Ladrón de libros

MIGUEL ÁNGEL RENGIFO ROBAYO

Oscar Valero Recio Becerra, embajador de México, se fue de la librería Ateneo sin pagar un libro; hace unos días leí la noticia de que el embajador de México en Buenos Aires, había sido sorprendido in fraganti robando un libro, mismo que escondió entre las páginas de su periódico. La cuestión no hubiera ido a más sino por su condición de cargo diplomático y porque cometió esta fechoría en una de las librerías más emblemáticas del mundo: El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires.

El hecho generó numerosa controversia y memes en las redes sociales –por descontado-, pero de entre los comentarios más útiles sobresalió el siguiente: “busque usted al Conde Libri, el ladrón de libros más famoso de la historia”, tal y como encabecé esta reseña. Dicho y hecho, me demoré unos días hasta calzarles un esbozo de semejante hallazgo.

Pues sí, resulta que el tal Conde Libri fue el ladrón de libros más célebre que nos ha dado nuestra descoyuntada memoria; para más señas: el conde Guglielmo Libre Carucci (1803-1869), en tiempos donde el robo de libros suponía un acto tan frecuente y normalizado que salvando el hecho de encontrarles en plena comisión del hecho delictivo a sus autores, se encadenaban los libros en sus respectivas estanterías o bien se extendían letreros con la terrible amenaza de excomunión, como con respecto a uno que colgaba en los entresijos de la universidad de Salamanca.

Juan Villoro, escritor mexicano, dice que la literatura no es exclusivamente la reserva de lo útil, sino una forma de la felicidad. El problema es cómo llegar a esa felicidad; hay quien se apropia de los libros para venderlos, hay quien lo hace por el placer de hacer el mal y, finalmente, está quien se adentra en el crimen para poder leer.

Roberto Bolaño, escritor chileno, es uno de los autores que ha hablado del tema sin tapujos; en su novela Los detectives salvajes, narra la historia de Ulises Lima y Arturo Belano (alter ego de Mario Santiago Papasquiaro y el mismo Bolaño, respectivamente), que llevan una vida nada fácil en México y luego en diferentes partes del mundo. Uno de los tantos narradores de la historia, el joven García Madero, entra a las librerías a robar algunos libros de autores como Roque Dalton, Lezama Lima, Enrique Lihn y Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

No tengo presente quién me dijo esto, pero tengo clavada la frase en la memoria: “los libros son de quien los lee”.

MIGUEL ÁNGEL RENGIFO ROBAYO

Oscar Valero Recio Becerra, embajador de México, se fue de la librería Ateneo sin pagar un libro; hace unos días leí la noticia de que el embajador de México en Buenos Aires, había sido sorprendido in fraganti robando un libro, mismo que escondió entre las páginas de su periódico. La cuestión no hubiera ido a más sino por su condición de cargo diplomático y porque cometió esta fechoría en una de las librerías más emblemáticas del mundo: El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires.

El hecho generó numerosa controversia y memes en las redes sociales –por descontado-, pero de entre los comentarios más útiles sobresalió el siguiente: “busque usted al Conde Libri, el ladrón de libros más famoso de la historia”, tal y como encabecé esta reseña. Dicho y hecho, me demoré unos días hasta calzarles un esbozo de semejante hallazgo.

Pues sí, resulta que el tal Conde Libri fue el ladrón de libros más célebre que nos ha dado nuestra descoyuntada memoria; para más señas: el conde Guglielmo Libre Carucci (1803-1869), en tiempos donde el robo de libros suponía un acto tan frecuente y normalizado que salvando el hecho de encontrarles en plena comisión del hecho delictivo a sus autores, se encadenaban los libros en sus respectivas estanterías o bien se extendían letreros con la terrible amenaza de excomunión, como con respecto a uno que colgaba en los entresijos de la universidad de Salamanca.

Juan Villoro, escritor mexicano, dice que la literatura no es exclusivamente la reserva de lo útil, sino una forma de la felicidad. El problema es cómo llegar a esa felicidad; hay quien se apropia de los libros para venderlos, hay quien lo hace por el placer de hacer el mal y, finalmente, está quien se adentra en el crimen para poder leer.

Roberto Bolaño, escritor chileno, es uno de los autores que ha hablado del tema sin tapujos; en su novela Los detectives salvajes, narra la historia de Ulises Lima y Arturo Belano (alter ego de Mario Santiago Papasquiaro y el mismo Bolaño, respectivamente), que llevan una vida nada fácil en México y luego en diferentes partes del mundo. Uno de los tantos narradores de la historia, el joven García Madero, entra a las librerías a robar algunos libros de autores como Roque Dalton, Lezama Lima, Enrique Lihn y Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

No tengo presente quién me dijo esto, pero tengo clavada la frase en la memoria: “los libros son de quien los lee”.

MIGUEL ÁNGEL RENGIFO ROBAYO

Oscar Valero Recio Becerra, embajador de México, se fue de la librería Ateneo sin pagar un libro; hace unos días leí la noticia de que el embajador de México en Buenos Aires, había sido sorprendido in fraganti robando un libro, mismo que escondió entre las páginas de su periódico. La cuestión no hubiera ido a más sino por su condición de cargo diplomático y porque cometió esta fechoría en una de las librerías más emblemáticas del mundo: El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires.

El hecho generó numerosa controversia y memes en las redes sociales –por descontado-, pero de entre los comentarios más útiles sobresalió el siguiente: “busque usted al Conde Libri, el ladrón de libros más famoso de la historia”, tal y como encabecé esta reseña. Dicho y hecho, me demoré unos días hasta calzarles un esbozo de semejante hallazgo.

Pues sí, resulta que el tal Conde Libri fue el ladrón de libros más célebre que nos ha dado nuestra descoyuntada memoria; para más señas: el conde Guglielmo Libre Carucci (1803-1869), en tiempos donde el robo de libros suponía un acto tan frecuente y normalizado que salvando el hecho de encontrarles en plena comisión del hecho delictivo a sus autores, se encadenaban los libros en sus respectivas estanterías o bien se extendían letreros con la terrible amenaza de excomunión, como con respecto a uno que colgaba en los entresijos de la universidad de Salamanca.

Juan Villoro, escritor mexicano, dice que la literatura no es exclusivamente la reserva de lo útil, sino una forma de la felicidad. El problema es cómo llegar a esa felicidad; hay quien se apropia de los libros para venderlos, hay quien lo hace por el placer de hacer el mal y, finalmente, está quien se adentra en el crimen para poder leer.

Roberto Bolaño, escritor chileno, es uno de los autores que ha hablado del tema sin tapujos; en su novela Los detectives salvajes, narra la historia de Ulises Lima y Arturo Belano (alter ego de Mario Santiago Papasquiaro y el mismo Bolaño, respectivamente), que llevan una vida nada fácil en México y luego en diferentes partes del mundo. Uno de los tantos narradores de la historia, el joven García Madero, entra a las librerías a robar algunos libros de autores como Roque Dalton, Lezama Lima, Enrique Lihn y Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

No tengo presente quién me dijo esto, pero tengo clavada la frase en la memoria: “los libros son de quien los lee”.

MIGUEL ÁNGEL RENGIFO ROBAYO

Oscar Valero Recio Becerra, embajador de México, se fue de la librería Ateneo sin pagar un libro; hace unos días leí la noticia de que el embajador de México en Buenos Aires, había sido sorprendido in fraganti robando un libro, mismo que escondió entre las páginas de su periódico. La cuestión no hubiera ido a más sino por su condición de cargo diplomático y porque cometió esta fechoría en una de las librerías más emblemáticas del mundo: El Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires.

El hecho generó numerosa controversia y memes en las redes sociales –por descontado-, pero de entre los comentarios más útiles sobresalió el siguiente: “busque usted al Conde Libri, el ladrón de libros más famoso de la historia”, tal y como encabecé esta reseña. Dicho y hecho, me demoré unos días hasta calzarles un esbozo de semejante hallazgo.

Pues sí, resulta que el tal Conde Libri fue el ladrón de libros más célebre que nos ha dado nuestra descoyuntada memoria; para más señas: el conde Guglielmo Libre Carucci (1803-1869), en tiempos donde el robo de libros suponía un acto tan frecuente y normalizado que salvando el hecho de encontrarles en plena comisión del hecho delictivo a sus autores, se encadenaban los libros en sus respectivas estanterías o bien se extendían letreros con la terrible amenaza de excomunión, como con respecto a uno que colgaba en los entresijos de la universidad de Salamanca.

Juan Villoro, escritor mexicano, dice que la literatura no es exclusivamente la reserva de lo útil, sino una forma de la felicidad. El problema es cómo llegar a esa felicidad; hay quien se apropia de los libros para venderlos, hay quien lo hace por el placer de hacer el mal y, finalmente, está quien se adentra en el crimen para poder leer.

Roberto Bolaño, escritor chileno, es uno de los autores que ha hablado del tema sin tapujos; en su novela Los detectives salvajes, narra la historia de Ulises Lima y Arturo Belano (alter ego de Mario Santiago Papasquiaro y el mismo Bolaño, respectivamente), que llevan una vida nada fácil en México y luego en diferentes partes del mundo. Uno de los tantos narradores de la historia, el joven García Madero, entra a las librerías a robar algunos libros de autores como Roque Dalton, Lezama Lima, Enrique Lihn y Jorge Luis Borges, entre muchos otros.

No tengo presente quién me dijo esto, pero tengo clavada la frase en la memoria: “los libros son de quien los lee”.