Cambiar o morir

Carlos Freile

En estos días se discute acaloradamente sobre las causas de las protestas en nuestra América, cada cual da su explicación y su receta. Me atreveré a dar la mía, no para todos los países de esta parcela del mundo sino solo para el Ecuador, minúscula parte de ella. No parto ni de las medidas del Gobierno abortadas por presiones no siempre racionales y por respuestas casi nunca valientes, sino de la actuación de los asambleístas frente al proyecto de nuevas leyes económicas propuesto por el ejecutivo.

Veo en los políticos una ceguera voluntaria y criminal: no quieren ver el negro futuro de nuestra Patria (¿existe?) si no se toman medidas recias y urgentes. Mezclados de manera antinatural los aceites y los vinagres festejan que no se haya dado un paso en la búsqueda de remedios para nuestra enfermedad terminal. Tan solo se fijan en sus intereses inmediatos, en sus ventajas circunstanciales y nada más. Por otra parte el Gobierno envía un mamotreto que es de difícil diagnóstico y más complicada digestión. En medio de buenos deseos de salir de la tan mentada crisis se atisban subterfugios para proteger a los propios causantes de esa angustiosa situación, se descubren trucos malolientes para ocultar la sórdida realidad.

Todos tenemos que cambiar: enfrentar los problemas con claridad honesta, en primer lugar, y en segundo, con valentía; es hora, la ”hora veinticinco” de nuestro devenir nacional, de dejar a un lado las pequeñeces estériles para el bien comunitario. Es hora de unir fuerzas para con “sangre, sudor y lágrimas” sacar a esta porción de humanidad llamada Ecuador de su tenebroso abismo.

Es hora de que los ecuatorianos de bien lancemos al unísono un ¡carajo! bien rasgado para que los mediocres que quieren seguir medrando de nuestros conflictos se dejen de pen…, tonterías y vuelvan por los fueros de la decencia y del amor patrio. Para mañana es tarde: pongámonos a pensar en nuestros hijos y nietos, en las expectativas de bienestar, de mejora que hoy les ofrecemos y obremos en consecuencia. O cambiamos hoy, o moriremos mañana como país.

[email protected]

Carlos Freile

En estos días se discute acaloradamente sobre las causas de las protestas en nuestra América, cada cual da su explicación y su receta. Me atreveré a dar la mía, no para todos los países de esta parcela del mundo sino solo para el Ecuador, minúscula parte de ella. No parto ni de las medidas del Gobierno abortadas por presiones no siempre racionales y por respuestas casi nunca valientes, sino de la actuación de los asambleístas frente al proyecto de nuevas leyes económicas propuesto por el ejecutivo.

Veo en los políticos una ceguera voluntaria y criminal: no quieren ver el negro futuro de nuestra Patria (¿existe?) si no se toman medidas recias y urgentes. Mezclados de manera antinatural los aceites y los vinagres festejan que no se haya dado un paso en la búsqueda de remedios para nuestra enfermedad terminal. Tan solo se fijan en sus intereses inmediatos, en sus ventajas circunstanciales y nada más. Por otra parte el Gobierno envía un mamotreto que es de difícil diagnóstico y más complicada digestión. En medio de buenos deseos de salir de la tan mentada crisis se atisban subterfugios para proteger a los propios causantes de esa angustiosa situación, se descubren trucos malolientes para ocultar la sórdida realidad.

Todos tenemos que cambiar: enfrentar los problemas con claridad honesta, en primer lugar, y en segundo, con valentía; es hora, la ”hora veinticinco” de nuestro devenir nacional, de dejar a un lado las pequeñeces estériles para el bien comunitario. Es hora de unir fuerzas para con “sangre, sudor y lágrimas” sacar a esta porción de humanidad llamada Ecuador de su tenebroso abismo.

Es hora de que los ecuatorianos de bien lancemos al unísono un ¡carajo! bien rasgado para que los mediocres que quieren seguir medrando de nuestros conflictos se dejen de pen…, tonterías y vuelvan por los fueros de la decencia y del amor patrio. Para mañana es tarde: pongámonos a pensar en nuestros hijos y nietos, en las expectativas de bienestar, de mejora que hoy les ofrecemos y obremos en consecuencia. O cambiamos hoy, o moriremos mañana como país.

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Carlos Freile

En estos días se discute acaloradamente sobre las causas de las protestas en nuestra América, cada cual da su explicación y su receta. Me atreveré a dar la mía, no para todos los países de esta parcela del mundo sino solo para el Ecuador, minúscula parte de ella. No parto ni de las medidas del Gobierno abortadas por presiones no siempre racionales y por respuestas casi nunca valientes, sino de la actuación de los asambleístas frente al proyecto de nuevas leyes económicas propuesto por el ejecutivo.

Veo en los políticos una ceguera voluntaria y criminal: no quieren ver el negro futuro de nuestra Patria (¿existe?) si no se toman medidas recias y urgentes. Mezclados de manera antinatural los aceites y los vinagres festejan que no se haya dado un paso en la búsqueda de remedios para nuestra enfermedad terminal. Tan solo se fijan en sus intereses inmediatos, en sus ventajas circunstanciales y nada más. Por otra parte el Gobierno envía un mamotreto que es de difícil diagnóstico y más complicada digestión. En medio de buenos deseos de salir de la tan mentada crisis se atisban subterfugios para proteger a los propios causantes de esa angustiosa situación, se descubren trucos malolientes para ocultar la sórdida realidad.

Todos tenemos que cambiar: enfrentar los problemas con claridad honesta, en primer lugar, y en segundo, con valentía; es hora, la ”hora veinticinco” de nuestro devenir nacional, de dejar a un lado las pequeñeces estériles para el bien comunitario. Es hora de unir fuerzas para con “sangre, sudor y lágrimas” sacar a esta porción de humanidad llamada Ecuador de su tenebroso abismo.

Es hora de que los ecuatorianos de bien lancemos al unísono un ¡carajo! bien rasgado para que los mediocres que quieren seguir medrando de nuestros conflictos se dejen de pen…, tonterías y vuelvan por los fueros de la decencia y del amor patrio. Para mañana es tarde: pongámonos a pensar en nuestros hijos y nietos, en las expectativas de bienestar, de mejora que hoy les ofrecemos y obremos en consecuencia. O cambiamos hoy, o moriremos mañana como país.

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Carlos Freile

En estos días se discute acaloradamente sobre las causas de las protestas en nuestra América, cada cual da su explicación y su receta. Me atreveré a dar la mía, no para todos los países de esta parcela del mundo sino solo para el Ecuador, minúscula parte de ella. No parto ni de las medidas del Gobierno abortadas por presiones no siempre racionales y por respuestas casi nunca valientes, sino de la actuación de los asambleístas frente al proyecto de nuevas leyes económicas propuesto por el ejecutivo.

Veo en los políticos una ceguera voluntaria y criminal: no quieren ver el negro futuro de nuestra Patria (¿existe?) si no se toman medidas recias y urgentes. Mezclados de manera antinatural los aceites y los vinagres festejan que no se haya dado un paso en la búsqueda de remedios para nuestra enfermedad terminal. Tan solo se fijan en sus intereses inmediatos, en sus ventajas circunstanciales y nada más. Por otra parte el Gobierno envía un mamotreto que es de difícil diagnóstico y más complicada digestión. En medio de buenos deseos de salir de la tan mentada crisis se atisban subterfugios para proteger a los propios causantes de esa angustiosa situación, se descubren trucos malolientes para ocultar la sórdida realidad.

Todos tenemos que cambiar: enfrentar los problemas con claridad honesta, en primer lugar, y en segundo, con valentía; es hora, la ”hora veinticinco” de nuestro devenir nacional, de dejar a un lado las pequeñeces estériles para el bien comunitario. Es hora de unir fuerzas para con “sangre, sudor y lágrimas” sacar a esta porción de humanidad llamada Ecuador de su tenebroso abismo.

Es hora de que los ecuatorianos de bien lancemos al unísono un ¡carajo! bien rasgado para que los mediocres que quieren seguir medrando de nuestros conflictos se dejen de pen…, tonterías y vuelvan por los fueros de la decencia y del amor patrio. Para mañana es tarde: pongámonos a pensar en nuestros hijos y nietos, en las expectativas de bienestar, de mejora que hoy les ofrecemos y obremos en consecuencia. O cambiamos hoy, o moriremos mañana como país.

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