NO TE EXTRAÑÉ NIÑO JESÚS

Fausto Jaramillo Y.

Hace ya, un par de años, en época de la Navidad, acompañé a una niña, familiar mío, a un centro comercial de la ciudad de Quito, donde se llevó a cabo uno de aquellos programas que convocan la atención de los más pequeños. En realidad, se trataba de la representación de alguna de aquellas ideas imaginadas sobre papá Noel y sus trabajadores en su fábrica de juguetes.

Debo admitir que en medio de la función sentí tanta rabia que preferí prestar atención a cualquier otra cosa, menos a la parodia que se presentaba. Era, por decirlo de algún modo, una invitación a comprar, a gastar, a dispendiar el dinero de los padres de familia en artículos de venta en ese centro comercial.

A la noche, al recordar ese hecho, me senté frente a mi computador y escribí un texto al que titulé “Cómo te extraño, niño Jesús”. Y no es que yo sea un hombre apegado a la religión, peor aún a una iglesia determinada, no, nada de eso. Es que las navidades que yo recuerde, en el hogar de mis padres, tenía otra atmósfera. No tenía árbol sino un pesebre. No se esperaba la visita de un gordo fantasioso que apenas sabe reír con un jo jo jo estridente y cansino. No tenía pavo, apenas un café con humitas junto a todos los miembros de la familia y de quienes venían a pasar con nosotros.

Mi madre rezaba la novena con fe y con amor; mientras mi padre le secundaba. Todos cantábamos villancicos y con el rabo del ojo, yo espiaba si el niño Dios ya había dejado algún regalo para mí, en el humilde nacimiento.

Pero, el ambiente era de paz, de amor, de ternura. Mi padre y mi madre aprovechaban la ocasión para enseñarnos que ese niño vendría cargado de honradez, de honor, de respeto, de solidaridad; sobre todo, de amor.

Y, claro, para ser felices no necesitábamos comprar el muñeco tal, o el juguete cual. Bastaba con una pelota, un carro de madera, un trompo o una docena de canicas, para encender nuestra imaginación y trasladarnos al reino de la felicidad.

Esta semana volví a acompañar a aquella niña, pero esta vez fue a su centro educativo a un acto de navidad. Debo admitir que mi enojo de hace dos años desapareció, porque en ese acto los niños cantaron villancicos y bailaron música alegre. Alegría, esa fue la tónica, pero también estuvieron presentes esos valores que, seguramente, siguen siendo vigentes en estos días y por eso, hoy quiero decir que no te extrañé niño Jesús.

Feliz navidad para todos ustedes amigos que lean este artículo. Feliz Navidad a mi ciudad, a mi país. Que recobremos la razón, la justicia, la paz y la solidaridad.

Fausto Jaramillo Y.

Hace ya, un par de años, en época de la Navidad, acompañé a una niña, familiar mío, a un centro comercial de la ciudad de Quito, donde se llevó a cabo uno de aquellos programas que convocan la atención de los más pequeños. En realidad, se trataba de la representación de alguna de aquellas ideas imaginadas sobre papá Noel y sus trabajadores en su fábrica de juguetes.

Debo admitir que en medio de la función sentí tanta rabia que preferí prestar atención a cualquier otra cosa, menos a la parodia que se presentaba. Era, por decirlo de algún modo, una invitación a comprar, a gastar, a dispendiar el dinero de los padres de familia en artículos de venta en ese centro comercial.

A la noche, al recordar ese hecho, me senté frente a mi computador y escribí un texto al que titulé “Cómo te extraño, niño Jesús”. Y no es que yo sea un hombre apegado a la religión, peor aún a una iglesia determinada, no, nada de eso. Es que las navidades que yo recuerde, en el hogar de mis padres, tenía otra atmósfera. No tenía árbol sino un pesebre. No se esperaba la visita de un gordo fantasioso que apenas sabe reír con un jo jo jo estridente y cansino. No tenía pavo, apenas un café con humitas junto a todos los miembros de la familia y de quienes venían a pasar con nosotros.

Mi madre rezaba la novena con fe y con amor; mientras mi padre le secundaba. Todos cantábamos villancicos y con el rabo del ojo, yo espiaba si el niño Dios ya había dejado algún regalo para mí, en el humilde nacimiento.

Pero, el ambiente era de paz, de amor, de ternura. Mi padre y mi madre aprovechaban la ocasión para enseñarnos que ese niño vendría cargado de honradez, de honor, de respeto, de solidaridad; sobre todo, de amor.

Y, claro, para ser felices no necesitábamos comprar el muñeco tal, o el juguete cual. Bastaba con una pelota, un carro de madera, un trompo o una docena de canicas, para encender nuestra imaginación y trasladarnos al reino de la felicidad.

Esta semana volví a acompañar a aquella niña, pero esta vez fue a su centro educativo a un acto de navidad. Debo admitir que mi enojo de hace dos años desapareció, porque en ese acto los niños cantaron villancicos y bailaron música alegre. Alegría, esa fue la tónica, pero también estuvieron presentes esos valores que, seguramente, siguen siendo vigentes en estos días y por eso, hoy quiero decir que no te extrañé niño Jesús.

Feliz navidad para todos ustedes amigos que lean este artículo. Feliz Navidad a mi ciudad, a mi país. Que recobremos la razón, la justicia, la paz y la solidaridad.

Fausto Jaramillo Y.

Hace ya, un par de años, en época de la Navidad, acompañé a una niña, familiar mío, a un centro comercial de la ciudad de Quito, donde se llevó a cabo uno de aquellos programas que convocan la atención de los más pequeños. En realidad, se trataba de la representación de alguna de aquellas ideas imaginadas sobre papá Noel y sus trabajadores en su fábrica de juguetes.

Debo admitir que en medio de la función sentí tanta rabia que preferí prestar atención a cualquier otra cosa, menos a la parodia que se presentaba. Era, por decirlo de algún modo, una invitación a comprar, a gastar, a dispendiar el dinero de los padres de familia en artículos de venta en ese centro comercial.

A la noche, al recordar ese hecho, me senté frente a mi computador y escribí un texto al que titulé “Cómo te extraño, niño Jesús”. Y no es que yo sea un hombre apegado a la religión, peor aún a una iglesia determinada, no, nada de eso. Es que las navidades que yo recuerde, en el hogar de mis padres, tenía otra atmósfera. No tenía árbol sino un pesebre. No se esperaba la visita de un gordo fantasioso que apenas sabe reír con un jo jo jo estridente y cansino. No tenía pavo, apenas un café con humitas junto a todos los miembros de la familia y de quienes venían a pasar con nosotros.

Mi madre rezaba la novena con fe y con amor; mientras mi padre le secundaba. Todos cantábamos villancicos y con el rabo del ojo, yo espiaba si el niño Dios ya había dejado algún regalo para mí, en el humilde nacimiento.

Pero, el ambiente era de paz, de amor, de ternura. Mi padre y mi madre aprovechaban la ocasión para enseñarnos que ese niño vendría cargado de honradez, de honor, de respeto, de solidaridad; sobre todo, de amor.

Y, claro, para ser felices no necesitábamos comprar el muñeco tal, o el juguete cual. Bastaba con una pelota, un carro de madera, un trompo o una docena de canicas, para encender nuestra imaginación y trasladarnos al reino de la felicidad.

Esta semana volví a acompañar a aquella niña, pero esta vez fue a su centro educativo a un acto de navidad. Debo admitir que mi enojo de hace dos años desapareció, porque en ese acto los niños cantaron villancicos y bailaron música alegre. Alegría, esa fue la tónica, pero también estuvieron presentes esos valores que, seguramente, siguen siendo vigentes en estos días y por eso, hoy quiero decir que no te extrañé niño Jesús.

Feliz navidad para todos ustedes amigos que lean este artículo. Feliz Navidad a mi ciudad, a mi país. Que recobremos la razón, la justicia, la paz y la solidaridad.

Fausto Jaramillo Y.

Hace ya, un par de años, en época de la Navidad, acompañé a una niña, familiar mío, a un centro comercial de la ciudad de Quito, donde se llevó a cabo uno de aquellos programas que convocan la atención de los más pequeños. En realidad, se trataba de la representación de alguna de aquellas ideas imaginadas sobre papá Noel y sus trabajadores en su fábrica de juguetes.

Debo admitir que en medio de la función sentí tanta rabia que preferí prestar atención a cualquier otra cosa, menos a la parodia que se presentaba. Era, por decirlo de algún modo, una invitación a comprar, a gastar, a dispendiar el dinero de los padres de familia en artículos de venta en ese centro comercial.

A la noche, al recordar ese hecho, me senté frente a mi computador y escribí un texto al que titulé “Cómo te extraño, niño Jesús”. Y no es que yo sea un hombre apegado a la religión, peor aún a una iglesia determinada, no, nada de eso. Es que las navidades que yo recuerde, en el hogar de mis padres, tenía otra atmósfera. No tenía árbol sino un pesebre. No se esperaba la visita de un gordo fantasioso que apenas sabe reír con un jo jo jo estridente y cansino. No tenía pavo, apenas un café con humitas junto a todos los miembros de la familia y de quienes venían a pasar con nosotros.

Mi madre rezaba la novena con fe y con amor; mientras mi padre le secundaba. Todos cantábamos villancicos y con el rabo del ojo, yo espiaba si el niño Dios ya había dejado algún regalo para mí, en el humilde nacimiento.

Pero, el ambiente era de paz, de amor, de ternura. Mi padre y mi madre aprovechaban la ocasión para enseñarnos que ese niño vendría cargado de honradez, de honor, de respeto, de solidaridad; sobre todo, de amor.

Y, claro, para ser felices no necesitábamos comprar el muñeco tal, o el juguete cual. Bastaba con una pelota, un carro de madera, un trompo o una docena de canicas, para encender nuestra imaginación y trasladarnos al reino de la felicidad.

Esta semana volví a acompañar a aquella niña, pero esta vez fue a su centro educativo a un acto de navidad. Debo admitir que mi enojo de hace dos años desapareció, porque en ese acto los niños cantaron villancicos y bailaron música alegre. Alegría, esa fue la tónica, pero también estuvieron presentes esos valores que, seguramente, siguen siendo vigentes en estos días y por eso, hoy quiero decir que no te extrañé niño Jesús.

Feliz navidad para todos ustedes amigos que lean este artículo. Feliz Navidad a mi ciudad, a mi país. Que recobremos la razón, la justicia, la paz y la solidaridad.