La cosmovisión indígena

Lucía Margarita Figueroa Robles

Entre una amalgama de tradiciones ancestrales de las culturas aborígenes surgen en el mundo runa, costumbres y ritos que giran alrededor de este paso entre la vida y la muerte, y es que para nuestros pueblos indígenas, la muerte como tal no existe, es decir con aquella idea de que se extingue un organismo vivo que se había creado a partir del nacimiento. Para nuestras comunidades, el desaparecer es un ámbito de suspensión en un nivel “muchata huañichi”, como cuando se apaga la luz, se genera una interrupción, hasta que nuevamente se la encienda. De ahí que “tucurina” es como finalizar un proceso de transformación, ya que consideran que aún después de muerto, el cerebro sigue funcionando, y para tener una aceptación sutil de todo este sentimiento que genera la transición, en el tiempo del velorio, se llama a la familia y alrededor de la persona se colocan varias flores y la comida que más le apetecía al difunto. Posteriormente surge otro proceso que es el “samana” como un descansar del alma, o el “samay” que es el alivio en ese período de espiritualidad. Luego viene el entierro que es la “pambana”, como una especie de campo abierto en donde se genera esta conexión directa con el cosmos. Aquí surge un inevitable momento de dolor, en el que se recuerda a la persona fallecida, hasta que viene la misa del mes y posteriormente en noviembre, fecha en donde se concibe que la energía y las almas de los fieles difuntos vuelven. Es así que noviembre se relaciona como un mes en el que surgen las primeras brotaciones del sembrío, por ejemplo si se cosechan unos cuantos maíces y fréjoles, se entiende que el resto del sembrío murió; y es ahí, donde van ligadas las festividades con las costumbres, conjugando el “maicito que se murió” y la seguridad de que el “muertito” viene a visitar a la familia. Pero vienen con mucha hambre esperando en el cementerio, entonces se preparan las “guaguas” o personajes que se encarnan en ese pan junto a la tradicional colada morada. Todo como parte de la cosmovisión ancestral. (O)

[email protected]

Lucía Margarita Figueroa Robles

Entre una amalgama de tradiciones ancestrales de las culturas aborígenes surgen en el mundo runa, costumbres y ritos que giran alrededor de este paso entre la vida y la muerte, y es que para nuestros pueblos indígenas, la muerte como tal no existe, es decir con aquella idea de que se extingue un organismo vivo que se había creado a partir del nacimiento. Para nuestras comunidades, el desaparecer es un ámbito de suspensión en un nivel “muchata huañichi”, como cuando se apaga la luz, se genera una interrupción, hasta que nuevamente se la encienda. De ahí que “tucurina” es como finalizar un proceso de transformación, ya que consideran que aún después de muerto, el cerebro sigue funcionando, y para tener una aceptación sutil de todo este sentimiento que genera la transición, en el tiempo del velorio, se llama a la familia y alrededor de la persona se colocan varias flores y la comida que más le apetecía al difunto. Posteriormente surge otro proceso que es el “samana” como un descansar del alma, o el “samay” que es el alivio en ese período de espiritualidad. Luego viene el entierro que es la “pambana”, como una especie de campo abierto en donde se genera esta conexión directa con el cosmos. Aquí surge un inevitable momento de dolor, en el que se recuerda a la persona fallecida, hasta que viene la misa del mes y posteriormente en noviembre, fecha en donde se concibe que la energía y las almas de los fieles difuntos vuelven. Es así que noviembre se relaciona como un mes en el que surgen las primeras brotaciones del sembrío, por ejemplo si se cosechan unos cuantos maíces y fréjoles, se entiende que el resto del sembrío murió; y es ahí, donde van ligadas las festividades con las costumbres, conjugando el “maicito que se murió” y la seguridad de que el “muertito” viene a visitar a la familia. Pero vienen con mucha hambre esperando en el cementerio, entonces se preparan las “guaguas” o personajes que se encarnan en ese pan junto a la tradicional colada morada. Todo como parte de la cosmovisión ancestral. (O)

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Entre una amalgama de tradiciones ancestrales de las culturas aborígenes surgen en el mundo runa, costumbres y ritos que giran alrededor de este paso entre la vida y la muerte, y es que para nuestros pueblos indígenas, la muerte como tal no existe, es decir con aquella idea de que se extingue un organismo vivo que se había creado a partir del nacimiento. Para nuestras comunidades, el desaparecer es un ámbito de suspensión en un nivel “muchata huañichi”, como cuando se apaga la luz, se genera una interrupción, hasta que nuevamente se la encienda. De ahí que “tucurina” es como finalizar un proceso de transformación, ya que consideran que aún después de muerto, el cerebro sigue funcionando, y para tener una aceptación sutil de todo este sentimiento que genera la transición, en el tiempo del velorio, se llama a la familia y alrededor de la persona se colocan varias flores y la comida que más le apetecía al difunto. Posteriormente surge otro proceso que es el “samana” como un descansar del alma, o el “samay” que es el alivio en ese período de espiritualidad. Luego viene el entierro que es la “pambana”, como una especie de campo abierto en donde se genera esta conexión directa con el cosmos. Aquí surge un inevitable momento de dolor, en el que se recuerda a la persona fallecida, hasta que viene la misa del mes y posteriormente en noviembre, fecha en donde se concibe que la energía y las almas de los fieles difuntos vuelven. Es así que noviembre se relaciona como un mes en el que surgen las primeras brotaciones del sembrío, por ejemplo si se cosechan unos cuantos maíces y fréjoles, se entiende que el resto del sembrío murió; y es ahí, donde van ligadas las festividades con las costumbres, conjugando el “maicito que se murió” y la seguridad de que el “muertito” viene a visitar a la familia. Pero vienen con mucha hambre esperando en el cementerio, entonces se preparan las “guaguas” o personajes que se encarnan en ese pan junto a la tradicional colada morada. Todo como parte de la cosmovisión ancestral. (O)

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Entre una amalgama de tradiciones ancestrales de las culturas aborígenes surgen en el mundo runa, costumbres y ritos que giran alrededor de este paso entre la vida y la muerte, y es que para nuestros pueblos indígenas, la muerte como tal no existe, es decir con aquella idea de que se extingue un organismo vivo que se había creado a partir del nacimiento. Para nuestras comunidades, el desaparecer es un ámbito de suspensión en un nivel “muchata huañichi”, como cuando se apaga la luz, se genera una interrupción, hasta que nuevamente se la encienda. De ahí que “tucurina” es como finalizar un proceso de transformación, ya que consideran que aún después de muerto, el cerebro sigue funcionando, y para tener una aceptación sutil de todo este sentimiento que genera la transición, en el tiempo del velorio, se llama a la familia y alrededor de la persona se colocan varias flores y la comida que más le apetecía al difunto. Posteriormente surge otro proceso que es el “samana” como un descansar del alma, o el “samay” que es el alivio en ese período de espiritualidad. Luego viene el entierro que es la “pambana”, como una especie de campo abierto en donde se genera esta conexión directa con el cosmos. Aquí surge un inevitable momento de dolor, en el que se recuerda a la persona fallecida, hasta que viene la misa del mes y posteriormente en noviembre, fecha en donde se concibe que la energía y las almas de los fieles difuntos vuelven. Es así que noviembre se relaciona como un mes en el que surgen las primeras brotaciones del sembrío, por ejemplo si se cosechan unos cuantos maíces y fréjoles, se entiende que el resto del sembrío murió; y es ahí, donde van ligadas las festividades con las costumbres, conjugando el “maicito que se murió” y la seguridad de que el “muertito” viene a visitar a la familia. Pero vienen con mucha hambre esperando en el cementerio, entonces se preparan las “guaguas” o personajes que se encarnan en ese pan junto a la tradicional colada morada. Todo como parte de la cosmovisión ancestral. (O)

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