Andrés Pachano

Andrés Pachano

Siempre me he preguntado: ¿a dónde van los libros?…

Triste averiguar cuál su paradero final luego de la ausencia definitiva de su celoso propietario. Quizá algún heredero los guardará en respeto a la memoria de quien los acunó con pasión y sus páginas, alguna vez devoradas por la fiebre de un lector, permanecerán por siempre cerradas y olvidadas; quizá también los regalen a alguna biblioteca pública, en el que esos libros cumplan una ordenada, por rigurosa, estancia en los grises anaqueles de sus depósitos y… también con mucha seguridad, las palabras de sus páginas permanecerán enclaustradas para eternas memorias; en el mejor de los casos esas viejas páginas empastadas irán a parar a la devoción de aquellos asombrosos y cálidos seres que los compran para revenderlos en sus tiendas de libros usados y que, por la cada vez más escasa demanda, acumulan cientos de ejemplares, joyas para misántropos lectores, escasos investigadores y muy raros anticuarios; ya casi no se las ve en nuestras ciudades, “eran” hermosos sitios para perderse en el tiempo, en las memorias.

Pero quizá la mayoría de los libros, a aquellos que con desdén los llaman “viejos”, irán a parar a la hoguera, víctimas de la insensata comodidad; fin en todo caso más noble que el oprobioso y más común: la basura.

Por contradictorio que parezca, me parece que cuando más se escribe menos se lee en libros físico y se recurre con más asiduidad a quien todo lo sabe: ‘el señor Google’. Para qué un diccionario, de gana una enciclopedia, si ‘mister Google’, desde el teléfono celular me resume mi ansia de saber, parce ser esta la actual lógica.

La Biblioteca del Basurero de Ankara (lo vi en un reportaje de la televisión extranjera), sublima y reconforta. Empleados municipales de la capital de Turquía, a su cuenta, desde hace años se han dado a la tarea de clasificar la basura y salvar de la podredumbre a los libros que en ella encuentran, han recopilado más allá de 20.000 ejemplares, meticulosamente limpiados y clasificados, reposan en el espacio de una antigua fábrica a disposición pública, el número de libros recuperados, cada día crece.

Sublima este digno y lejano ejemplo.

Andrés Pachano

Siempre me he preguntado: ¿a dónde van los libros?…

Triste averiguar cuál su paradero final luego de la ausencia definitiva de su celoso propietario. Quizá algún heredero los guardará en respeto a la memoria de quien los acunó con pasión y sus páginas, alguna vez devoradas por la fiebre de un lector, permanecerán por siempre cerradas y olvidadas; quizá también los regalen a alguna biblioteca pública, en el que esos libros cumplan una ordenada, por rigurosa, estancia en los grises anaqueles de sus depósitos y… también con mucha seguridad, las palabras de sus páginas permanecerán enclaustradas para eternas memorias; en el mejor de los casos esas viejas páginas empastadas irán a parar a la devoción de aquellos asombrosos y cálidos seres que los compran para revenderlos en sus tiendas de libros usados y que, por la cada vez más escasa demanda, acumulan cientos de ejemplares, joyas para misántropos lectores, escasos investigadores y muy raros anticuarios; ya casi no se las ve en nuestras ciudades, “eran” hermosos sitios para perderse en el tiempo, en las memorias.

Pero quizá la mayoría de los libros, a aquellos que con desdén los llaman “viejos”, irán a parar a la hoguera, víctimas de la insensata comodidad; fin en todo caso más noble que el oprobioso y más común: la basura.

Por contradictorio que parezca, me parece que cuando más se escribe menos se lee en libros físico y se recurre con más asiduidad a quien todo lo sabe: ‘el señor Google’. Para qué un diccionario, de gana una enciclopedia, si ‘mister Google’, desde el teléfono celular me resume mi ansia de saber, parce ser esta la actual lógica.

La Biblioteca del Basurero de Ankara (lo vi en un reportaje de la televisión extranjera), sublima y reconforta. Empleados municipales de la capital de Turquía, a su cuenta, desde hace años se han dado a la tarea de clasificar la basura y salvar de la podredumbre a los libros que en ella encuentran, han recopilado más allá de 20.000 ejemplares, meticulosamente limpiados y clasificados, reposan en el espacio de una antigua fábrica a disposición pública, el número de libros recuperados, cada día crece.

Sublima este digno y lejano ejemplo.

Andrés Pachano

Siempre me he preguntado: ¿a dónde van los libros?…

Triste averiguar cuál su paradero final luego de la ausencia definitiva de su celoso propietario. Quizá algún heredero los guardará en respeto a la memoria de quien los acunó con pasión y sus páginas, alguna vez devoradas por la fiebre de un lector, permanecerán por siempre cerradas y olvidadas; quizá también los regalen a alguna biblioteca pública, en el que esos libros cumplan una ordenada, por rigurosa, estancia en los grises anaqueles de sus depósitos y… también con mucha seguridad, las palabras de sus páginas permanecerán enclaustradas para eternas memorias; en el mejor de los casos esas viejas páginas empastadas irán a parar a la devoción de aquellos asombrosos y cálidos seres que los compran para revenderlos en sus tiendas de libros usados y que, por la cada vez más escasa demanda, acumulan cientos de ejemplares, joyas para misántropos lectores, escasos investigadores y muy raros anticuarios; ya casi no se las ve en nuestras ciudades, “eran” hermosos sitios para perderse en el tiempo, en las memorias.

Pero quizá la mayoría de los libros, a aquellos que con desdén los llaman “viejos”, irán a parar a la hoguera, víctimas de la insensata comodidad; fin en todo caso más noble que el oprobioso y más común: la basura.

Por contradictorio que parezca, me parece que cuando más se escribe menos se lee en libros físico y se recurre con más asiduidad a quien todo lo sabe: ‘el señor Google’. Para qué un diccionario, de gana una enciclopedia, si ‘mister Google’, desde el teléfono celular me resume mi ansia de saber, parce ser esta la actual lógica.

La Biblioteca del Basurero de Ankara (lo vi en un reportaje de la televisión extranjera), sublima y reconforta. Empleados municipales de la capital de Turquía, a su cuenta, desde hace años se han dado a la tarea de clasificar la basura y salvar de la podredumbre a los libros que en ella encuentran, han recopilado más allá de 20.000 ejemplares, meticulosamente limpiados y clasificados, reposan en el espacio de una antigua fábrica a disposición pública, el número de libros recuperados, cada día crece.

Sublima este digno y lejano ejemplo.

Andrés Pachano

Siempre me he preguntado: ¿a dónde van los libros?…

Triste averiguar cuál su paradero final luego de la ausencia definitiva de su celoso propietario. Quizá algún heredero los guardará en respeto a la memoria de quien los acunó con pasión y sus páginas, alguna vez devoradas por la fiebre de un lector, permanecerán por siempre cerradas y olvidadas; quizá también los regalen a alguna biblioteca pública, en el que esos libros cumplan una ordenada, por rigurosa, estancia en los grises anaqueles de sus depósitos y… también con mucha seguridad, las palabras de sus páginas permanecerán enclaustradas para eternas memorias; en el mejor de los casos esas viejas páginas empastadas irán a parar a la devoción de aquellos asombrosos y cálidos seres que los compran para revenderlos en sus tiendas de libros usados y que, por la cada vez más escasa demanda, acumulan cientos de ejemplares, joyas para misántropos lectores, escasos investigadores y muy raros anticuarios; ya casi no se las ve en nuestras ciudades, “eran” hermosos sitios para perderse en el tiempo, en las memorias.

Pero quizá la mayoría de los libros, a aquellos que con desdén los llaman “viejos”, irán a parar a la hoguera, víctimas de la insensata comodidad; fin en todo caso más noble que el oprobioso y más común: la basura.

Por contradictorio que parezca, me parece que cuando más se escribe menos se lee en libros físico y se recurre con más asiduidad a quien todo lo sabe: ‘el señor Google’. Para qué un diccionario, de gana una enciclopedia, si ‘mister Google’, desde el teléfono celular me resume mi ansia de saber, parce ser esta la actual lógica.

La Biblioteca del Basurero de Ankara (lo vi en un reportaje de la televisión extranjera), sublima y reconforta. Empleados municipales de la capital de Turquía, a su cuenta, desde hace años se han dado a la tarea de clasificar la basura y salvar de la podredumbre a los libros que en ella encuentran, han recopilado más allá de 20.000 ejemplares, meticulosamente limpiados y clasificados, reposan en el espacio de una antigua fábrica a disposición pública, el número de libros recuperados, cada día crece.

Sublima este digno y lejano ejemplo.