Ni blanco, ni negro

Jorge Zaruma Flores

El maniqueísmo fue una religión del siglo III, fundada por Mani (líder religioso de la nobleza parta), que se extendió desde el Imperio Sasánida (Irán) hasta China, recorriendo Europa y el norte de África. Esta doctrina religiosa propone una visión dual del universo a través de dos principios fundamentales: el bien y el mal. Sin matices ni equilibrios, pues, siempre se estará de un lado o del otro, con Dios o con el demonio, haciendo lo correcto o lo incorrecto.

Si este reduccionismo a ultranza se ejerce en la vida social, entramos en una dinámica nociva, sostenida en la división de dos grupos: los que hacen bien y los que hacen mal. Así, se manifiesta una eterna lucha que simplifica y vacía de contenido el debate, convirtiendo a todo aquel que no comparte mis ideas en el enemigo, y a quien está de nuestro lado en adalid de la justicia y verdad, ajeno al error y crítica.

En política, esto decolora el debate y deja de lado la búsqueda de acuerdos, llenando el escenario de una moralidad política que justifica. Por ejemplo, de un lado está la cruel derecha, frente a la humana izquierda. Por otro, están los corruptos sentenciados por esa derecha honesta que busca generar empleo y mejorar al país. No hay autocrítica, ni deliberación.

Lo previo nos afecta a todos, pues, la falta de contrastación de ideas concretas que desemboquen en acuerdos, provoca frecuentes inconsistencias y reproducción de la violencia.

Por todo esto, creo que es momento de colorear el debate; que no se tiña de blanco o negro, sino de muchos grises, que no se limite a buenos o malos, sino a “nosotros”, que no se trate de desaprobación sino de construcción.

Es hora de pintar la autocrítica en nuestra bandera, y tal vez así, podamos llenar de colores los debates a través de consciente deliberación. (O)

[email protected]

Jorge Zaruma Flores

El maniqueísmo fue una religión del siglo III, fundada por Mani (líder religioso de la nobleza parta), que se extendió desde el Imperio Sasánida (Irán) hasta China, recorriendo Europa y el norte de África. Esta doctrina religiosa propone una visión dual del universo a través de dos principios fundamentales: el bien y el mal. Sin matices ni equilibrios, pues, siempre se estará de un lado o del otro, con Dios o con el demonio, haciendo lo correcto o lo incorrecto.

Si este reduccionismo a ultranza se ejerce en la vida social, entramos en una dinámica nociva, sostenida en la división de dos grupos: los que hacen bien y los que hacen mal. Así, se manifiesta una eterna lucha que simplifica y vacía de contenido el debate, convirtiendo a todo aquel que no comparte mis ideas en el enemigo, y a quien está de nuestro lado en adalid de la justicia y verdad, ajeno al error y crítica.

En política, esto decolora el debate y deja de lado la búsqueda de acuerdos, llenando el escenario de una moralidad política que justifica. Por ejemplo, de un lado está la cruel derecha, frente a la humana izquierda. Por otro, están los corruptos sentenciados por esa derecha honesta que busca generar empleo y mejorar al país. No hay autocrítica, ni deliberación.

Lo previo nos afecta a todos, pues, la falta de contrastación de ideas concretas que desemboquen en acuerdos, provoca frecuentes inconsistencias y reproducción de la violencia.

Por todo esto, creo que es momento de colorear el debate; que no se tiña de blanco o negro, sino de muchos grises, que no se limite a buenos o malos, sino a “nosotros”, que no se trate de desaprobación sino de construcción.

Es hora de pintar la autocrítica en nuestra bandera, y tal vez así, podamos llenar de colores los debates a través de consciente deliberación. (O)

[email protected]

Jorge Zaruma Flores

El maniqueísmo fue una religión del siglo III, fundada por Mani (líder religioso de la nobleza parta), que se extendió desde el Imperio Sasánida (Irán) hasta China, recorriendo Europa y el norte de África. Esta doctrina religiosa propone una visión dual del universo a través de dos principios fundamentales: el bien y el mal. Sin matices ni equilibrios, pues, siempre se estará de un lado o del otro, con Dios o con el demonio, haciendo lo correcto o lo incorrecto.

Si este reduccionismo a ultranza se ejerce en la vida social, entramos en una dinámica nociva, sostenida en la división de dos grupos: los que hacen bien y los que hacen mal. Así, se manifiesta una eterna lucha que simplifica y vacía de contenido el debate, convirtiendo a todo aquel que no comparte mis ideas en el enemigo, y a quien está de nuestro lado en adalid de la justicia y verdad, ajeno al error y crítica.

En política, esto decolora el debate y deja de lado la búsqueda de acuerdos, llenando el escenario de una moralidad política que justifica. Por ejemplo, de un lado está la cruel derecha, frente a la humana izquierda. Por otro, están los corruptos sentenciados por esa derecha honesta que busca generar empleo y mejorar al país. No hay autocrítica, ni deliberación.

Lo previo nos afecta a todos, pues, la falta de contrastación de ideas concretas que desemboquen en acuerdos, provoca frecuentes inconsistencias y reproducción de la violencia.

Por todo esto, creo que es momento de colorear el debate; que no se tiña de blanco o negro, sino de muchos grises, que no se limite a buenos o malos, sino a “nosotros”, que no se trate de desaprobación sino de construcción.

Es hora de pintar la autocrítica en nuestra bandera, y tal vez así, podamos llenar de colores los debates a través de consciente deliberación. (O)

[email protected]

Jorge Zaruma Flores

El maniqueísmo fue una religión del siglo III, fundada por Mani (líder religioso de la nobleza parta), que se extendió desde el Imperio Sasánida (Irán) hasta China, recorriendo Europa y el norte de África. Esta doctrina religiosa propone una visión dual del universo a través de dos principios fundamentales: el bien y el mal. Sin matices ni equilibrios, pues, siempre se estará de un lado o del otro, con Dios o con el demonio, haciendo lo correcto o lo incorrecto.

Si este reduccionismo a ultranza se ejerce en la vida social, entramos en una dinámica nociva, sostenida en la división de dos grupos: los que hacen bien y los que hacen mal. Así, se manifiesta una eterna lucha que simplifica y vacía de contenido el debate, convirtiendo a todo aquel que no comparte mis ideas en el enemigo, y a quien está de nuestro lado en adalid de la justicia y verdad, ajeno al error y crítica.

En política, esto decolora el debate y deja de lado la búsqueda de acuerdos, llenando el escenario de una moralidad política que justifica. Por ejemplo, de un lado está la cruel derecha, frente a la humana izquierda. Por otro, están los corruptos sentenciados por esa derecha honesta que busca generar empleo y mejorar al país. No hay autocrítica, ni deliberación.

Lo previo nos afecta a todos, pues, la falta de contrastación de ideas concretas que desemboquen en acuerdos, provoca frecuentes inconsistencias y reproducción de la violencia.

Por todo esto, creo que es momento de colorear el debate; que no se tiña de blanco o negro, sino de muchos grises, que no se limite a buenos o malos, sino a “nosotros”, que no se trate de desaprobación sino de construcción.

Es hora de pintar la autocrítica en nuestra bandera, y tal vez así, podamos llenar de colores los debates a través de consciente deliberación. (O)

[email protected]