“No se que tienen las flores…”

Andrés Pachano

En las infancias percibíamos la intensa luz de los nacientes noviembres, su inigualable claridad que arropa el intenso calor de las horas y entonces sabíamos que ya era el tiempo de la magia; veíamos en las tiendas de cada esquina al pan con forma de guagua y descubríamos que el calendario ya era otro; saboreábamos el humeante color morado de la frutal colada y su olor nos hablaba de tiempos luminosos. El cerco de esta magia era un aroma intenso, que revoloteaba, que invadía plazas, tiendas y cementerios: era el olor al romero que convocaba. Sabíamos entonces en nuestras ambiciones, que era el tiempo de Finados.

Niños entonces, mezclábamos en una sola acepción el día de Todos los Santos, el de Difuntos y el de Cuenca; en esos años que la ciudad ya ha olvidado, los tres días eran solo los de “Finados”, no importaba saber de los dos. Los Finados era el desandar presurosos las calles a los mercados para beber el vaso de colada morada de a dos reales y la guagua de pan con ojos tiznados, también por dos reales. Eran los días de la irrefrenable emoción que producía el recorrer las calles del entorno del mercado Central, del deleite inconmensurable de ver las carpas de tela blanquísima que, arropando el calor de las ilusiones infantiles, daban sombra y cobijo a la magia artesana del camión de madera o de hojalata, del balero, del guiñol de diablo con cabeza de barro y rojo vestido; luego en la adolescencia la época de la clandestina y sediciosa tunda.

Eran otros los años… ahora son solo el desandar las tristezas e ir al cementerio y en medio de los recuerdos extasiar los ánimos en el luminoso colorido de las tumbas florecidas, para en la memoria repetir trémulos, en un silente estribillo: “…No sé qué tienen las flores de un camposanto, que cuando las mueve el viento, parecen que están llorando…” (La Llorona canción popular mexicana), es que con ellas, las añoranzas, se duelen a lágrima viva, es que lloran a los muertos, a los nuestros que habitan en nuestras vivas nostalgias.

Nos llegan ya los Finados, nos llega su sol y con en ellos el retorno de humanas saudades.

Andrés Pachano

En las infancias percibíamos la intensa luz de los nacientes noviembres, su inigualable claridad que arropa el intenso calor de las horas y entonces sabíamos que ya era el tiempo de la magia; veíamos en las tiendas de cada esquina al pan con forma de guagua y descubríamos que el calendario ya era otro; saboreábamos el humeante color morado de la frutal colada y su olor nos hablaba de tiempos luminosos. El cerco de esta magia era un aroma intenso, que revoloteaba, que invadía plazas, tiendas y cementerios: era el olor al romero que convocaba. Sabíamos entonces en nuestras ambiciones, que era el tiempo de Finados.

Niños entonces, mezclábamos en una sola acepción el día de Todos los Santos, el de Difuntos y el de Cuenca; en esos años que la ciudad ya ha olvidado, los tres días eran solo los de “Finados”, no importaba saber de los dos. Los Finados era el desandar presurosos las calles a los mercados para beber el vaso de colada morada de a dos reales y la guagua de pan con ojos tiznados, también por dos reales. Eran los días de la irrefrenable emoción que producía el recorrer las calles del entorno del mercado Central, del deleite inconmensurable de ver las carpas de tela blanquísima que, arropando el calor de las ilusiones infantiles, daban sombra y cobijo a la magia artesana del camión de madera o de hojalata, del balero, del guiñol de diablo con cabeza de barro y rojo vestido; luego en la adolescencia la época de la clandestina y sediciosa tunda.

Eran otros los años… ahora son solo el desandar las tristezas e ir al cementerio y en medio de los recuerdos extasiar los ánimos en el luminoso colorido de las tumbas florecidas, para en la memoria repetir trémulos, en un silente estribillo: “…No sé qué tienen las flores de un camposanto, que cuando las mueve el viento, parecen que están llorando…” (La Llorona canción popular mexicana), es que con ellas, las añoranzas, se duelen a lágrima viva, es que lloran a los muertos, a los nuestros que habitan en nuestras vivas nostalgias.

Nos llegan ya los Finados, nos llega su sol y con en ellos el retorno de humanas saudades.

Andrés Pachano

En las infancias percibíamos la intensa luz de los nacientes noviembres, su inigualable claridad que arropa el intenso calor de las horas y entonces sabíamos que ya era el tiempo de la magia; veíamos en las tiendas de cada esquina al pan con forma de guagua y descubríamos que el calendario ya era otro; saboreábamos el humeante color morado de la frutal colada y su olor nos hablaba de tiempos luminosos. El cerco de esta magia era un aroma intenso, que revoloteaba, que invadía plazas, tiendas y cementerios: era el olor al romero que convocaba. Sabíamos entonces en nuestras ambiciones, que era el tiempo de Finados.

Niños entonces, mezclábamos en una sola acepción el día de Todos los Santos, el de Difuntos y el de Cuenca; en esos años que la ciudad ya ha olvidado, los tres días eran solo los de “Finados”, no importaba saber de los dos. Los Finados era el desandar presurosos las calles a los mercados para beber el vaso de colada morada de a dos reales y la guagua de pan con ojos tiznados, también por dos reales. Eran los días de la irrefrenable emoción que producía el recorrer las calles del entorno del mercado Central, del deleite inconmensurable de ver las carpas de tela blanquísima que, arropando el calor de las ilusiones infantiles, daban sombra y cobijo a la magia artesana del camión de madera o de hojalata, del balero, del guiñol de diablo con cabeza de barro y rojo vestido; luego en la adolescencia la época de la clandestina y sediciosa tunda.

Eran otros los años… ahora son solo el desandar las tristezas e ir al cementerio y en medio de los recuerdos extasiar los ánimos en el luminoso colorido de las tumbas florecidas, para en la memoria repetir trémulos, en un silente estribillo: “…No sé qué tienen las flores de un camposanto, que cuando las mueve el viento, parecen que están llorando…” (La Llorona canción popular mexicana), es que con ellas, las añoranzas, se duelen a lágrima viva, es que lloran a los muertos, a los nuestros que habitan en nuestras vivas nostalgias.

Nos llegan ya los Finados, nos llega su sol y con en ellos el retorno de humanas saudades.

Andrés Pachano

En las infancias percibíamos la intensa luz de los nacientes noviembres, su inigualable claridad que arropa el intenso calor de las horas y entonces sabíamos que ya era el tiempo de la magia; veíamos en las tiendas de cada esquina al pan con forma de guagua y descubríamos que el calendario ya era otro; saboreábamos el humeante color morado de la frutal colada y su olor nos hablaba de tiempos luminosos. El cerco de esta magia era un aroma intenso, que revoloteaba, que invadía plazas, tiendas y cementerios: era el olor al romero que convocaba. Sabíamos entonces en nuestras ambiciones, que era el tiempo de Finados.

Niños entonces, mezclábamos en una sola acepción el día de Todos los Santos, el de Difuntos y el de Cuenca; en esos años que la ciudad ya ha olvidado, los tres días eran solo los de “Finados”, no importaba saber de los dos. Los Finados era el desandar presurosos las calles a los mercados para beber el vaso de colada morada de a dos reales y la guagua de pan con ojos tiznados, también por dos reales. Eran los días de la irrefrenable emoción que producía el recorrer las calles del entorno del mercado Central, del deleite inconmensurable de ver las carpas de tela blanquísima que, arropando el calor de las ilusiones infantiles, daban sombra y cobijo a la magia artesana del camión de madera o de hojalata, del balero, del guiñol de diablo con cabeza de barro y rojo vestido; luego en la adolescencia la época de la clandestina y sediciosa tunda.

Eran otros los años… ahora son solo el desandar las tristezas e ir al cementerio y en medio de los recuerdos extasiar los ánimos en el luminoso colorido de las tumbas florecidas, para en la memoria repetir trémulos, en un silente estribillo: “…No sé qué tienen las flores de un camposanto, que cuando las mueve el viento, parecen que están llorando…” (La Llorona canción popular mexicana), es que con ellas, las añoranzas, se duelen a lágrima viva, es que lloran a los muertos, a los nuestros que habitan en nuestras vivas nostalgias.

Nos llegan ya los Finados, nos llega su sol y con en ellos el retorno de humanas saudades.