Llegan tiempos de reflexión

Se avecina las fiestas de navidad y fin de año, de unión familiar, para los que cuentan con familias normales, pero también de momentos para la reflexión. El festejo del natalicio de Jesús, nuestro profeta, que el catolicismo lo señala como el hijo del Creador quien dio su vida por nosotros, abre un renacimiento de paz y de unión entre los pueblos para convertirnos en mejores personas, actitudes que su ejemplar vida nos legó como enseñanzas. Religión significa la unión entre los pueblos, pero pocos entienden su significado.

Vivimos en un país dividido en clases sociales, raciales y económicas. Características que vienen ahora en combos. Donde cada quién mira su conveniencia personal, familiar o grupal, pero jamás el bien colectivo, de país o de región. Donde la desobediencia a las leyes y reglamentos, es la norma heredada de los colonizadores; donde la viveza criolla es la regla; donde la corrupción la palpamos desde lo más alto, hasta el más humilde trabajador; y donde los honrados de acciones y de pensamiento, somos vistos como la excepción a la regla. Somos el pelo en la sopa. Y donde la unión como país, se nos da por cataclismos; o por un partido de futbol, donde se nos quita momentáneamente lo racistas.

Somos una nación en construcción. Un país multicultural y pluriétnico, lo que debería ser nuestra mayor riqueza, pues además contamos con una geografía maravillosa, con regiones diferentes y muy cercanas.

Somos el resumen del planeta. Pero no hemos tenido, desafortunadamente, la cultura necesaria para desarrollar una visión de conjunto como un Estado que permita desarrollarnos todos juntos; cada pueblo según su cosmovisión; cada persona según sus capacidades; pero todos de la mano hacia mejores días como país. Por lo que, cuando un politiquero nos divide y deshace lo actuado por décadas, no tiene perdón de Dios.

La clase política tiene que meditar sobre esta enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros. Dios los guíe.

[email protected]

Se avecina las fiestas de navidad y fin de año, de unión familiar, para los que cuentan con familias normales, pero también de momentos para la reflexión. El festejo del natalicio de Jesús, nuestro profeta, que el catolicismo lo señala como el hijo del Creador quien dio su vida por nosotros, abre un renacimiento de paz y de unión entre los pueblos para convertirnos en mejores personas, actitudes que su ejemplar vida nos legó como enseñanzas. Religión significa la unión entre los pueblos, pero pocos entienden su significado.

Vivimos en un país dividido en clases sociales, raciales y económicas. Características que vienen ahora en combos. Donde cada quién mira su conveniencia personal, familiar o grupal, pero jamás el bien colectivo, de país o de región. Donde la desobediencia a las leyes y reglamentos, es la norma heredada de los colonizadores; donde la viveza criolla es la regla; donde la corrupción la palpamos desde lo más alto, hasta el más humilde trabajador; y donde los honrados de acciones y de pensamiento, somos vistos como la excepción a la regla. Somos el pelo en la sopa. Y donde la unión como país, se nos da por cataclismos; o por un partido de futbol, donde se nos quita momentáneamente lo racistas.

Somos una nación en construcción. Un país multicultural y pluriétnico, lo que debería ser nuestra mayor riqueza, pues además contamos con una geografía maravillosa, con regiones diferentes y muy cercanas.

Somos el resumen del planeta. Pero no hemos tenido, desafortunadamente, la cultura necesaria para desarrollar una visión de conjunto como un Estado que permita desarrollarnos todos juntos; cada pueblo según su cosmovisión; cada persona según sus capacidades; pero todos de la mano hacia mejores días como país. Por lo que, cuando un politiquero nos divide y deshace lo actuado por décadas, no tiene perdón de Dios.

La clase política tiene que meditar sobre esta enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros. Dios los guíe.

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Se avecina las fiestas de navidad y fin de año, de unión familiar, para los que cuentan con familias normales, pero también de momentos para la reflexión. El festejo del natalicio de Jesús, nuestro profeta, que el catolicismo lo señala como el hijo del Creador quien dio su vida por nosotros, abre un renacimiento de paz y de unión entre los pueblos para convertirnos en mejores personas, actitudes que su ejemplar vida nos legó como enseñanzas. Religión significa la unión entre los pueblos, pero pocos entienden su significado.

Vivimos en un país dividido en clases sociales, raciales y económicas. Características que vienen ahora en combos. Donde cada quién mira su conveniencia personal, familiar o grupal, pero jamás el bien colectivo, de país o de región. Donde la desobediencia a las leyes y reglamentos, es la norma heredada de los colonizadores; donde la viveza criolla es la regla; donde la corrupción la palpamos desde lo más alto, hasta el más humilde trabajador; y donde los honrados de acciones y de pensamiento, somos vistos como la excepción a la regla. Somos el pelo en la sopa. Y donde la unión como país, se nos da por cataclismos; o por un partido de futbol, donde se nos quita momentáneamente lo racistas.

Somos una nación en construcción. Un país multicultural y pluriétnico, lo que debería ser nuestra mayor riqueza, pues además contamos con una geografía maravillosa, con regiones diferentes y muy cercanas.

Somos el resumen del planeta. Pero no hemos tenido, desafortunadamente, la cultura necesaria para desarrollar una visión de conjunto como un Estado que permita desarrollarnos todos juntos; cada pueblo según su cosmovisión; cada persona según sus capacidades; pero todos de la mano hacia mejores días como país. Por lo que, cuando un politiquero nos divide y deshace lo actuado por décadas, no tiene perdón de Dios.

La clase política tiene que meditar sobre esta enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros. Dios los guíe.

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Se avecina las fiestas de navidad y fin de año, de unión familiar, para los que cuentan con familias normales, pero también de momentos para la reflexión. El festejo del natalicio de Jesús, nuestro profeta, que el catolicismo lo señala como el hijo del Creador quien dio su vida por nosotros, abre un renacimiento de paz y de unión entre los pueblos para convertirnos en mejores personas, actitudes que su ejemplar vida nos legó como enseñanzas. Religión significa la unión entre los pueblos, pero pocos entienden su significado.

Vivimos en un país dividido en clases sociales, raciales y económicas. Características que vienen ahora en combos. Donde cada quién mira su conveniencia personal, familiar o grupal, pero jamás el bien colectivo, de país o de región. Donde la desobediencia a las leyes y reglamentos, es la norma heredada de los colonizadores; donde la viveza criolla es la regla; donde la corrupción la palpamos desde lo más alto, hasta el más humilde trabajador; y donde los honrados de acciones y de pensamiento, somos vistos como la excepción a la regla. Somos el pelo en la sopa. Y donde la unión como país, se nos da por cataclismos; o por un partido de futbol, donde se nos quita momentáneamente lo racistas.

Somos una nación en construcción. Un país multicultural y pluriétnico, lo que debería ser nuestra mayor riqueza, pues además contamos con una geografía maravillosa, con regiones diferentes y muy cercanas.

Somos el resumen del planeta. Pero no hemos tenido, desafortunadamente, la cultura necesaria para desarrollar una visión de conjunto como un Estado que permita desarrollarnos todos juntos; cada pueblo según su cosmovisión; cada persona según sus capacidades; pero todos de la mano hacia mejores días como país. Por lo que, cuando un politiquero nos divide y deshace lo actuado por décadas, no tiene perdón de Dios.

La clase política tiene que meditar sobre esta enorme responsabilidad que tiene sobre sus hombros. Dios los guíe.

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