Después de las protestas

LUIS MUÑOZ MUÑOZ

Después que han cesado las marchas efectuadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y otros sectores sociales, cuando ha pasado el ruido callejero, acompañado de una violencia nunca antes vista, nos toca analizar el saldo que nos han dejado las protestas, las lecciones que hemos aprendido y lo positivo y negativo de una revuelta que se cargó de una dosis de odio y rencor, mirándonos entre ecuatorianos como enemigos irreconciliables.

En aquellos días vivimos una confusión terminológica y contradicción simbólica, que de repente, no sé si nos debería extrañar o justificar tanta violencia de las partes involucradas en un paro nacional, que dejó saldos lamentables de heridos, muertos, detenidos, destrozos a la propiedad privada y a los bienes públicos, secuestros de miembros de la fuerza pública, y otras barbaridades que daba la idea que hemos sobrepasado los límites de la tolerancia, la prudencia y la razón.

Quiero pensar que puedo estar equivocado, de que se ha capitalizado electoralmente la protesta, sin reparos en los daños que pudieren ocasionarse, y han logrado infiltrar mercenarios extranjeros, contratados por oscuros personajes que buscaron esconder evidencias de un pasado nefasto, para la sociedad y la economía del país.

Cuando ha pasado la “tormenta” y los ánimos se han tranquilizado devolviendo una tenue paz al país, se ha condenado la violencia desproporcionada que a lo mejor no fue necesaria, porque todos hemos perdido, sino fortalecer el diálogo entre el Gobierno y los grupos sociales, con el objeto de garantizar la tan anhelada paz entre ecuatorianos.

Se ha hablado de democracia y se han sentado a dialogar para poder debatir y conciliar, como la mejor manera de buscar un punto de coincidencia, más si la intención es sincera, hay que posponer los intereses políticos, abandonar banderías y anteponer el interés de la patria y el fortalecimiento de la endeble democracia constantemente amenazada. (O)

[email protected]

LUIS MUÑOZ MUÑOZ

Después que han cesado las marchas efectuadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y otros sectores sociales, cuando ha pasado el ruido callejero, acompañado de una violencia nunca antes vista, nos toca analizar el saldo que nos han dejado las protestas, las lecciones que hemos aprendido y lo positivo y negativo de una revuelta que se cargó de una dosis de odio y rencor, mirándonos entre ecuatorianos como enemigos irreconciliables.

En aquellos días vivimos una confusión terminológica y contradicción simbólica, que de repente, no sé si nos debería extrañar o justificar tanta violencia de las partes involucradas en un paro nacional, que dejó saldos lamentables de heridos, muertos, detenidos, destrozos a la propiedad privada y a los bienes públicos, secuestros de miembros de la fuerza pública, y otras barbaridades que daba la idea que hemos sobrepasado los límites de la tolerancia, la prudencia y la razón.

Quiero pensar que puedo estar equivocado, de que se ha capitalizado electoralmente la protesta, sin reparos en los daños que pudieren ocasionarse, y han logrado infiltrar mercenarios extranjeros, contratados por oscuros personajes que buscaron esconder evidencias de un pasado nefasto, para la sociedad y la economía del país.

Cuando ha pasado la “tormenta” y los ánimos se han tranquilizado devolviendo una tenue paz al país, se ha condenado la violencia desproporcionada que a lo mejor no fue necesaria, porque todos hemos perdido, sino fortalecer el diálogo entre el Gobierno y los grupos sociales, con el objeto de garantizar la tan anhelada paz entre ecuatorianos.

Se ha hablado de democracia y se han sentado a dialogar para poder debatir y conciliar, como la mejor manera de buscar un punto de coincidencia, más si la intención es sincera, hay que posponer los intereses políticos, abandonar banderías y anteponer el interés de la patria y el fortalecimiento de la endeble democracia constantemente amenazada. (O)

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Después que han cesado las marchas efectuadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y otros sectores sociales, cuando ha pasado el ruido callejero, acompañado de una violencia nunca antes vista, nos toca analizar el saldo que nos han dejado las protestas, las lecciones que hemos aprendido y lo positivo y negativo de una revuelta que se cargó de una dosis de odio y rencor, mirándonos entre ecuatorianos como enemigos irreconciliables.

En aquellos días vivimos una confusión terminológica y contradicción simbólica, que de repente, no sé si nos debería extrañar o justificar tanta violencia de las partes involucradas en un paro nacional, que dejó saldos lamentables de heridos, muertos, detenidos, destrozos a la propiedad privada y a los bienes públicos, secuestros de miembros de la fuerza pública, y otras barbaridades que daba la idea que hemos sobrepasado los límites de la tolerancia, la prudencia y la razón.

Quiero pensar que puedo estar equivocado, de que se ha capitalizado electoralmente la protesta, sin reparos en los daños que pudieren ocasionarse, y han logrado infiltrar mercenarios extranjeros, contratados por oscuros personajes que buscaron esconder evidencias de un pasado nefasto, para la sociedad y la economía del país.

Cuando ha pasado la “tormenta” y los ánimos se han tranquilizado devolviendo una tenue paz al país, se ha condenado la violencia desproporcionada que a lo mejor no fue necesaria, porque todos hemos perdido, sino fortalecer el diálogo entre el Gobierno y los grupos sociales, con el objeto de garantizar la tan anhelada paz entre ecuatorianos.

Se ha hablado de democracia y se han sentado a dialogar para poder debatir y conciliar, como la mejor manera de buscar un punto de coincidencia, más si la intención es sincera, hay que posponer los intereses políticos, abandonar banderías y anteponer el interés de la patria y el fortalecimiento de la endeble democracia constantemente amenazada. (O)

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Después que han cesado las marchas efectuadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y otros sectores sociales, cuando ha pasado el ruido callejero, acompañado de una violencia nunca antes vista, nos toca analizar el saldo que nos han dejado las protestas, las lecciones que hemos aprendido y lo positivo y negativo de una revuelta que se cargó de una dosis de odio y rencor, mirándonos entre ecuatorianos como enemigos irreconciliables.

En aquellos días vivimos una confusión terminológica y contradicción simbólica, que de repente, no sé si nos debería extrañar o justificar tanta violencia de las partes involucradas en un paro nacional, que dejó saldos lamentables de heridos, muertos, detenidos, destrozos a la propiedad privada y a los bienes públicos, secuestros de miembros de la fuerza pública, y otras barbaridades que daba la idea que hemos sobrepasado los límites de la tolerancia, la prudencia y la razón.

Quiero pensar que puedo estar equivocado, de que se ha capitalizado electoralmente la protesta, sin reparos en los daños que pudieren ocasionarse, y han logrado infiltrar mercenarios extranjeros, contratados por oscuros personajes que buscaron esconder evidencias de un pasado nefasto, para la sociedad y la economía del país.

Cuando ha pasado la “tormenta” y los ánimos se han tranquilizado devolviendo una tenue paz al país, se ha condenado la violencia desproporcionada que a lo mejor no fue necesaria, porque todos hemos perdido, sino fortalecer el diálogo entre el Gobierno y los grupos sociales, con el objeto de garantizar la tan anhelada paz entre ecuatorianos.

Se ha hablado de democracia y se han sentado a dialogar para poder debatir y conciliar, como la mejor manera de buscar un punto de coincidencia, más si la intención es sincera, hay que posponer los intereses políticos, abandonar banderías y anteponer el interés de la patria y el fortalecimiento de la endeble democracia constantemente amenazada. (O)

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