Locos por la primicia

Roque Rivas Zambrano

En el periodismo, conseguir la primicia solía ser igual que ganarse un cinturón en un campeonato de lucha libre. Tener “la exclusiva” era razón suficiente para convertir a un reportero en una personalidad. Ese deseo de reconocimiento llevó a periodistas a hacer cosas inimaginables: desde ser timadores hasta convertirse en autores intelectuales de asesinatos.

Recientemente, se desenmascaró a Claas Relotius, un periodista que llegó a la redacción del semanario alemán Der Spiegel y que se convirtió en la gran estrella de la noche a la mañana. Sus reportajes le sirvieron para acumular cuarenta distinciones, incluida la de “Periodista del año” del 2014, galardón otorgado por la CNN.

Un día le encargaron hacer un reportaje junto a Juan Moreno, reportero ‘freelance’, quien descubrió inconsistencias en la información enviada por Relotius. Aunque Moreno las notificó, nadie le creía ni se atrevía a cuestionar el trabajo de una de las eminencias en el oficio. Pero él decidió investigar a fondo y demostrar que no era el farsante. Finalmente, escribió el libro “La mentira de las mil líneas” (2019) donde relata todas las jugarretas del famoso mitómano.

Otra de las historias que conmocionó al mundo y que, incluso, se convirtió en una serie de Netflix, es la del periodista brasileño Wallace Souza, quien arrasaba con las audiencias porque siempre llegaba primero a las escenas del crimen. Canal Livre, el medio para el que trabajaba obtuvo los ‘ratings’ más altos.

Años después se supo que Souza, para conseguir exclusivas, mandaba a asesinar personas: le encargaba a su guardaespaldas la tarea y luego él le informaba, por teléfono, todos los datos: sexo, edad, características físicas de la víctima y el lugar del hecho. Es así como también en el oficio, la ambición ha llevado a los reporteros a cruzar los límites de la ética y la cordura.

[email protected]

Roque Rivas Zambrano

En el periodismo, conseguir la primicia solía ser igual que ganarse un cinturón en un campeonato de lucha libre. Tener “la exclusiva” era razón suficiente para convertir a un reportero en una personalidad. Ese deseo de reconocimiento llevó a periodistas a hacer cosas inimaginables: desde ser timadores hasta convertirse en autores intelectuales de asesinatos.

Recientemente, se desenmascaró a Claas Relotius, un periodista que llegó a la redacción del semanario alemán Der Spiegel y que se convirtió en la gran estrella de la noche a la mañana. Sus reportajes le sirvieron para acumular cuarenta distinciones, incluida la de “Periodista del año” del 2014, galardón otorgado por la CNN.

Un día le encargaron hacer un reportaje junto a Juan Moreno, reportero ‘freelance’, quien descubrió inconsistencias en la información enviada por Relotius. Aunque Moreno las notificó, nadie le creía ni se atrevía a cuestionar el trabajo de una de las eminencias en el oficio. Pero él decidió investigar a fondo y demostrar que no era el farsante. Finalmente, escribió el libro “La mentira de las mil líneas” (2019) donde relata todas las jugarretas del famoso mitómano.

Otra de las historias que conmocionó al mundo y que, incluso, se convirtió en una serie de Netflix, es la del periodista brasileño Wallace Souza, quien arrasaba con las audiencias porque siempre llegaba primero a las escenas del crimen. Canal Livre, el medio para el que trabajaba obtuvo los ‘ratings’ más altos.

Años después se supo que Souza, para conseguir exclusivas, mandaba a asesinar personas: le encargaba a su guardaespaldas la tarea y luego él le informaba, por teléfono, todos los datos: sexo, edad, características físicas de la víctima y el lugar del hecho. Es así como también en el oficio, la ambición ha llevado a los reporteros a cruzar los límites de la ética y la cordura.

[email protected]

Roque Rivas Zambrano

En el periodismo, conseguir la primicia solía ser igual que ganarse un cinturón en un campeonato de lucha libre. Tener “la exclusiva” era razón suficiente para convertir a un reportero en una personalidad. Ese deseo de reconocimiento llevó a periodistas a hacer cosas inimaginables: desde ser timadores hasta convertirse en autores intelectuales de asesinatos.

Recientemente, se desenmascaró a Claas Relotius, un periodista que llegó a la redacción del semanario alemán Der Spiegel y que se convirtió en la gran estrella de la noche a la mañana. Sus reportajes le sirvieron para acumular cuarenta distinciones, incluida la de “Periodista del año” del 2014, galardón otorgado por la CNN.

Un día le encargaron hacer un reportaje junto a Juan Moreno, reportero ‘freelance’, quien descubrió inconsistencias en la información enviada por Relotius. Aunque Moreno las notificó, nadie le creía ni se atrevía a cuestionar el trabajo de una de las eminencias en el oficio. Pero él decidió investigar a fondo y demostrar que no era el farsante. Finalmente, escribió el libro “La mentira de las mil líneas” (2019) donde relata todas las jugarretas del famoso mitómano.

Otra de las historias que conmocionó al mundo y que, incluso, se convirtió en una serie de Netflix, es la del periodista brasileño Wallace Souza, quien arrasaba con las audiencias porque siempre llegaba primero a las escenas del crimen. Canal Livre, el medio para el que trabajaba obtuvo los ‘ratings’ más altos.

Años después se supo que Souza, para conseguir exclusivas, mandaba a asesinar personas: le encargaba a su guardaespaldas la tarea y luego él le informaba, por teléfono, todos los datos: sexo, edad, características físicas de la víctima y el lugar del hecho. Es así como también en el oficio, la ambición ha llevado a los reporteros a cruzar los límites de la ética y la cordura.

[email protected]

Roque Rivas Zambrano

En el periodismo, conseguir la primicia solía ser igual que ganarse un cinturón en un campeonato de lucha libre. Tener “la exclusiva” era razón suficiente para convertir a un reportero en una personalidad. Ese deseo de reconocimiento llevó a periodistas a hacer cosas inimaginables: desde ser timadores hasta convertirse en autores intelectuales de asesinatos.

Recientemente, se desenmascaró a Claas Relotius, un periodista que llegó a la redacción del semanario alemán Der Spiegel y que se convirtió en la gran estrella de la noche a la mañana. Sus reportajes le sirvieron para acumular cuarenta distinciones, incluida la de “Periodista del año” del 2014, galardón otorgado por la CNN.

Un día le encargaron hacer un reportaje junto a Juan Moreno, reportero ‘freelance’, quien descubrió inconsistencias en la información enviada por Relotius. Aunque Moreno las notificó, nadie le creía ni se atrevía a cuestionar el trabajo de una de las eminencias en el oficio. Pero él decidió investigar a fondo y demostrar que no era el farsante. Finalmente, escribió el libro “La mentira de las mil líneas” (2019) donde relata todas las jugarretas del famoso mitómano.

Otra de las historias que conmocionó al mundo y que, incluso, se convirtió en una serie de Netflix, es la del periodista brasileño Wallace Souza, quien arrasaba con las audiencias porque siempre llegaba primero a las escenas del crimen. Canal Livre, el medio para el que trabajaba obtuvo los ‘ratings’ más altos.

Años después se supo que Souza, para conseguir exclusivas, mandaba a asesinar personas: le encargaba a su guardaespaldas la tarea y luego él le informaba, por teléfono, todos los datos: sexo, edad, características físicas de la víctima y el lugar del hecho. Es así como también en el oficio, la ambición ha llevado a los reporteros a cruzar los límites de la ética y la cordura.

[email protected]