Deshumanización de la medicina

Pablo Izquierdo Pinos

Un día el médico te cuenta que te descubrió un cáncer. Luego del shock, te dan una hoja llamada 053 para derivación porque no hay citas con el especialista hasta 6 meses después. Comienza el mundo de la enfermedad y la larga espera del tratamiento, el mal trato en medio del dolor. La sensación de que todo está hecho para que una ansiada tranquilidad no existe más.

Esa amenaza del cáncer evidencia la indiferencia e inhumanización de un sistema de salud que en teoría debería atender, proteger y contener. Pero te abandona. Deshumanización disfrazada de “calidad” y “calidez”. Pasas a ser el “paciente” (nunca mejor dicho) de cáncer gástrico, de colon, de mama, de pulmón. Derrumbado, prepara cedula y copias de todo y aprende nuevas palabras: carcinoma, ganglio centinela, epicrisis. A la fila.

El “paciente” pasa a someterse a una infinidad de estudios y análisis superando una verdadera carrera de obstáculos y con ese estigma hay que atravesar un pantano de trabas y complicaciones burocráticas sin nombre: aquí hacemos solo las biometrías, allá los marcadores tumorales, la tomografía ha sido con contraste no, la colonoscopía que amerita ayuno y preparación especial a las 4 de la tarde. ¡Por Dios!

Dos o tres meses después llega la ansiada consulta con el oncólogo que extirpará el tumor. En una especie de sala de espera reina el silencio. Todos se miran asustados. Encomiéndate a lo que creas. Allí solo eres un “paciente con cáncer”.

Es pedir mucho: que parezca que somos personas mientras nos tratan. Y que el sistema de salud solo actúe a contracorriente del clima dominante hostil, precario, de falsa comunidad, de sonrisas permanentes en las pantallas, mientras la corrupción, la anomia social y la insensibilidad avanzan y cada vez nos acostumbramos a ser menos seres humanos.

[email protected]

Pablo Izquierdo Pinos

Un día el médico te cuenta que te descubrió un cáncer. Luego del shock, te dan una hoja llamada 053 para derivación porque no hay citas con el especialista hasta 6 meses después. Comienza el mundo de la enfermedad y la larga espera del tratamiento, el mal trato en medio del dolor. La sensación de que todo está hecho para que una ansiada tranquilidad no existe más.

Esa amenaza del cáncer evidencia la indiferencia e inhumanización de un sistema de salud que en teoría debería atender, proteger y contener. Pero te abandona. Deshumanización disfrazada de “calidad” y “calidez”. Pasas a ser el “paciente” (nunca mejor dicho) de cáncer gástrico, de colon, de mama, de pulmón. Derrumbado, prepara cedula y copias de todo y aprende nuevas palabras: carcinoma, ganglio centinela, epicrisis. A la fila.

El “paciente” pasa a someterse a una infinidad de estudios y análisis superando una verdadera carrera de obstáculos y con ese estigma hay que atravesar un pantano de trabas y complicaciones burocráticas sin nombre: aquí hacemos solo las biometrías, allá los marcadores tumorales, la tomografía ha sido con contraste no, la colonoscopía que amerita ayuno y preparación especial a las 4 de la tarde. ¡Por Dios!

Dos o tres meses después llega la ansiada consulta con el oncólogo que extirpará el tumor. En una especie de sala de espera reina el silencio. Todos se miran asustados. Encomiéndate a lo que creas. Allí solo eres un “paciente con cáncer”.

Es pedir mucho: que parezca que somos personas mientras nos tratan. Y que el sistema de salud solo actúe a contracorriente del clima dominante hostil, precario, de falsa comunidad, de sonrisas permanentes en las pantallas, mientras la corrupción, la anomia social y la insensibilidad avanzan y cada vez nos acostumbramos a ser menos seres humanos.

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Un día el médico te cuenta que te descubrió un cáncer. Luego del shock, te dan una hoja llamada 053 para derivación porque no hay citas con el especialista hasta 6 meses después. Comienza el mundo de la enfermedad y la larga espera del tratamiento, el mal trato en medio del dolor. La sensación de que todo está hecho para que una ansiada tranquilidad no existe más.

Esa amenaza del cáncer evidencia la indiferencia e inhumanización de un sistema de salud que en teoría debería atender, proteger y contener. Pero te abandona. Deshumanización disfrazada de “calidad” y “calidez”. Pasas a ser el “paciente” (nunca mejor dicho) de cáncer gástrico, de colon, de mama, de pulmón. Derrumbado, prepara cedula y copias de todo y aprende nuevas palabras: carcinoma, ganglio centinela, epicrisis. A la fila.

El “paciente” pasa a someterse a una infinidad de estudios y análisis superando una verdadera carrera de obstáculos y con ese estigma hay que atravesar un pantano de trabas y complicaciones burocráticas sin nombre: aquí hacemos solo las biometrías, allá los marcadores tumorales, la tomografía ha sido con contraste no, la colonoscopía que amerita ayuno y preparación especial a las 4 de la tarde. ¡Por Dios!

Dos o tres meses después llega la ansiada consulta con el oncólogo que extirpará el tumor. En una especie de sala de espera reina el silencio. Todos se miran asustados. Encomiéndate a lo que creas. Allí solo eres un “paciente con cáncer”.

Es pedir mucho: que parezca que somos personas mientras nos tratan. Y que el sistema de salud solo actúe a contracorriente del clima dominante hostil, precario, de falsa comunidad, de sonrisas permanentes en las pantallas, mientras la corrupción, la anomia social y la insensibilidad avanzan y cada vez nos acostumbramos a ser menos seres humanos.

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Un día el médico te cuenta que te descubrió un cáncer. Luego del shock, te dan una hoja llamada 053 para derivación porque no hay citas con el especialista hasta 6 meses después. Comienza el mundo de la enfermedad y la larga espera del tratamiento, el mal trato en medio del dolor. La sensación de que todo está hecho para que una ansiada tranquilidad no existe más.

Esa amenaza del cáncer evidencia la indiferencia e inhumanización de un sistema de salud que en teoría debería atender, proteger y contener. Pero te abandona. Deshumanización disfrazada de “calidad” y “calidez”. Pasas a ser el “paciente” (nunca mejor dicho) de cáncer gástrico, de colon, de mama, de pulmón. Derrumbado, prepara cedula y copias de todo y aprende nuevas palabras: carcinoma, ganglio centinela, epicrisis. A la fila.

El “paciente” pasa a someterse a una infinidad de estudios y análisis superando una verdadera carrera de obstáculos y con ese estigma hay que atravesar un pantano de trabas y complicaciones burocráticas sin nombre: aquí hacemos solo las biometrías, allá los marcadores tumorales, la tomografía ha sido con contraste no, la colonoscopía que amerita ayuno y preparación especial a las 4 de la tarde. ¡Por Dios!

Dos o tres meses después llega la ansiada consulta con el oncólogo que extirpará el tumor. En una especie de sala de espera reina el silencio. Todos se miran asustados. Encomiéndate a lo que creas. Allí solo eres un “paciente con cáncer”.

Es pedir mucho: que parezca que somos personas mientras nos tratan. Y que el sistema de salud solo actúe a contracorriente del clima dominante hostil, precario, de falsa comunidad, de sonrisas permanentes en las pantallas, mientras la corrupción, la anomia social y la insensibilidad avanzan y cada vez nos acostumbramos a ser menos seres humanos.

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