El tiempo no se detiene jamás

Patricio Valdivieso Espinosa

Lo único cierto e indiscutible en la vida, es que el tiempo jamás perdona, no se detiene ni se lo puede comprar; su valor es de una cuantía inexplicable y su precio aún no encuentra par. Su paso no sólo es inexorable, es perfecto cuando se lo sabe utilizar y causa dolor cuando por descuido se lo deja pasar. No se puede detener su tránsito, ni podemos: volver al mismo lugar, repetir los mismos sueños o reencontrarnos para volver a luchar; incluso, podemos reinventar algunas ilusiones o deseos, sueños o metas, pero por nada, podemos recuperar el tiempo perdido, porque el tiempo pasado no tiene marcha atrás.

El tiempo no se detiene ni de noche ni de día, ni bajo el sol o la lluvia; no hace excepciones de ningún tipo, y a todos nos mide por igual; pasa de generación en generación, y no admite reclamos, menos justificativos o compensaciones; tan sólo exige que valoremos cada instante que nos ha brindado. Pero, aunque es fugaz, no nos deja a nuestra suerte, no nos abandona sin darnos pistas para que reaccionemos; nos engancha cual anzuelo a los golpes recibidos, para que aprendamos a honrarlo, mostrando respeto y consideración a los momentos vividos.

Se dice que los tiempos de DIOS son perfectos; que tenemos que respetar el tiempo que nos brindan; que debemos valorar el tiempo que le damos a los demás; y, que nunca podremos darnos el lujo de recuperarlo, cuando no lo hemos aprovechado. Vale preguntarnos: Cuántas veces dejamos que el tiempo pase, antes de: arreglar un problema sin que se convierta en un tornado inmanejable; reconocer nuestros errores y enmendarlos; o, pedir perdón por los agravios cometidos.

Más allá de los regalos pomposos o mesurados que se acaban de entregar, de los abrazos fraternos brindados y de las nuevas promesas acordadas, es impostergable que hoy, nos tomemos un tiempo para reflexionar: ¿realmente, hemos considerado el tiempo vivido y particularmente el que nos queda por vivir? El primero, ya no lo podemos cambiar; en el segundo, no podemos fallar, por eso, si apreciamos a los nuestros, de todo corazón, lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro tiempo: tiempo de calidad, tiempo de solidaridad, tiempo de paz, tiempo de amor. (O)

[email protected]

Patricio Valdivieso Espinosa

Lo único cierto e indiscutible en la vida, es que el tiempo jamás perdona, no se detiene ni se lo puede comprar; su valor es de una cuantía inexplicable y su precio aún no encuentra par. Su paso no sólo es inexorable, es perfecto cuando se lo sabe utilizar y causa dolor cuando por descuido se lo deja pasar. No se puede detener su tránsito, ni podemos: volver al mismo lugar, repetir los mismos sueños o reencontrarnos para volver a luchar; incluso, podemos reinventar algunas ilusiones o deseos, sueños o metas, pero por nada, podemos recuperar el tiempo perdido, porque el tiempo pasado no tiene marcha atrás.

El tiempo no se detiene ni de noche ni de día, ni bajo el sol o la lluvia; no hace excepciones de ningún tipo, y a todos nos mide por igual; pasa de generación en generación, y no admite reclamos, menos justificativos o compensaciones; tan sólo exige que valoremos cada instante que nos ha brindado. Pero, aunque es fugaz, no nos deja a nuestra suerte, no nos abandona sin darnos pistas para que reaccionemos; nos engancha cual anzuelo a los golpes recibidos, para que aprendamos a honrarlo, mostrando respeto y consideración a los momentos vividos.

Se dice que los tiempos de DIOS son perfectos; que tenemos que respetar el tiempo que nos brindan; que debemos valorar el tiempo que le damos a los demás; y, que nunca podremos darnos el lujo de recuperarlo, cuando no lo hemos aprovechado. Vale preguntarnos: Cuántas veces dejamos que el tiempo pase, antes de: arreglar un problema sin que se convierta en un tornado inmanejable; reconocer nuestros errores y enmendarlos; o, pedir perdón por los agravios cometidos.

Más allá de los regalos pomposos o mesurados que se acaban de entregar, de los abrazos fraternos brindados y de las nuevas promesas acordadas, es impostergable que hoy, nos tomemos un tiempo para reflexionar: ¿realmente, hemos considerado el tiempo vivido y particularmente el que nos queda por vivir? El primero, ya no lo podemos cambiar; en el segundo, no podemos fallar, por eso, si apreciamos a los nuestros, de todo corazón, lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro tiempo: tiempo de calidad, tiempo de solidaridad, tiempo de paz, tiempo de amor. (O)

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Patricio Valdivieso Espinosa

Lo único cierto e indiscutible en la vida, es que el tiempo jamás perdona, no se detiene ni se lo puede comprar; su valor es de una cuantía inexplicable y su precio aún no encuentra par. Su paso no sólo es inexorable, es perfecto cuando se lo sabe utilizar y causa dolor cuando por descuido se lo deja pasar. No se puede detener su tránsito, ni podemos: volver al mismo lugar, repetir los mismos sueños o reencontrarnos para volver a luchar; incluso, podemos reinventar algunas ilusiones o deseos, sueños o metas, pero por nada, podemos recuperar el tiempo perdido, porque el tiempo pasado no tiene marcha atrás.

El tiempo no se detiene ni de noche ni de día, ni bajo el sol o la lluvia; no hace excepciones de ningún tipo, y a todos nos mide por igual; pasa de generación en generación, y no admite reclamos, menos justificativos o compensaciones; tan sólo exige que valoremos cada instante que nos ha brindado. Pero, aunque es fugaz, no nos deja a nuestra suerte, no nos abandona sin darnos pistas para que reaccionemos; nos engancha cual anzuelo a los golpes recibidos, para que aprendamos a honrarlo, mostrando respeto y consideración a los momentos vividos.

Se dice que los tiempos de DIOS son perfectos; que tenemos que respetar el tiempo que nos brindan; que debemos valorar el tiempo que le damos a los demás; y, que nunca podremos darnos el lujo de recuperarlo, cuando no lo hemos aprovechado. Vale preguntarnos: Cuántas veces dejamos que el tiempo pase, antes de: arreglar un problema sin que se convierta en un tornado inmanejable; reconocer nuestros errores y enmendarlos; o, pedir perdón por los agravios cometidos.

Más allá de los regalos pomposos o mesurados que se acaban de entregar, de los abrazos fraternos brindados y de las nuevas promesas acordadas, es impostergable que hoy, nos tomemos un tiempo para reflexionar: ¿realmente, hemos considerado el tiempo vivido y particularmente el que nos queda por vivir? El primero, ya no lo podemos cambiar; en el segundo, no podemos fallar, por eso, si apreciamos a los nuestros, de todo corazón, lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro tiempo: tiempo de calidad, tiempo de solidaridad, tiempo de paz, tiempo de amor. (O)

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Patricio Valdivieso Espinosa

Lo único cierto e indiscutible en la vida, es que el tiempo jamás perdona, no se detiene ni se lo puede comprar; su valor es de una cuantía inexplicable y su precio aún no encuentra par. Su paso no sólo es inexorable, es perfecto cuando se lo sabe utilizar y causa dolor cuando por descuido se lo deja pasar. No se puede detener su tránsito, ni podemos: volver al mismo lugar, repetir los mismos sueños o reencontrarnos para volver a luchar; incluso, podemos reinventar algunas ilusiones o deseos, sueños o metas, pero por nada, podemos recuperar el tiempo perdido, porque el tiempo pasado no tiene marcha atrás.

El tiempo no se detiene ni de noche ni de día, ni bajo el sol o la lluvia; no hace excepciones de ningún tipo, y a todos nos mide por igual; pasa de generación en generación, y no admite reclamos, menos justificativos o compensaciones; tan sólo exige que valoremos cada instante que nos ha brindado. Pero, aunque es fugaz, no nos deja a nuestra suerte, no nos abandona sin darnos pistas para que reaccionemos; nos engancha cual anzuelo a los golpes recibidos, para que aprendamos a honrarlo, mostrando respeto y consideración a los momentos vividos.

Se dice que los tiempos de DIOS son perfectos; que tenemos que respetar el tiempo que nos brindan; que debemos valorar el tiempo que le damos a los demás; y, que nunca podremos darnos el lujo de recuperarlo, cuando no lo hemos aprovechado. Vale preguntarnos: Cuántas veces dejamos que el tiempo pase, antes de: arreglar un problema sin que se convierta en un tornado inmanejable; reconocer nuestros errores y enmendarlos; o, pedir perdón por los agravios cometidos.

Más allá de los regalos pomposos o mesurados que se acaban de entregar, de los abrazos fraternos brindados y de las nuevas promesas acordadas, es impostergable que hoy, nos tomemos un tiempo para reflexionar: ¿realmente, hemos considerado el tiempo vivido y particularmente el que nos queda por vivir? El primero, ya no lo podemos cambiar; en el segundo, no podemos fallar, por eso, si apreciamos a los nuestros, de todo corazón, lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro tiempo: tiempo de calidad, tiempo de solidaridad, tiempo de paz, tiempo de amor. (O)

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