El cementerio de la comunidad

Susana Freire García

Mientras ascendía por la calle Gualleturo (en el sur de la Quito), el movimiento de vecinos era constante. Estaban convocados a la minga del Cementerio de La Magdalena (27 de octubre), dada la cercanía a la conmemoración del Día de Difuntos. Al interior, el ambiente de camaradería era evidente, teniendo como ejemplo el espíritu de unidad y fuerza que años atrás, específicamente en 1975, un grupo de habitantes de la comunidad Chilibulo, La Raya, Marcopamba y La Magdalena hicieron efectivo para salvaguardar los intereses de la comunidad.

Adolfo Chuquimarca, director del Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, dice que en ese año fue a una reunión, en la que se anunció que el cementerio iba a ser trasladado a La Mena y ese espacio sería ocupado para construir un parque infantil. Pensó en los restos de su padre, Rosendo Chuquimarca (+), quien fue músico e integrante de la Banda de La Magdalena, y en los de los demás.

Lejos de aceptar la propuesta de las autoridades municipales, convocó a los vecinos a la primera minga. La fecha la tiene grabada: 22 de agosto de 1975. Con la ayuda de comuneros, como Francisca Cajamarca, Rosa Chulca, José Llongo, Petrona Allauca, Ramón Pilataxi, Manual Cas y los miembros del Comité del Santuario del Cinto comenzaron a realizar labores de limpieza cada 15 días, motivando a los vecinos a apropiarse del lugar, con el fin de evitar el traslado. El objetivo se logró, pero las cosas no quedaron así.

El 7 de noviembre de 1987 se cumplió otro hito importante. A través del Acuerdo Ministerial Nº 1364 se creó el Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, cuyos miembros, liderados por Adolfo Chuquimarca, consiguieron que las escrituras se legalizaran, a nombre del Comité, en 2000. Desde entonces el cambio ha sido evidente. El cementerio es como una empresa –según Chuquimarca-, con autogestión y cumple con los permisos legales y de sanidad para su funcionamiento.

El camposanto tiene como objetivo servir a la comunidad (la manutención anual cuesta $4). Cuenta con un salón múltiple, sala de velaciones, columbarios, baterías sanitarias, nichos de niños y adultos, servicio de funeraria a domicilio y servicio de capilla.

Prácticas sociales y culturales
Mientras prepara la colada morada con sus compañeras, antes de servirla a los partícipes de la minga, Inés Montaguano, coordinadora de asuntos sociales, dice que uno de los objetivos de la directiva es brindar ayuda económica a los socios fundadores del cementerio y realizar programas de integración.

2.600
socios fundadores tiene el cementerio.Una de las prácticas es la Procesión de las Almas, que se realiza cada primero de noviembre, hace más de 70 años. La iniciativa fue de Mariana Pillajo, quien la organiza desde que murió su cónyuge.

La procesión recorre las calles aledañas con el cuadro de la Virgen del Carmen (patrona de las almas), hasta ingresar al cementerio.

En la historia
Para entender el vínculo entre los moradores y su cementerio es necesario retroceder a 1906, cuando, mediante escritura pública, fueron entregados a la señora Juliana Carúa, viuda de Pillajo, por parte del presbítero Pedro Avilés, unos terrenos para la construcción del camposanto de La Magdalena, ubicados en la comuna de Marcopamba.

TOME NOTA
El 22 de agosto de 1975 se realizó la primera minga.En este lapso, fue administrado por la Curia, hasta que en 1939 los sacerdotes josefinos se hicieron cargo de la parroquia de La Magdalena. Dado el crecimiento poblacional, en diciembre de 1944, el sacerdote Josefino Luis Selmo compró nuevos terrenos a los cónyuges Felipe Casagallo y María Correa, contando con el apoyo económico de los moradores, según consta en la reseña de la Revista Informativa Nº 4 del Cementerio de La Magdalena (octubre 2019). Lejos de ser bien administrado fue cayendo en un continuo deterioro, al punto de convertirse en un lugar abandonado y lleno de basura, situación que fue de conocimiento de las autoridades municipales, y que marcaría un antes y un después en la vida del camposanto.

[email protected]

Susana Freire García

Mientras ascendía por la calle Gualleturo (en el sur de la Quito), el movimiento de vecinos era constante. Estaban convocados a la minga del Cementerio de La Magdalena (27 de octubre), dada la cercanía a la conmemoración del Día de Difuntos. Al interior, el ambiente de camaradería era evidente, teniendo como ejemplo el espíritu de unidad y fuerza que años atrás, específicamente en 1975, un grupo de habitantes de la comunidad Chilibulo, La Raya, Marcopamba y La Magdalena hicieron efectivo para salvaguardar los intereses de la comunidad.

Adolfo Chuquimarca, director del Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, dice que en ese año fue a una reunión, en la que se anunció que el cementerio iba a ser trasladado a La Mena y ese espacio sería ocupado para construir un parque infantil. Pensó en los restos de su padre, Rosendo Chuquimarca (+), quien fue músico e integrante de la Banda de La Magdalena, y en los de los demás.

Lejos de aceptar la propuesta de las autoridades municipales, convocó a los vecinos a la primera minga. La fecha la tiene grabada: 22 de agosto de 1975. Con la ayuda de comuneros, como Francisca Cajamarca, Rosa Chulca, José Llongo, Petrona Allauca, Ramón Pilataxi, Manual Cas y los miembros del Comité del Santuario del Cinto comenzaron a realizar labores de limpieza cada 15 días, motivando a los vecinos a apropiarse del lugar, con el fin de evitar el traslado. El objetivo se logró, pero las cosas no quedaron así.

El 7 de noviembre de 1987 se cumplió otro hito importante. A través del Acuerdo Ministerial Nº 1364 se creó el Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, cuyos miembros, liderados por Adolfo Chuquimarca, consiguieron que las escrituras se legalizaran, a nombre del Comité, en 2000. Desde entonces el cambio ha sido evidente. El cementerio es como una empresa –según Chuquimarca-, con autogestión y cumple con los permisos legales y de sanidad para su funcionamiento.

El camposanto tiene como objetivo servir a la comunidad (la manutención anual cuesta $4). Cuenta con un salón múltiple, sala de velaciones, columbarios, baterías sanitarias, nichos de niños y adultos, servicio de funeraria a domicilio y servicio de capilla.

Prácticas sociales y culturales
Mientras prepara la colada morada con sus compañeras, antes de servirla a los partícipes de la minga, Inés Montaguano, coordinadora de asuntos sociales, dice que uno de los objetivos de la directiva es brindar ayuda económica a los socios fundadores del cementerio y realizar programas de integración.

2.600
socios fundadores tiene el cementerio.Una de las prácticas es la Procesión de las Almas, que se realiza cada primero de noviembre, hace más de 70 años. La iniciativa fue de Mariana Pillajo, quien la organiza desde que murió su cónyuge.

La procesión recorre las calles aledañas con el cuadro de la Virgen del Carmen (patrona de las almas), hasta ingresar al cementerio.

En la historia
Para entender el vínculo entre los moradores y su cementerio es necesario retroceder a 1906, cuando, mediante escritura pública, fueron entregados a la señora Juliana Carúa, viuda de Pillajo, por parte del presbítero Pedro Avilés, unos terrenos para la construcción del camposanto de La Magdalena, ubicados en la comuna de Marcopamba.

TOME NOTA
El 22 de agosto de 1975 se realizó la primera minga.En este lapso, fue administrado por la Curia, hasta que en 1939 los sacerdotes josefinos se hicieron cargo de la parroquia de La Magdalena. Dado el crecimiento poblacional, en diciembre de 1944, el sacerdote Josefino Luis Selmo compró nuevos terrenos a los cónyuges Felipe Casagallo y María Correa, contando con el apoyo económico de los moradores, según consta en la reseña de la Revista Informativa Nº 4 del Cementerio de La Magdalena (octubre 2019). Lejos de ser bien administrado fue cayendo en un continuo deterioro, al punto de convertirse en un lugar abandonado y lleno de basura, situación que fue de conocimiento de las autoridades municipales, y que marcaría un antes y un después en la vida del camposanto.

[email protected]

Susana Freire García

Mientras ascendía por la calle Gualleturo (en el sur de la Quito), el movimiento de vecinos era constante. Estaban convocados a la minga del Cementerio de La Magdalena (27 de octubre), dada la cercanía a la conmemoración del Día de Difuntos. Al interior, el ambiente de camaradería era evidente, teniendo como ejemplo el espíritu de unidad y fuerza que años atrás, específicamente en 1975, un grupo de habitantes de la comunidad Chilibulo, La Raya, Marcopamba y La Magdalena hicieron efectivo para salvaguardar los intereses de la comunidad.

Adolfo Chuquimarca, director del Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, dice que en ese año fue a una reunión, en la que se anunció que el cementerio iba a ser trasladado a La Mena y ese espacio sería ocupado para construir un parque infantil. Pensó en los restos de su padre, Rosendo Chuquimarca (+), quien fue músico e integrante de la Banda de La Magdalena, y en los de los demás.

Lejos de aceptar la propuesta de las autoridades municipales, convocó a los vecinos a la primera minga. La fecha la tiene grabada: 22 de agosto de 1975. Con la ayuda de comuneros, como Francisca Cajamarca, Rosa Chulca, José Llongo, Petrona Allauca, Ramón Pilataxi, Manual Cas y los miembros del Comité del Santuario del Cinto comenzaron a realizar labores de limpieza cada 15 días, motivando a los vecinos a apropiarse del lugar, con el fin de evitar el traslado. El objetivo se logró, pero las cosas no quedaron así.

El 7 de noviembre de 1987 se cumplió otro hito importante. A través del Acuerdo Ministerial Nº 1364 se creó el Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, cuyos miembros, liderados por Adolfo Chuquimarca, consiguieron que las escrituras se legalizaran, a nombre del Comité, en 2000. Desde entonces el cambio ha sido evidente. El cementerio es como una empresa –según Chuquimarca-, con autogestión y cumple con los permisos legales y de sanidad para su funcionamiento.

El camposanto tiene como objetivo servir a la comunidad (la manutención anual cuesta $4). Cuenta con un salón múltiple, sala de velaciones, columbarios, baterías sanitarias, nichos de niños y adultos, servicio de funeraria a domicilio y servicio de capilla.

Prácticas sociales y culturales
Mientras prepara la colada morada con sus compañeras, antes de servirla a los partícipes de la minga, Inés Montaguano, coordinadora de asuntos sociales, dice que uno de los objetivos de la directiva es brindar ayuda económica a los socios fundadores del cementerio y realizar programas de integración.

2.600
socios fundadores tiene el cementerio.Una de las prácticas es la Procesión de las Almas, que se realiza cada primero de noviembre, hace más de 70 años. La iniciativa fue de Mariana Pillajo, quien la organiza desde que murió su cónyuge.

La procesión recorre las calles aledañas con el cuadro de la Virgen del Carmen (patrona de las almas), hasta ingresar al cementerio.

En la historia
Para entender el vínculo entre los moradores y su cementerio es necesario retroceder a 1906, cuando, mediante escritura pública, fueron entregados a la señora Juliana Carúa, viuda de Pillajo, por parte del presbítero Pedro Avilés, unos terrenos para la construcción del camposanto de La Magdalena, ubicados en la comuna de Marcopamba.

TOME NOTA
El 22 de agosto de 1975 se realizó la primera minga.En este lapso, fue administrado por la Curia, hasta que en 1939 los sacerdotes josefinos se hicieron cargo de la parroquia de La Magdalena. Dado el crecimiento poblacional, en diciembre de 1944, el sacerdote Josefino Luis Selmo compró nuevos terrenos a los cónyuges Felipe Casagallo y María Correa, contando con el apoyo económico de los moradores, según consta en la reseña de la Revista Informativa Nº 4 del Cementerio de La Magdalena (octubre 2019). Lejos de ser bien administrado fue cayendo en un continuo deterioro, al punto de convertirse en un lugar abandonado y lleno de basura, situación que fue de conocimiento de las autoridades municipales, y que marcaría un antes y un después en la vida del camposanto.

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Susana Freire García

Mientras ascendía por la calle Gualleturo (en el sur de la Quito), el movimiento de vecinos era constante. Estaban convocados a la minga del Cementerio de La Magdalena (27 de octubre), dada la cercanía a la conmemoración del Día de Difuntos. Al interior, el ambiente de camaradería era evidente, teniendo como ejemplo el espíritu de unidad y fuerza que años atrás, específicamente en 1975, un grupo de habitantes de la comunidad Chilibulo, La Raya, Marcopamba y La Magdalena hicieron efectivo para salvaguardar los intereses de la comunidad.

Adolfo Chuquimarca, director del Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, dice que en ese año fue a una reunión, en la que se anunció que el cementerio iba a ser trasladado a La Mena y ese espacio sería ocupado para construir un parque infantil. Pensó en los restos de su padre, Rosendo Chuquimarca (+), quien fue músico e integrante de la Banda de La Magdalena, y en los de los demás.

Lejos de aceptar la propuesta de las autoridades municipales, convocó a los vecinos a la primera minga. La fecha la tiene grabada: 22 de agosto de 1975. Con la ayuda de comuneros, como Francisca Cajamarca, Rosa Chulca, José Llongo, Petrona Allauca, Ramón Pilataxi, Manual Cas y los miembros del Comité del Santuario del Cinto comenzaron a realizar labores de limpieza cada 15 días, motivando a los vecinos a apropiarse del lugar, con el fin de evitar el traslado. El objetivo se logró, pero las cosas no quedaron así.

El 7 de noviembre de 1987 se cumplió otro hito importante. A través del Acuerdo Ministerial Nº 1364 se creó el Comité Pro Mejora y Mantenimiento del Cementerio de La Magdalena, cuyos miembros, liderados por Adolfo Chuquimarca, consiguieron que las escrituras se legalizaran, a nombre del Comité, en 2000. Desde entonces el cambio ha sido evidente. El cementerio es como una empresa –según Chuquimarca-, con autogestión y cumple con los permisos legales y de sanidad para su funcionamiento.

El camposanto tiene como objetivo servir a la comunidad (la manutención anual cuesta $4). Cuenta con un salón múltiple, sala de velaciones, columbarios, baterías sanitarias, nichos de niños y adultos, servicio de funeraria a domicilio y servicio de capilla.

Prácticas sociales y culturales
Mientras prepara la colada morada con sus compañeras, antes de servirla a los partícipes de la minga, Inés Montaguano, coordinadora de asuntos sociales, dice que uno de los objetivos de la directiva es brindar ayuda económica a los socios fundadores del cementerio y realizar programas de integración.

2.600
socios fundadores tiene el cementerio.Una de las prácticas es la Procesión de las Almas, que se realiza cada primero de noviembre, hace más de 70 años. La iniciativa fue de Mariana Pillajo, quien la organiza desde que murió su cónyuge.

La procesión recorre las calles aledañas con el cuadro de la Virgen del Carmen (patrona de las almas), hasta ingresar al cementerio.

En la historia
Para entender el vínculo entre los moradores y su cementerio es necesario retroceder a 1906, cuando, mediante escritura pública, fueron entregados a la señora Juliana Carúa, viuda de Pillajo, por parte del presbítero Pedro Avilés, unos terrenos para la construcción del camposanto de La Magdalena, ubicados en la comuna de Marcopamba.

TOME NOTA
El 22 de agosto de 1975 se realizó la primera minga.En este lapso, fue administrado por la Curia, hasta que en 1939 los sacerdotes josefinos se hicieron cargo de la parroquia de La Magdalena. Dado el crecimiento poblacional, en diciembre de 1944, el sacerdote Josefino Luis Selmo compró nuevos terrenos a los cónyuges Felipe Casagallo y María Correa, contando con el apoyo económico de los moradores, según consta en la reseña de la Revista Informativa Nº 4 del Cementerio de La Magdalena (octubre 2019). Lejos de ser bien administrado fue cayendo en un continuo deterioro, al punto de convertirse en un lugar abandonado y lleno de basura, situación que fue de conocimiento de las autoridades municipales, y que marcaría un antes y un después en la vida del camposanto.

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