Tiempo de paz e introspección

Lucía Margarita Figueroa Robles

Nos acercamos a la Navidad con aquella ilusión de compartir junto a nuestros seres queridos momentos de felicidad, alegría, celebración; y es ahí cuando planificamos cada detalle para que todo salga a la perfección: los adornos navideños con mayor destello, el atuendo más elegante, obsequios para todos, el vino más costoso, y reservamos la más suculenta cena de nochebuena; dejando de lado lo que realmente significa esta fecha que marca el calendario. Y es que todo ese camino trazado para compartir una fastuosa recepción con los familiares o amigos cercanos, debería más bien ser el plan trazado para la reflexión personal, ya que cada individuo conoce muy bien “dónde le aprieta el zapato” y es consciente que para evitar esa molestia, se debe encarar esta realidad sin miedo, sacándose el vendaje para ver si su herida ya ha sanado o se ha podrido del todo. Convenimos apartar un tiempo para meditar, para comprender el porqué de nuestras vivencias, qué nos falta para ser felices realmente, ya que este tema de la felicidad se ha convertido en un argumento de estudio científico, en el que evidentemente, no se involucra el factor económico, o el poseer, en vista de que lo material tiene una adaptación hedónica, pero luego de un tiempo nos adaptamos al objeto y requerimos uno nuevo para sentirnos “realizados”. Sin embargo, al compartir tiempo, sentimientos, vivencias, sin lugar a dudas, éstos se recordarán toda la vida, como un álbum de fotografías en nuestra memoria. De ahí que, si las cosas nos siguen saliendo mal, sentimos ansiedad por todo, no nos gusta la vida que llevamos, todo nos fastidia, es necesario reflexionar sobre nuestras pequeñas miserias y porqué las seguimos alimentando. Disfrutemos este tiempo de paz e introspección para sacar esos fantasmas que llevamos dentro, esa negatividad que no nos permite dar amor al prójimo, construyamos en esta navidad vínculos positivos y saludables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. (O)

[email protected]

Lucía Margarita Figueroa Robles

Nos acercamos a la Navidad con aquella ilusión de compartir junto a nuestros seres queridos momentos de felicidad, alegría, celebración; y es ahí cuando planificamos cada detalle para que todo salga a la perfección: los adornos navideños con mayor destello, el atuendo más elegante, obsequios para todos, el vino más costoso, y reservamos la más suculenta cena de nochebuena; dejando de lado lo que realmente significa esta fecha que marca el calendario. Y es que todo ese camino trazado para compartir una fastuosa recepción con los familiares o amigos cercanos, debería más bien ser el plan trazado para la reflexión personal, ya que cada individuo conoce muy bien “dónde le aprieta el zapato” y es consciente que para evitar esa molestia, se debe encarar esta realidad sin miedo, sacándose el vendaje para ver si su herida ya ha sanado o se ha podrido del todo. Convenimos apartar un tiempo para meditar, para comprender el porqué de nuestras vivencias, qué nos falta para ser felices realmente, ya que este tema de la felicidad se ha convertido en un argumento de estudio científico, en el que evidentemente, no se involucra el factor económico, o el poseer, en vista de que lo material tiene una adaptación hedónica, pero luego de un tiempo nos adaptamos al objeto y requerimos uno nuevo para sentirnos “realizados”. Sin embargo, al compartir tiempo, sentimientos, vivencias, sin lugar a dudas, éstos se recordarán toda la vida, como un álbum de fotografías en nuestra memoria. De ahí que, si las cosas nos siguen saliendo mal, sentimos ansiedad por todo, no nos gusta la vida que llevamos, todo nos fastidia, es necesario reflexionar sobre nuestras pequeñas miserias y porqué las seguimos alimentando. Disfrutemos este tiempo de paz e introspección para sacar esos fantasmas que llevamos dentro, esa negatividad que no nos permite dar amor al prójimo, construyamos en esta navidad vínculos positivos y saludables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. (O)

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Nos acercamos a la Navidad con aquella ilusión de compartir junto a nuestros seres queridos momentos de felicidad, alegría, celebración; y es ahí cuando planificamos cada detalle para que todo salga a la perfección: los adornos navideños con mayor destello, el atuendo más elegante, obsequios para todos, el vino más costoso, y reservamos la más suculenta cena de nochebuena; dejando de lado lo que realmente significa esta fecha que marca el calendario. Y es que todo ese camino trazado para compartir una fastuosa recepción con los familiares o amigos cercanos, debería más bien ser el plan trazado para la reflexión personal, ya que cada individuo conoce muy bien “dónde le aprieta el zapato” y es consciente que para evitar esa molestia, se debe encarar esta realidad sin miedo, sacándose el vendaje para ver si su herida ya ha sanado o se ha podrido del todo. Convenimos apartar un tiempo para meditar, para comprender el porqué de nuestras vivencias, qué nos falta para ser felices realmente, ya que este tema de la felicidad se ha convertido en un argumento de estudio científico, en el que evidentemente, no se involucra el factor económico, o el poseer, en vista de que lo material tiene una adaptación hedónica, pero luego de un tiempo nos adaptamos al objeto y requerimos uno nuevo para sentirnos “realizados”. Sin embargo, al compartir tiempo, sentimientos, vivencias, sin lugar a dudas, éstos se recordarán toda la vida, como un álbum de fotografías en nuestra memoria. De ahí que, si las cosas nos siguen saliendo mal, sentimos ansiedad por todo, no nos gusta la vida que llevamos, todo nos fastidia, es necesario reflexionar sobre nuestras pequeñas miserias y porqué las seguimos alimentando. Disfrutemos este tiempo de paz e introspección para sacar esos fantasmas que llevamos dentro, esa negatividad que no nos permite dar amor al prójimo, construyamos en esta navidad vínculos positivos y saludables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. (O)

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Nos acercamos a la Navidad con aquella ilusión de compartir junto a nuestros seres queridos momentos de felicidad, alegría, celebración; y es ahí cuando planificamos cada detalle para que todo salga a la perfección: los adornos navideños con mayor destello, el atuendo más elegante, obsequios para todos, el vino más costoso, y reservamos la más suculenta cena de nochebuena; dejando de lado lo que realmente significa esta fecha que marca el calendario. Y es que todo ese camino trazado para compartir una fastuosa recepción con los familiares o amigos cercanos, debería más bien ser el plan trazado para la reflexión personal, ya que cada individuo conoce muy bien “dónde le aprieta el zapato” y es consciente que para evitar esa molestia, se debe encarar esta realidad sin miedo, sacándose el vendaje para ver si su herida ya ha sanado o se ha podrido del todo. Convenimos apartar un tiempo para meditar, para comprender el porqué de nuestras vivencias, qué nos falta para ser felices realmente, ya que este tema de la felicidad se ha convertido en un argumento de estudio científico, en el que evidentemente, no se involucra el factor económico, o el poseer, en vista de que lo material tiene una adaptación hedónica, pero luego de un tiempo nos adaptamos al objeto y requerimos uno nuevo para sentirnos “realizados”. Sin embargo, al compartir tiempo, sentimientos, vivencias, sin lugar a dudas, éstos se recordarán toda la vida, como un álbum de fotografías en nuestra memoria. De ahí que, si las cosas nos siguen saliendo mal, sentimos ansiedad por todo, no nos gusta la vida que llevamos, todo nos fastidia, es necesario reflexionar sobre nuestras pequeñas miserias y porqué las seguimos alimentando. Disfrutemos este tiempo de paz e introspección para sacar esos fantasmas que llevamos dentro, esa negatividad que no nos permite dar amor al prójimo, construyamos en esta navidad vínculos positivos y saludables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. (O)

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