El ecuatoriano II

Patricio Durán

El ecuatoriano común y silvestre no se interesa por la política, dice que la política es corrupta y no quiere involucrarse en la corrupción; mientras que el ecuatoriano “sapo” se beneficia de este desinterés, de la inocencia o indiferencia política –los indiferentes no pueden hacer un Ecuador diferente- que los mantiene en una especie de estoicismo que parecería que piensan “hemos nacido para sufrir y lo estamos logrando”. El ecuatoriano no hace nada, aguanta la corrupción del político “vivo” porque “roba, pero hace obra”.

Ante este lúgubre panorama, lo más irresponsable es considerarse “apolítico”. He escuchado a varias autoridades decir “yo no soy político”, “yo soy apolítico”, como si de esa manera se curaran en sano de sus responsabilidades, ignorando que, de una u otra manera, todos somos políticos, como ya lo precisó hace más de dos mil años el filósofo griego Aristóteles -el estagirita- cuando dijo que “el hombre es un animal político”, dando a entender que el ser humano se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos (eudaimonia).

Para el ecuatoriano “normal” resulta complicado intervenir en política, sobre todo en estos calamitosos tiempos, cuando el país ha sido prácticamente saqueado por una clase política que se definió –durante una década- como “de manos limpias, corazones ardientes y mentes lúcidas”, y actualmente siente la amenaza y el acecho de aquellos que propiciaron la quiebra económica y moral del Ecuador.

El ecuatoriano ha perdido su identidad cuando un indígena, lanza en ristre, insulta de la manera más vil y soez al Presidente, amenaza a la fuerza pública y no pasa nada. Continuará.

Patricio Durán

El ecuatoriano común y silvestre no se interesa por la política, dice que la política es corrupta y no quiere involucrarse en la corrupción; mientras que el ecuatoriano “sapo” se beneficia de este desinterés, de la inocencia o indiferencia política –los indiferentes no pueden hacer un Ecuador diferente- que los mantiene en una especie de estoicismo que parecería que piensan “hemos nacido para sufrir y lo estamos logrando”. El ecuatoriano no hace nada, aguanta la corrupción del político “vivo” porque “roba, pero hace obra”.

Ante este lúgubre panorama, lo más irresponsable es considerarse “apolítico”. He escuchado a varias autoridades decir “yo no soy político”, “yo soy apolítico”, como si de esa manera se curaran en sano de sus responsabilidades, ignorando que, de una u otra manera, todos somos políticos, como ya lo precisó hace más de dos mil años el filósofo griego Aristóteles -el estagirita- cuando dijo que “el hombre es un animal político”, dando a entender que el ser humano se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos (eudaimonia).

Para el ecuatoriano “normal” resulta complicado intervenir en política, sobre todo en estos calamitosos tiempos, cuando el país ha sido prácticamente saqueado por una clase política que se definió –durante una década- como “de manos limpias, corazones ardientes y mentes lúcidas”, y actualmente siente la amenaza y el acecho de aquellos que propiciaron la quiebra económica y moral del Ecuador.

El ecuatoriano ha perdido su identidad cuando un indígena, lanza en ristre, insulta de la manera más vil y soez al Presidente, amenaza a la fuerza pública y no pasa nada. Continuará.

Patricio Durán

El ecuatoriano común y silvestre no se interesa por la política, dice que la política es corrupta y no quiere involucrarse en la corrupción; mientras que el ecuatoriano “sapo” se beneficia de este desinterés, de la inocencia o indiferencia política –los indiferentes no pueden hacer un Ecuador diferente- que los mantiene en una especie de estoicismo que parecería que piensan “hemos nacido para sufrir y lo estamos logrando”. El ecuatoriano no hace nada, aguanta la corrupción del político “vivo” porque “roba, pero hace obra”.

Ante este lúgubre panorama, lo más irresponsable es considerarse “apolítico”. He escuchado a varias autoridades decir “yo no soy político”, “yo soy apolítico”, como si de esa manera se curaran en sano de sus responsabilidades, ignorando que, de una u otra manera, todos somos políticos, como ya lo precisó hace más de dos mil años el filósofo griego Aristóteles -el estagirita- cuando dijo que “el hombre es un animal político”, dando a entender que el ser humano se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos (eudaimonia).

Para el ecuatoriano “normal” resulta complicado intervenir en política, sobre todo en estos calamitosos tiempos, cuando el país ha sido prácticamente saqueado por una clase política que se definió –durante una década- como “de manos limpias, corazones ardientes y mentes lúcidas”, y actualmente siente la amenaza y el acecho de aquellos que propiciaron la quiebra económica y moral del Ecuador.

El ecuatoriano ha perdido su identidad cuando un indígena, lanza en ristre, insulta de la manera más vil y soez al Presidente, amenaza a la fuerza pública y no pasa nada. Continuará.

Patricio Durán

El ecuatoriano común y silvestre no se interesa por la política, dice que la política es corrupta y no quiere involucrarse en la corrupción; mientras que el ecuatoriano “sapo” se beneficia de este desinterés, de la inocencia o indiferencia política –los indiferentes no pueden hacer un Ecuador diferente- que los mantiene en una especie de estoicismo que parecería que piensan “hemos nacido para sufrir y lo estamos logrando”. El ecuatoriano no hace nada, aguanta la corrupción del político “vivo” porque “roba, pero hace obra”.

Ante este lúgubre panorama, lo más irresponsable es considerarse “apolítico”. He escuchado a varias autoridades decir “yo no soy político”, “yo soy apolítico”, como si de esa manera se curaran en sano de sus responsabilidades, ignorando que, de una u otra manera, todos somos políticos, como ya lo precisó hace más de dos mil años el filósofo griego Aristóteles -el estagirita- cuando dijo que “el hombre es un animal político”, dando a entender que el ser humano se diferencia de los animales, entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos (eudaimonia).

Para el ecuatoriano “normal” resulta complicado intervenir en política, sobre todo en estos calamitosos tiempos, cuando el país ha sido prácticamente saqueado por una clase política que se definió –durante una década- como “de manos limpias, corazones ardientes y mentes lúcidas”, y actualmente siente la amenaza y el acecho de aquellos que propiciaron la quiebra económica y moral del Ecuador.

El ecuatoriano ha perdido su identidad cuando un indígena, lanza en ristre, insulta de la manera más vil y soez al Presidente, amenaza a la fuerza pública y no pasa nada. Continuará.