Convivencia

Los ecuatorianos estamos obligados a tener una convivencia democrática que significa “vivir” “con” el que piensa distinto o que tiene otro idioma, cultura, raza o religión. Al hacerlo de manera armónica se evita que, los derechos de los unos se superpongan a los derechos de los demás. (Dentro de nuestro país debería ser algo usual).

Hasta octubre, mes del duelo nacional, creíamos habitar un mismo espacio en compañía de otros en la permanente búsqueda de la coexistencia pacífica y armoniosa como grupo humano. Evidenciamos qué al ser una nación plurinacional, habitan diferencias que requieren esfuerzo para escuchar y respetar al diferente. De eso depende el presente y futuro de nuestra casa grande.

Hay un severo bloqueo y la crispación social que nos asolan podrían atenuarse si intentamos ver a los “otros” no como seres despojados de ideales, valores y razones legítimas, aunque consideremos que están equivocados.

Especialistas en gestión de conflictos señalan que el primer paso para resolverlos está relacionado con la construcción de un panorama compartido del problema. Es decir, ponernos de acuerdo al menos sobre las razones de unos y otros. Y a partir de ese mosaico, tratar de ordenar las piezas y buscar acuerdos mínimos que lleven al final del túnel. Requisito: dialogar.

El aumento de la tensión actual podría explicarse en cierta medida por la incapacidad de las dirigencias en pugna para sentarse a conversar sobre sus visiones divergentes acerca de los conflictos que llevaron al impasse. La sociedad espera ese simple gesto de sus líderes.

Trabajadores, transportistas, movimientos sociales, Gobierno, indígenas se atrincheran en sus certezas y prejuicios que impiden una convivencia pacífica para interactuar y trabajar por objetivos comunes. No habrá salida si los actores involucrados no generan procedimientos que contribuyan a canalizar y dirimir pacíficamente las divergencias.

Ninguna de las partes en conflicto tiene por sí sola la capacidad de solucionar. Estamos obligados a convivir y para ello mirarnos de frente y dialogar de forma auténtica, sin ases bajo la manga.

[email protected]

Los ecuatorianos estamos obligados a tener una convivencia democrática que significa “vivir” “con” el que piensa distinto o que tiene otro idioma, cultura, raza o religión. Al hacerlo de manera armónica se evita que, los derechos de los unos se superpongan a los derechos de los demás. (Dentro de nuestro país debería ser algo usual).

Hasta octubre, mes del duelo nacional, creíamos habitar un mismo espacio en compañía de otros en la permanente búsqueda de la coexistencia pacífica y armoniosa como grupo humano. Evidenciamos qué al ser una nación plurinacional, habitan diferencias que requieren esfuerzo para escuchar y respetar al diferente. De eso depende el presente y futuro de nuestra casa grande.

Hay un severo bloqueo y la crispación social que nos asolan podrían atenuarse si intentamos ver a los “otros” no como seres despojados de ideales, valores y razones legítimas, aunque consideremos que están equivocados.

Especialistas en gestión de conflictos señalan que el primer paso para resolverlos está relacionado con la construcción de un panorama compartido del problema. Es decir, ponernos de acuerdo al menos sobre las razones de unos y otros. Y a partir de ese mosaico, tratar de ordenar las piezas y buscar acuerdos mínimos que lleven al final del túnel. Requisito: dialogar.

El aumento de la tensión actual podría explicarse en cierta medida por la incapacidad de las dirigencias en pugna para sentarse a conversar sobre sus visiones divergentes acerca de los conflictos que llevaron al impasse. La sociedad espera ese simple gesto de sus líderes.

Trabajadores, transportistas, movimientos sociales, Gobierno, indígenas se atrincheran en sus certezas y prejuicios que impiden una convivencia pacífica para interactuar y trabajar por objetivos comunes. No habrá salida si los actores involucrados no generan procedimientos que contribuyan a canalizar y dirimir pacíficamente las divergencias.

Ninguna de las partes en conflicto tiene por sí sola la capacidad de solucionar. Estamos obligados a convivir y para ello mirarnos de frente y dialogar de forma auténtica, sin ases bajo la manga.

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Los ecuatorianos estamos obligados a tener una convivencia democrática que significa “vivir” “con” el que piensa distinto o que tiene otro idioma, cultura, raza o religión. Al hacerlo de manera armónica se evita que, los derechos de los unos se superpongan a los derechos de los demás. (Dentro de nuestro país debería ser algo usual).

Hasta octubre, mes del duelo nacional, creíamos habitar un mismo espacio en compañía de otros en la permanente búsqueda de la coexistencia pacífica y armoniosa como grupo humano. Evidenciamos qué al ser una nación plurinacional, habitan diferencias que requieren esfuerzo para escuchar y respetar al diferente. De eso depende el presente y futuro de nuestra casa grande.

Hay un severo bloqueo y la crispación social que nos asolan podrían atenuarse si intentamos ver a los “otros” no como seres despojados de ideales, valores y razones legítimas, aunque consideremos que están equivocados.

Especialistas en gestión de conflictos señalan que el primer paso para resolverlos está relacionado con la construcción de un panorama compartido del problema. Es decir, ponernos de acuerdo al menos sobre las razones de unos y otros. Y a partir de ese mosaico, tratar de ordenar las piezas y buscar acuerdos mínimos que lleven al final del túnel. Requisito: dialogar.

El aumento de la tensión actual podría explicarse en cierta medida por la incapacidad de las dirigencias en pugna para sentarse a conversar sobre sus visiones divergentes acerca de los conflictos que llevaron al impasse. La sociedad espera ese simple gesto de sus líderes.

Trabajadores, transportistas, movimientos sociales, Gobierno, indígenas se atrincheran en sus certezas y prejuicios que impiden una convivencia pacífica para interactuar y trabajar por objetivos comunes. No habrá salida si los actores involucrados no generan procedimientos que contribuyan a canalizar y dirimir pacíficamente las divergencias.

Ninguna de las partes en conflicto tiene por sí sola la capacidad de solucionar. Estamos obligados a convivir y para ello mirarnos de frente y dialogar de forma auténtica, sin ases bajo la manga.

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Los ecuatorianos estamos obligados a tener una convivencia democrática que significa “vivir” “con” el que piensa distinto o que tiene otro idioma, cultura, raza o religión. Al hacerlo de manera armónica se evita que, los derechos de los unos se superpongan a los derechos de los demás. (Dentro de nuestro país debería ser algo usual).

Hasta octubre, mes del duelo nacional, creíamos habitar un mismo espacio en compañía de otros en la permanente búsqueda de la coexistencia pacífica y armoniosa como grupo humano. Evidenciamos qué al ser una nación plurinacional, habitan diferencias que requieren esfuerzo para escuchar y respetar al diferente. De eso depende el presente y futuro de nuestra casa grande.

Hay un severo bloqueo y la crispación social que nos asolan podrían atenuarse si intentamos ver a los “otros” no como seres despojados de ideales, valores y razones legítimas, aunque consideremos que están equivocados.

Especialistas en gestión de conflictos señalan que el primer paso para resolverlos está relacionado con la construcción de un panorama compartido del problema. Es decir, ponernos de acuerdo al menos sobre las razones de unos y otros. Y a partir de ese mosaico, tratar de ordenar las piezas y buscar acuerdos mínimos que lleven al final del túnel. Requisito: dialogar.

El aumento de la tensión actual podría explicarse en cierta medida por la incapacidad de las dirigencias en pugna para sentarse a conversar sobre sus visiones divergentes acerca de los conflictos que llevaron al impasse. La sociedad espera ese simple gesto de sus líderes.

Trabajadores, transportistas, movimientos sociales, Gobierno, indígenas se atrincheran en sus certezas y prejuicios que impiden una convivencia pacífica para interactuar y trabajar por objetivos comunes. No habrá salida si los actores involucrados no generan procedimientos que contribuyan a canalizar y dirimir pacíficamente las divergencias.

Ninguna de las partes en conflicto tiene por sí sola la capacidad de solucionar. Estamos obligados a convivir y para ello mirarnos de frente y dialogar de forma auténtica, sin ases bajo la manga.

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