctámbulos idealistas; obligada tarea también el escucharlos entremezclados con el particular timbre voz de Jota Jota o la cascada y “barrio bajera” voz de Daniel Santos, en esos rayados discos de rokola en el obscuro ambiente del Bar Silvia.

Y pensar que el oprobio que se enquistó en la Patria se apropió hasta de esta música; con eso la condenó al rechazo.

Esa nostalgia que hoy aflora, es la de una generación, la mía, la suya; ella que se va, que se abandona, se extingue. Es Savia que se agota.