El arte como identidad

POR: Fausto Jaramillo Y.

El viernes, el Ministerio de Turismo reconoció a Cotacachi, como “Pueblo Mágico” del Ecuador.

A ese reconocimiento debió sumarse con alegría el Ministerio de Cultura, pues, es, precisamente, la cultura viva de sus gentes la que ha contribuido permanentemente a convertir a esa ciudad como un verdadero paraíso de paz, de trabajo, de alegría, de inclusión, de fantasía humana.

En tiempos en que el desarrollo se ha convertido en sinónimo de cemento y hierro, resulta refrescante el que se premia a una ciudad por haber caminado contra corriente para rescatar el valor de lo humano como la vía de su desarrollo.

Las calles de la ciudad se han convertido en el escenario social donde el arte en sus distintas manifestaciones se halla vivo, presente, cotidiano. La ruta de la música recupera la memoria histórica de la ciudad al rendir homenaje sencillo pero hermoso, a sus músicos y compositores que a lo largo de su vida rindieron culto a su vocación. Sendas placas de cerámica con su rostro y con una pequeña biografía de cada uno de ellos están colocadas en las casas donde nacieron o donde transcurrieron sus vidas, convirtiéndose la ciudad entera en un museo musical donde retumban sus melodías.

Las paredes viejas o nuevas, muros de casas abandonadas, puertas añejas y adoloridas, ventanas cerradas por los siglos, recuperan vida al color de los pinceles de una nueva generación de pintores que han encontrado en ellas el lienzo adecuado para dar rienda suelta a su imaginación y a su arte. “Arte en la vereda”, donde el transeúnte recupera el tiempo para admirar la belleza que el hombre es capaz de concebir.

Por ahí, en una callejuela algún poeta no vaciló en escribir un grafiti poema dedicado al amor: “Te amo, no es para tanto; es para siempre”, demostrando que es posible escribir en muros, versos de sencilla e insondable belleza

En el centro de la ciudad, donde el comercio se basa en la exhibición de artículos de cuero que los cotacacheños aprendieron desde antaño a trabajarlo, las piezas muestran tan grande imaginación que inundan los sentidos del visitante quién exclama admirado la belleza de los productos ofrecidos.

Hoy en día, sus unidades educativas brindan a los jóvenes la oportunidad de continuar la tarea de sus antecesores. La técnica y el arte unidos prolongan y apuntan al crecimiento de estas artesanías que, sin perder el arte y la creatividad, pueden llegar a constituirse en industrias exportadores del pensamiento de sus hijos.

En fin, Cotacachi apostó a su identidad, no renunció a ella ante el dios comercio, sino que más bien, rinde culto al arte, a la imaginación, a la belleza, a la armonía. Con esas armas ha logrado que propios y extraños se entreguen a su magia.

Bien por Cotacachi y bien por los cotacacheños.

POR: Fausto Jaramillo Y.

El viernes, el Ministerio de Turismo reconoció a Cotacachi, como “Pueblo Mágico” del Ecuador.

A ese reconocimiento debió sumarse con alegría el Ministerio de Cultura, pues, es, precisamente, la cultura viva de sus gentes la que ha contribuido permanentemente a convertir a esa ciudad como un verdadero paraíso de paz, de trabajo, de alegría, de inclusión, de fantasía humana.

En tiempos en que el desarrollo se ha convertido en sinónimo de cemento y hierro, resulta refrescante el que se premia a una ciudad por haber caminado contra corriente para rescatar el valor de lo humano como la vía de su desarrollo.

Las calles de la ciudad se han convertido en el escenario social donde el arte en sus distintas manifestaciones se halla vivo, presente, cotidiano. La ruta de la música recupera la memoria histórica de la ciudad al rendir homenaje sencillo pero hermoso, a sus músicos y compositores que a lo largo de su vida rindieron culto a su vocación. Sendas placas de cerámica con su rostro y con una pequeña biografía de cada uno de ellos están colocadas en las casas donde nacieron o donde transcurrieron sus vidas, convirtiéndose la ciudad entera en un museo musical donde retumban sus melodías.

Las paredes viejas o nuevas, muros de casas abandonadas, puertas añejas y adoloridas, ventanas cerradas por los siglos, recuperan vida al color de los pinceles de una nueva generación de pintores que han encontrado en ellas el lienzo adecuado para dar rienda suelta a su imaginación y a su arte. “Arte en la vereda”, donde el transeúnte recupera el tiempo para admirar la belleza que el hombre es capaz de concebir.

Por ahí, en una callejuela algún poeta no vaciló en escribir un grafiti poema dedicado al amor: “Te amo, no es para tanto; es para siempre”, demostrando que es posible escribir en muros, versos de sencilla e insondable belleza

En el centro de la ciudad, donde el comercio se basa en la exhibición de artículos de cuero que los cotacacheños aprendieron desde antaño a trabajarlo, las piezas muestran tan grande imaginación que inundan los sentidos del visitante quién exclama admirado la belleza de los productos ofrecidos.

Hoy en día, sus unidades educativas brindan a los jóvenes la oportunidad de continuar la tarea de sus antecesores. La técnica y el arte unidos prolongan y apuntan al crecimiento de estas artesanías que, sin perder el arte y la creatividad, pueden llegar a constituirse en industrias exportadores del pensamiento de sus hijos.

En fin, Cotacachi apostó a su identidad, no renunció a ella ante el dios comercio, sino que más bien, rinde culto al arte, a la imaginación, a la belleza, a la armonía. Con esas armas ha logrado que propios y extraños se entreguen a su magia.

Bien por Cotacachi y bien por los cotacacheños.

POR: Fausto Jaramillo Y.

El viernes, el Ministerio de Turismo reconoció a Cotacachi, como “Pueblo Mágico” del Ecuador.

A ese reconocimiento debió sumarse con alegría el Ministerio de Cultura, pues, es, precisamente, la cultura viva de sus gentes la que ha contribuido permanentemente a convertir a esa ciudad como un verdadero paraíso de paz, de trabajo, de alegría, de inclusión, de fantasía humana.

En tiempos en que el desarrollo se ha convertido en sinónimo de cemento y hierro, resulta refrescante el que se premia a una ciudad por haber caminado contra corriente para rescatar el valor de lo humano como la vía de su desarrollo.

Las calles de la ciudad se han convertido en el escenario social donde el arte en sus distintas manifestaciones se halla vivo, presente, cotidiano. La ruta de la música recupera la memoria histórica de la ciudad al rendir homenaje sencillo pero hermoso, a sus músicos y compositores que a lo largo de su vida rindieron culto a su vocación. Sendas placas de cerámica con su rostro y con una pequeña biografía de cada uno de ellos están colocadas en las casas donde nacieron o donde transcurrieron sus vidas, convirtiéndose la ciudad entera en un museo musical donde retumban sus melodías.

Las paredes viejas o nuevas, muros de casas abandonadas, puertas añejas y adoloridas, ventanas cerradas por los siglos, recuperan vida al color de los pinceles de una nueva generación de pintores que han encontrado en ellas el lienzo adecuado para dar rienda suelta a su imaginación y a su arte. “Arte en la vereda”, donde el transeúnte recupera el tiempo para admirar la belleza que el hombre es capaz de concebir.

Por ahí, en una callejuela algún poeta no vaciló en escribir un grafiti poema dedicado al amor: “Te amo, no es para tanto; es para siempre”, demostrando que es posible escribir en muros, versos de sencilla e insondable belleza

En el centro de la ciudad, donde el comercio se basa en la exhibición de artículos de cuero que los cotacacheños aprendieron desde antaño a trabajarlo, las piezas muestran tan grande imaginación que inundan los sentidos del visitante quién exclama admirado la belleza de los productos ofrecidos.

Hoy en día, sus unidades educativas brindan a los jóvenes la oportunidad de continuar la tarea de sus antecesores. La técnica y el arte unidos prolongan y apuntan al crecimiento de estas artesanías que, sin perder el arte y la creatividad, pueden llegar a constituirse en industrias exportadores del pensamiento de sus hijos.

En fin, Cotacachi apostó a su identidad, no renunció a ella ante el dios comercio, sino que más bien, rinde culto al arte, a la imaginación, a la belleza, a la armonía. Con esas armas ha logrado que propios y extraños se entreguen a su magia.

Bien por Cotacachi y bien por los cotacacheños.

POR: Fausto Jaramillo Y.

El viernes, el Ministerio de Turismo reconoció a Cotacachi, como “Pueblo Mágico” del Ecuador.

A ese reconocimiento debió sumarse con alegría el Ministerio de Cultura, pues, es, precisamente, la cultura viva de sus gentes la que ha contribuido permanentemente a convertir a esa ciudad como un verdadero paraíso de paz, de trabajo, de alegría, de inclusión, de fantasía humana.

En tiempos en que el desarrollo se ha convertido en sinónimo de cemento y hierro, resulta refrescante el que se premia a una ciudad por haber caminado contra corriente para rescatar el valor de lo humano como la vía de su desarrollo.

Las calles de la ciudad se han convertido en el escenario social donde el arte en sus distintas manifestaciones se halla vivo, presente, cotidiano. La ruta de la música recupera la memoria histórica de la ciudad al rendir homenaje sencillo pero hermoso, a sus músicos y compositores que a lo largo de su vida rindieron culto a su vocación. Sendas placas de cerámica con su rostro y con una pequeña biografía de cada uno de ellos están colocadas en las casas donde nacieron o donde transcurrieron sus vidas, convirtiéndose la ciudad entera en un museo musical donde retumban sus melodías.

Las paredes viejas o nuevas, muros de casas abandonadas, puertas añejas y adoloridas, ventanas cerradas por los siglos, recuperan vida al color de los pinceles de una nueva generación de pintores que han encontrado en ellas el lienzo adecuado para dar rienda suelta a su imaginación y a su arte. “Arte en la vereda”, donde el transeúnte recupera el tiempo para admirar la belleza que el hombre es capaz de concebir.

Por ahí, en una callejuela algún poeta no vaciló en escribir un grafiti poema dedicado al amor: “Te amo, no es para tanto; es para siempre”, demostrando que es posible escribir en muros, versos de sencilla e insondable belleza

En el centro de la ciudad, donde el comercio se basa en la exhibición de artículos de cuero que los cotacacheños aprendieron desde antaño a trabajarlo, las piezas muestran tan grande imaginación que inundan los sentidos del visitante quién exclama admirado la belleza de los productos ofrecidos.

Hoy en día, sus unidades educativas brindan a los jóvenes la oportunidad de continuar la tarea de sus antecesores. La técnica y el arte unidos prolongan y apuntan al crecimiento de estas artesanías que, sin perder el arte y la creatividad, pueden llegar a constituirse en industrias exportadores del pensamiento de sus hijos.

En fin, Cotacachi apostó a su identidad, no renunció a ella ante el dios comercio, sino que más bien, rinde culto al arte, a la imaginación, a la belleza, a la armonía. Con esas armas ha logrado que propios y extraños se entreguen a su magia.

Bien por Cotacachi y bien por los cotacacheños.