Arde el planeta

Hever Sánchez M.

En la actual geopolítica mundial, el planeta se ha convertido en un hervidero en cualquiera de sus puntos cardinales. Desde los problemas en Siria hasta los de Sudán, desde Grecia a Brasil, desde Costa Rica a Chile, desde Bolivia a Palestina, ha estallado un incendio que por ahora parece imposible de apagar.

La lucha y el grito de descontento engloban a casi todos los países de la Tierra. Y no es para menos, cada vez el gran capital se concentra en menos manos, cada vez el apetito voraz de los financistas mundiales crece más y más. Esta concentración de capital necesita que se coma menos y se trabaje más; que se vista menos y se pague más. Los grandes prestamistas, el FMI, la OMC, el deutsche bank o el banco del Vaticano multiplican sus ganancias, pero para ello los países que firman acuerdos económicos con ellos deben reducir drásticamente los presupuestos de la salud, de la educación o de vivienda.

Por desgracia el nuevo orden mundial está tan bien establecido que nadie puede salirse de su juego: la consigna es o pagas o pagas.

Fronteras adentro y con la ayuda de las fuerzas represivas de cada país, se inventan nuevas nominaciones para los protestantes: subversivos, terroristas o insurgentes; y claro, hay que perseguirlos. Con la ayuda de los medios de comunicación se manipula la información a mansalva y entonces aparecen los maltratados como culpables y los maltratadores como salvadores.

El uno por ciento de la población más rica del planeta posee el 82 por ciento de la riqueza mundial mientras el 99 por ciento restante se reparte las sobras que éstos desechan. Los precios del metro en Chile, o las elecciones en Bolivia, los derechos estudiantiles en Costa Rica o el alza de los combustibles en Ecuador, solo han sido los detonantes, solo han sido la gota de agua que derramó el vaso.

Mientras esta desmedida forma de gobernar el mundo no cambie, seguiremos siendo testigos de brutales enfrentamientos entre los usurpadores y quienes les defienden y los sometidos que conforman la inmensa mayoría de la población mundial. (O)

[email protected]

Hever Sánchez M.

En la actual geopolítica mundial, el planeta se ha convertido en un hervidero en cualquiera de sus puntos cardinales. Desde los problemas en Siria hasta los de Sudán, desde Grecia a Brasil, desde Costa Rica a Chile, desde Bolivia a Palestina, ha estallado un incendio que por ahora parece imposible de apagar.

La lucha y el grito de descontento engloban a casi todos los países de la Tierra. Y no es para menos, cada vez el gran capital se concentra en menos manos, cada vez el apetito voraz de los financistas mundiales crece más y más. Esta concentración de capital necesita que se coma menos y se trabaje más; que se vista menos y se pague más. Los grandes prestamistas, el FMI, la OMC, el deutsche bank o el banco del Vaticano multiplican sus ganancias, pero para ello los países que firman acuerdos económicos con ellos deben reducir drásticamente los presupuestos de la salud, de la educación o de vivienda.

Por desgracia el nuevo orden mundial está tan bien establecido que nadie puede salirse de su juego: la consigna es o pagas o pagas.

Fronteras adentro y con la ayuda de las fuerzas represivas de cada país, se inventan nuevas nominaciones para los protestantes: subversivos, terroristas o insurgentes; y claro, hay que perseguirlos. Con la ayuda de los medios de comunicación se manipula la información a mansalva y entonces aparecen los maltratados como culpables y los maltratadores como salvadores.

El uno por ciento de la población más rica del planeta posee el 82 por ciento de la riqueza mundial mientras el 99 por ciento restante se reparte las sobras que éstos desechan. Los precios del metro en Chile, o las elecciones en Bolivia, los derechos estudiantiles en Costa Rica o el alza de los combustibles en Ecuador, solo han sido los detonantes, solo han sido la gota de agua que derramó el vaso.

Mientras esta desmedida forma de gobernar el mundo no cambie, seguiremos siendo testigos de brutales enfrentamientos entre los usurpadores y quienes les defienden y los sometidos que conforman la inmensa mayoría de la población mundial. (O)

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Hever Sánchez M.

En la actual geopolítica mundial, el planeta se ha convertido en un hervidero en cualquiera de sus puntos cardinales. Desde los problemas en Siria hasta los de Sudán, desde Grecia a Brasil, desde Costa Rica a Chile, desde Bolivia a Palestina, ha estallado un incendio que por ahora parece imposible de apagar.

La lucha y el grito de descontento engloban a casi todos los países de la Tierra. Y no es para menos, cada vez el gran capital se concentra en menos manos, cada vez el apetito voraz de los financistas mundiales crece más y más. Esta concentración de capital necesita que se coma menos y se trabaje más; que se vista menos y se pague más. Los grandes prestamistas, el FMI, la OMC, el deutsche bank o el banco del Vaticano multiplican sus ganancias, pero para ello los países que firman acuerdos económicos con ellos deben reducir drásticamente los presupuestos de la salud, de la educación o de vivienda.

Por desgracia el nuevo orden mundial está tan bien establecido que nadie puede salirse de su juego: la consigna es o pagas o pagas.

Fronteras adentro y con la ayuda de las fuerzas represivas de cada país, se inventan nuevas nominaciones para los protestantes: subversivos, terroristas o insurgentes; y claro, hay que perseguirlos. Con la ayuda de los medios de comunicación se manipula la información a mansalva y entonces aparecen los maltratados como culpables y los maltratadores como salvadores.

El uno por ciento de la población más rica del planeta posee el 82 por ciento de la riqueza mundial mientras el 99 por ciento restante se reparte las sobras que éstos desechan. Los precios del metro en Chile, o las elecciones en Bolivia, los derechos estudiantiles en Costa Rica o el alza de los combustibles en Ecuador, solo han sido los detonantes, solo han sido la gota de agua que derramó el vaso.

Mientras esta desmedida forma de gobernar el mundo no cambie, seguiremos siendo testigos de brutales enfrentamientos entre los usurpadores y quienes les defienden y los sometidos que conforman la inmensa mayoría de la población mundial. (O)

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Hever Sánchez M.

En la actual geopolítica mundial, el planeta se ha convertido en un hervidero en cualquiera de sus puntos cardinales. Desde los problemas en Siria hasta los de Sudán, desde Grecia a Brasil, desde Costa Rica a Chile, desde Bolivia a Palestina, ha estallado un incendio que por ahora parece imposible de apagar.

La lucha y el grito de descontento engloban a casi todos los países de la Tierra. Y no es para menos, cada vez el gran capital se concentra en menos manos, cada vez el apetito voraz de los financistas mundiales crece más y más. Esta concentración de capital necesita que se coma menos y se trabaje más; que se vista menos y se pague más. Los grandes prestamistas, el FMI, la OMC, el deutsche bank o el banco del Vaticano multiplican sus ganancias, pero para ello los países que firman acuerdos económicos con ellos deben reducir drásticamente los presupuestos de la salud, de la educación o de vivienda.

Por desgracia el nuevo orden mundial está tan bien establecido que nadie puede salirse de su juego: la consigna es o pagas o pagas.

Fronteras adentro y con la ayuda de las fuerzas represivas de cada país, se inventan nuevas nominaciones para los protestantes: subversivos, terroristas o insurgentes; y claro, hay que perseguirlos. Con la ayuda de los medios de comunicación se manipula la información a mansalva y entonces aparecen los maltratados como culpables y los maltratadores como salvadores.

El uno por ciento de la población más rica del planeta posee el 82 por ciento de la riqueza mundial mientras el 99 por ciento restante se reparte las sobras que éstos desechan. Los precios del metro en Chile, o las elecciones en Bolivia, los derechos estudiantiles en Costa Rica o el alza de los combustibles en Ecuador, solo han sido los detonantes, solo han sido la gota de agua que derramó el vaso.

Mientras esta desmedida forma de gobernar el mundo no cambie, seguiremos siendo testigos de brutales enfrentamientos entre los usurpadores y quienes les defienden y los sometidos que conforman la inmensa mayoría de la población mundial. (O)

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