Muerte de un notable

FAUSTO MERINO MANCHENO

Tuve el honor hace varios años de mantener una larga velada acá en mi casa de Muisne, con dos personalidades de la cultura esmeraldeña. Fue muy placentero escuchar a Pepe Sosa recitar sus nuevos poemas y a Jalisco González, para mí hasta ese entonces desconocido vate y recitador quinindeño. Este nos deleitó con su poesía vibrante, sensual, poderosa y afectiva, donde abundaba el lenguaje afro-ecuatoriano, orgullo de su origen. Y no solo eso, su anecdotario y su conversación extremadamente atractiva, parece que hasta ahora resuenan en las paredes de mi hogar.

Yo creo que este negro lindo, que despertó a la vida con el embrujo de su río, el resonar del bombo y la musicalidad marimbera, plasmó en versos, muchos sin ninguna rima artificial, su puro sentimiento de amor a las mujeres, a la suya propia, al cariño fraterno para sus hijos, al fuego del íntimo enlace del amor y el reclamo de los suyos, los más necesitados, los marginados y discriminados que claman por el cambio.

Jalisco González fue un poeta popular innato, sin mayor educación, excepto la elemental. Se instruyó por su cuenta, sin seguir moldes extraños, caminó en pos de la décima y arrancó con su poesía poderosa. No son muchos sus poemas, pero de los que conozco y de los que escuché de sus labios, sobre todo, algunos, son dignos de contarse entre los de los mejores poetas populares de Latinoamérica.

Ahora que muere, pobre, como lo hacen casi por regla los poetas, aparecerán alabanzas, acuerdos, tal vez su nombre adorne alguna biblioteca, quién sabe el frontón de alguna escuela y nada más. Pero para alguien que lo conoció, aunque fuere por una sola vez, su imagen de negro grande, de voz estentórea, de cuya boca salían como atropellados los hermosos versos, nos quedará su memoria grabada para siempre.

[email protected]

FAUSTO MERINO MANCHENO

Tuve el honor hace varios años de mantener una larga velada acá en mi casa de Muisne, con dos personalidades de la cultura esmeraldeña. Fue muy placentero escuchar a Pepe Sosa recitar sus nuevos poemas y a Jalisco González, para mí hasta ese entonces desconocido vate y recitador quinindeño. Este nos deleitó con su poesía vibrante, sensual, poderosa y afectiva, donde abundaba el lenguaje afro-ecuatoriano, orgullo de su origen. Y no solo eso, su anecdotario y su conversación extremadamente atractiva, parece que hasta ahora resuenan en las paredes de mi hogar.

Yo creo que este negro lindo, que despertó a la vida con el embrujo de su río, el resonar del bombo y la musicalidad marimbera, plasmó en versos, muchos sin ninguna rima artificial, su puro sentimiento de amor a las mujeres, a la suya propia, al cariño fraterno para sus hijos, al fuego del íntimo enlace del amor y el reclamo de los suyos, los más necesitados, los marginados y discriminados que claman por el cambio.

Jalisco González fue un poeta popular innato, sin mayor educación, excepto la elemental. Se instruyó por su cuenta, sin seguir moldes extraños, caminó en pos de la décima y arrancó con su poesía poderosa. No son muchos sus poemas, pero de los que conozco y de los que escuché de sus labios, sobre todo, algunos, son dignos de contarse entre los de los mejores poetas populares de Latinoamérica.

Ahora que muere, pobre, como lo hacen casi por regla los poetas, aparecerán alabanzas, acuerdos, tal vez su nombre adorne alguna biblioteca, quién sabe el frontón de alguna escuela y nada más. Pero para alguien que lo conoció, aunque fuere por una sola vez, su imagen de negro grande, de voz estentórea, de cuya boca salían como atropellados los hermosos versos, nos quedará su memoria grabada para siempre.

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FAUSTO MERINO MANCHENO

Tuve el honor hace varios años de mantener una larga velada acá en mi casa de Muisne, con dos personalidades de la cultura esmeraldeña. Fue muy placentero escuchar a Pepe Sosa recitar sus nuevos poemas y a Jalisco González, para mí hasta ese entonces desconocido vate y recitador quinindeño. Este nos deleitó con su poesía vibrante, sensual, poderosa y afectiva, donde abundaba el lenguaje afro-ecuatoriano, orgullo de su origen. Y no solo eso, su anecdotario y su conversación extremadamente atractiva, parece que hasta ahora resuenan en las paredes de mi hogar.

Yo creo que este negro lindo, que despertó a la vida con el embrujo de su río, el resonar del bombo y la musicalidad marimbera, plasmó en versos, muchos sin ninguna rima artificial, su puro sentimiento de amor a las mujeres, a la suya propia, al cariño fraterno para sus hijos, al fuego del íntimo enlace del amor y el reclamo de los suyos, los más necesitados, los marginados y discriminados que claman por el cambio.

Jalisco González fue un poeta popular innato, sin mayor educación, excepto la elemental. Se instruyó por su cuenta, sin seguir moldes extraños, caminó en pos de la décima y arrancó con su poesía poderosa. No son muchos sus poemas, pero de los que conozco y de los que escuché de sus labios, sobre todo, algunos, son dignos de contarse entre los de los mejores poetas populares de Latinoamérica.

Ahora que muere, pobre, como lo hacen casi por regla los poetas, aparecerán alabanzas, acuerdos, tal vez su nombre adorne alguna biblioteca, quién sabe el frontón de alguna escuela y nada más. Pero para alguien que lo conoció, aunque fuere por una sola vez, su imagen de negro grande, de voz estentórea, de cuya boca salían como atropellados los hermosos versos, nos quedará su memoria grabada para siempre.

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FAUSTO MERINO MANCHENO

Tuve el honor hace varios años de mantener una larga velada acá en mi casa de Muisne, con dos personalidades de la cultura esmeraldeña. Fue muy placentero escuchar a Pepe Sosa recitar sus nuevos poemas y a Jalisco González, para mí hasta ese entonces desconocido vate y recitador quinindeño. Este nos deleitó con su poesía vibrante, sensual, poderosa y afectiva, donde abundaba el lenguaje afro-ecuatoriano, orgullo de su origen. Y no solo eso, su anecdotario y su conversación extremadamente atractiva, parece que hasta ahora resuenan en las paredes de mi hogar.

Yo creo que este negro lindo, que despertó a la vida con el embrujo de su río, el resonar del bombo y la musicalidad marimbera, plasmó en versos, muchos sin ninguna rima artificial, su puro sentimiento de amor a las mujeres, a la suya propia, al cariño fraterno para sus hijos, al fuego del íntimo enlace del amor y el reclamo de los suyos, los más necesitados, los marginados y discriminados que claman por el cambio.

Jalisco González fue un poeta popular innato, sin mayor educación, excepto la elemental. Se instruyó por su cuenta, sin seguir moldes extraños, caminó en pos de la décima y arrancó con su poesía poderosa. No son muchos sus poemas, pero de los que conozco y de los que escuché de sus labios, sobre todo, algunos, son dignos de contarse entre los de los mejores poetas populares de Latinoamérica.

Ahora que muere, pobre, como lo hacen casi por regla los poetas, aparecerán alabanzas, acuerdos, tal vez su nombre adorne alguna biblioteca, quién sabe el frontón de alguna escuela y nada más. Pero para alguien que lo conoció, aunque fuere por una sola vez, su imagen de negro grande, de voz estentórea, de cuya boca salían como atropellados los hermosos versos, nos quedará su memoria grabada para siempre.

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