SÓLO LE PIDO A DIOS

Álvaro Peña Flores

Octavio Paz, escribe: «El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte acaba por negar a la vida». Me pareció oportuna esta reflexión con ocasión de conmemorar el Día de los Muertos que tiene diferentes matices en todo el mundo, aquí en nuestro país no deja de ser importante.

El culto a la vida se refleja en el amor que la gente común tiene por las fiestas y las reuniones públicas, que no son otra cosa que una explosión jubilosa por la vida misma: en el trabajo, en la familia, en los hijos, y por qué no decirlo en las costumbres transmitidas por generaciones. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias y acontecimientos. Somos un pueblo ritual. Y esta tendencia ayuda a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas.

En este año atípico, las muestras de afecto y cariño para quienes ya partieron han sido diferentes, la súplica elevada no ha cesado, el amor menos, la costumbre sí. La pandemia nos obligó a mejorar nuestras costumbres, dándoles un nuevo sentido. En algunos países la celebración del día de muertos es una ocasión que invita a los difuntos a volver por un día a la tierra de donde fueron; cuando lo ideal es que nunca se vayan viviendo el legado que dejaron; ya lo decía Mercedes Sosa en su épica canción: “Sólo pido a Dios que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente”.

La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte, haciendo lo suficiente. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida.

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