Pablo Vivanco Ordóñez
Lo humano no puede ser reemplazado. Por más que las máquinas avancen en tecnologías y funciones, no podrán reemplazar la espontaneidad humana, el humor, el pensamiento y la sensibilidad de la gente. Entre tanto avance tecnológico, hay grietas profundas que no se copan con más materia tecnológica, sino con materia gris. Las invenciones que juegan a ser dioses -porque van creando máquinas a imagen y semejanza- deben preocuparse más por las consecuencias de lo producido que por sus condiciones de surgimiento. La creación que no sirve a lo humano, que se proyecta para destruirlo, no sirve, es estéril, por más científico o tecnológico que pueda reputarse.
Lo humano debe ser preservado. Los ejemplos son extensos y variados. La mano de hierro quiso imponerse a través de la agroindustria en la tierra del mundo, pronto se advirtió en las terribles consecuencias que aquello dejaba: si bien masificaba la producción, empobrecía el terreno y la calidad del producto; si automatizaba muchas funciones, dejaba en la desocupación a familias agricultoras: en consecuencia la tierra dejaba ser de la gente para ser del ciego y audaz capital transnacional. Después de todo, deshacen lo humano para expandir las ganancias.
La hiper-tecnologización de la sociedad va de la mano con una exasperada idea de éxito, que la propaganda y los medios de comunicación se encargan de equipararla con la felicidad, como si fuera del máximo galardón no existiera satisfacción y felicidad. Nos van fabricando ideas para que corramos tras su conquista mientras servimos a la deshumanización de quienes hacen negocio con la angustia y la incertidumbre.
El uruguayo grupo El Cuarteto de Nos, en su canción Contrapunto para humano y computadora, donde se enfrenta a una improvisación cantada un humano y una máquina, esta última responde “Hoy la bombas que crearon sus mentes/ Son más inteligentes/ Que los idiotas que las lanzan”.
Queda la tarea de pensar y repensar el mundo en que vivimos, para que lo creado no doblegue la fuerza de la inteligencia. (O)
Pablo Vivanco Ordóñez
Lo humano no puede ser reemplazado. Por más que las máquinas avancen en tecnologías y funciones, no podrán reemplazar la espontaneidad humana, el humor, el pensamiento y la sensibilidad de la gente. Entre tanto avance tecnológico, hay grietas profundas que no se copan con más materia tecnológica, sino con materia gris. Las invenciones que juegan a ser dioses -porque van creando máquinas a imagen y semejanza- deben preocuparse más por las consecuencias de lo producido que por sus condiciones de surgimiento. La creación que no sirve a lo humano, que se proyecta para destruirlo, no sirve, es estéril, por más científico o tecnológico que pueda reputarse.
Lo humano debe ser preservado. Los ejemplos son extensos y variados. La mano de hierro quiso imponerse a través de la agroindustria en la tierra del mundo, pronto se advirtió en las terribles consecuencias que aquello dejaba: si bien masificaba la producción, empobrecía el terreno y la calidad del producto; si automatizaba muchas funciones, dejaba en la desocupación a familias agricultoras: en consecuencia la tierra dejaba ser de la gente para ser del ciego y audaz capital transnacional. Después de todo, deshacen lo humano para expandir las ganancias.
La hiper-tecnologización de la sociedad va de la mano con una exasperada idea de éxito, que la propaganda y los medios de comunicación se encargan de equipararla con la felicidad, como si fuera del máximo galardón no existiera satisfacción y felicidad. Nos van fabricando ideas para que corramos tras su conquista mientras servimos a la deshumanización de quienes hacen negocio con la angustia y la incertidumbre.
El uruguayo grupo El Cuarteto de Nos, en su canción Contrapunto para humano y computadora, donde se enfrenta a una improvisación cantada un humano y una máquina, esta última responde “Hoy la bombas que crearon sus mentes/ Son más inteligentes/ Que los idiotas que las lanzan”.
Queda la tarea de pensar y repensar el mundo en que vivimos, para que lo creado no doblegue la fuerza de la inteligencia. (O)
Pablo Vivanco Ordóñez
Lo humano no puede ser reemplazado. Por más que las máquinas avancen en tecnologías y funciones, no podrán reemplazar la espontaneidad humana, el humor, el pensamiento y la sensibilidad de la gente. Entre tanto avance tecnológico, hay grietas profundas que no se copan con más materia tecnológica, sino con materia gris. Las invenciones que juegan a ser dioses -porque van creando máquinas a imagen y semejanza- deben preocuparse más por las consecuencias de lo producido que por sus condiciones de surgimiento. La creación que no sirve a lo humano, que se proyecta para destruirlo, no sirve, es estéril, por más científico o tecnológico que pueda reputarse.
Lo humano debe ser preservado. Los ejemplos son extensos y variados. La mano de hierro quiso imponerse a través de la agroindustria en la tierra del mundo, pronto se advirtió en las terribles consecuencias que aquello dejaba: si bien masificaba la producción, empobrecía el terreno y la calidad del producto; si automatizaba muchas funciones, dejaba en la desocupación a familias agricultoras: en consecuencia la tierra dejaba ser de la gente para ser del ciego y audaz capital transnacional. Después de todo, deshacen lo humano para expandir las ganancias.
La hiper-tecnologización de la sociedad va de la mano con una exasperada idea de éxito, que la propaganda y los medios de comunicación se encargan de equipararla con la felicidad, como si fuera del máximo galardón no existiera satisfacción y felicidad. Nos van fabricando ideas para que corramos tras su conquista mientras servimos a la deshumanización de quienes hacen negocio con la angustia y la incertidumbre.
El uruguayo grupo El Cuarteto de Nos, en su canción Contrapunto para humano y computadora, donde se enfrenta a una improvisación cantada un humano y una máquina, esta última responde “Hoy la bombas que crearon sus mentes/ Son más inteligentes/ Que los idiotas que las lanzan”.
Queda la tarea de pensar y repensar el mundo en que vivimos, para que lo creado no doblegue la fuerza de la inteligencia. (O)
Pablo Vivanco Ordóñez
Lo humano no puede ser reemplazado. Por más que las máquinas avancen en tecnologías y funciones, no podrán reemplazar la espontaneidad humana, el humor, el pensamiento y la sensibilidad de la gente. Entre tanto avance tecnológico, hay grietas profundas que no se copan con más materia tecnológica, sino con materia gris. Las invenciones que juegan a ser dioses -porque van creando máquinas a imagen y semejanza- deben preocuparse más por las consecuencias de lo producido que por sus condiciones de surgimiento. La creación que no sirve a lo humano, que se proyecta para destruirlo, no sirve, es estéril, por más científico o tecnológico que pueda reputarse.
Lo humano debe ser preservado. Los ejemplos son extensos y variados. La mano de hierro quiso imponerse a través de la agroindustria en la tierra del mundo, pronto se advirtió en las terribles consecuencias que aquello dejaba: si bien masificaba la producción, empobrecía el terreno y la calidad del producto; si automatizaba muchas funciones, dejaba en la desocupación a familias agricultoras: en consecuencia la tierra dejaba ser de la gente para ser del ciego y audaz capital transnacional. Después de todo, deshacen lo humano para expandir las ganancias.
La hiper-tecnologización de la sociedad va de la mano con una exasperada idea de éxito, que la propaganda y los medios de comunicación se encargan de equipararla con la felicidad, como si fuera del máximo galardón no existiera satisfacción y felicidad. Nos van fabricando ideas para que corramos tras su conquista mientras servimos a la deshumanización de quienes hacen negocio con la angustia y la incertidumbre.
El uruguayo grupo El Cuarteto de Nos, en su canción Contrapunto para humano y computadora, donde se enfrenta a una improvisación cantada un humano y una máquina, esta última responde “Hoy la bombas que crearon sus mentes/ Son más inteligentes/ Que los idiotas que las lanzan”.
Queda la tarea de pensar y repensar el mundo en que vivimos, para que lo creado no doblegue la fuerza de la inteligencia. (O)