Equidad social

Gustavo Ortiz Hidalgo

El marxismo (de Marx y Engels) es más que el fracasado modelo económico y político del “socialismo real” del siglo XX y, no se diga, del eufemístico “socialismo del siglo XXI”, enarbolado por caudillos autoritarios y corruptos de América Latina; quienes han dicho o dicen estar al servicio del pueblo, pero, que, en la realidad, han estado o están al servicio de sus propios intereses y los de su camarilla mafiosa.

Es innegable el aporte del marxismo en la investigación científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, pero la aplicación dogmática de sus principios filosóficos inspiró la construcción de regímenes socialistas totalitarios; que han sucumbido, en forma estrepitosa, dejando la impronta histórica de haber irrespetado la esencia de la condición humana: la libertad de pensar, la facultad de discernir y la posibilidad de emprender.

El derrumbe del “socialismo real” no ha significado la victoria del capitalismo, mucho menos la del neoliberalismo, que ha producido mayor concentración de la riqueza en los grupos oligárquicos; quienes han eliminado solamente las funciones del Estado que compiten con sus intereses económicos, pero, que nada han hecho con aquellas que les permiten manipular el mercado en función de sus privilegios.

El Estado raquítico al servicio de los oligarcas no es una alternativa para América Latina; tampoco lo es el Estado obeso (propio de los socialistas del siglo XXI) que regula todo, que controla todo, que produce todo y que redistribuye todo. La lucha por la equidad social sigue siendo una tarea permanente de quienes aspiramos a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos; pero, esa lucha jamás puede violar los principios de la democracia ni el equilibrio entre Estado y mercado; peor aún, menoscabar las libertades, los derechos y las garantías de las personas. (O)

[email protected]

Gustavo Ortiz Hidalgo

El marxismo (de Marx y Engels) es más que el fracasado modelo económico y político del “socialismo real” del siglo XX y, no se diga, del eufemístico “socialismo del siglo XXI”, enarbolado por caudillos autoritarios y corruptos de América Latina; quienes han dicho o dicen estar al servicio del pueblo, pero, que, en la realidad, han estado o están al servicio de sus propios intereses y los de su camarilla mafiosa.

Es innegable el aporte del marxismo en la investigación científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, pero la aplicación dogmática de sus principios filosóficos inspiró la construcción de regímenes socialistas totalitarios; que han sucumbido, en forma estrepitosa, dejando la impronta histórica de haber irrespetado la esencia de la condición humana: la libertad de pensar, la facultad de discernir y la posibilidad de emprender.

El derrumbe del “socialismo real” no ha significado la victoria del capitalismo, mucho menos la del neoliberalismo, que ha producido mayor concentración de la riqueza en los grupos oligárquicos; quienes han eliminado solamente las funciones del Estado que compiten con sus intereses económicos, pero, que nada han hecho con aquellas que les permiten manipular el mercado en función de sus privilegios.

El Estado raquítico al servicio de los oligarcas no es una alternativa para América Latina; tampoco lo es el Estado obeso (propio de los socialistas del siglo XXI) que regula todo, que controla todo, que produce todo y que redistribuye todo. La lucha por la equidad social sigue siendo una tarea permanente de quienes aspiramos a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos; pero, esa lucha jamás puede violar los principios de la democracia ni el equilibrio entre Estado y mercado; peor aún, menoscabar las libertades, los derechos y las garantías de las personas. (O)

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El marxismo (de Marx y Engels) es más que el fracasado modelo económico y político del “socialismo real” del siglo XX y, no se diga, del eufemístico “socialismo del siglo XXI”, enarbolado por caudillos autoritarios y corruptos de América Latina; quienes han dicho o dicen estar al servicio del pueblo, pero, que, en la realidad, han estado o están al servicio de sus propios intereses y los de su camarilla mafiosa.

Es innegable el aporte del marxismo en la investigación científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, pero la aplicación dogmática de sus principios filosóficos inspiró la construcción de regímenes socialistas totalitarios; que han sucumbido, en forma estrepitosa, dejando la impronta histórica de haber irrespetado la esencia de la condición humana: la libertad de pensar, la facultad de discernir y la posibilidad de emprender.

El derrumbe del “socialismo real” no ha significado la victoria del capitalismo, mucho menos la del neoliberalismo, que ha producido mayor concentración de la riqueza en los grupos oligárquicos; quienes han eliminado solamente las funciones del Estado que compiten con sus intereses económicos, pero, que nada han hecho con aquellas que les permiten manipular el mercado en función de sus privilegios.

El Estado raquítico al servicio de los oligarcas no es una alternativa para América Latina; tampoco lo es el Estado obeso (propio de los socialistas del siglo XXI) que regula todo, que controla todo, que produce todo y que redistribuye todo. La lucha por la equidad social sigue siendo una tarea permanente de quienes aspiramos a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos; pero, esa lucha jamás puede violar los principios de la democracia ni el equilibrio entre Estado y mercado; peor aún, menoscabar las libertades, los derechos y las garantías de las personas. (O)

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El marxismo (de Marx y Engels) es más que el fracasado modelo económico y político del “socialismo real” del siglo XX y, no se diga, del eufemístico “socialismo del siglo XXI”, enarbolado por caudillos autoritarios y corruptos de América Latina; quienes han dicho o dicen estar al servicio del pueblo, pero, que, en la realidad, han estado o están al servicio de sus propios intereses y los de su camarilla mafiosa.

Es innegable el aporte del marxismo en la investigación científica de los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, pero la aplicación dogmática de sus principios filosóficos inspiró la construcción de regímenes socialistas totalitarios; que han sucumbido, en forma estrepitosa, dejando la impronta histórica de haber irrespetado la esencia de la condición humana: la libertad de pensar, la facultad de discernir y la posibilidad de emprender.

El derrumbe del “socialismo real” no ha significado la victoria del capitalismo, mucho menos la del neoliberalismo, que ha producido mayor concentración de la riqueza en los grupos oligárquicos; quienes han eliminado solamente las funciones del Estado que compiten con sus intereses económicos, pero, que nada han hecho con aquellas que les permiten manipular el mercado en función de sus privilegios.

El Estado raquítico al servicio de los oligarcas no es una alternativa para América Latina; tampoco lo es el Estado obeso (propio de los socialistas del siglo XXI) que regula todo, que controla todo, que produce todo y que redistribuye todo. La lucha por la equidad social sigue siendo una tarea permanente de quienes aspiramos a mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos; pero, esa lucha jamás puede violar los principios de la democracia ni el equilibrio entre Estado y mercado; peor aún, menoscabar las libertades, los derechos y las garantías de las personas. (O)

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