Quito, patrimonio inexistente

Pablo Escandón Montenegro

Para muchos residentes y nacidos en la capital del Ecuador, que la ciudad haya sido la primera urbe, junto con Cracovia, en ser declarada por la Unesco como patrimonio cultural de la humanidad, es un título que no dice nada, que no significa nada para su vida diaria.

Para muchas administraciones, ese 8 de septiembre de 1978, es un día más que ha pasado desapercibido porque no ha echado raíces en la gente, porque eso es del pasado, del Centro Histórico, asociado a las iglesias y no más.

Un patrimonio se vive, se siente y se cultiva en la gente, tanto en los nacidos, llegados y visitantes, por parte de la oficialidad, de la iniciativa comunitaria, de los operadores turísticos y de los gestores culturales, así como de los protectores del patrimonio.

Pocos son los que destacan y hacen de este título una forma de vida, y que lo incluyen en su ADN. Los ladrillos de “Quito de aldea a ciudad”, “Quito retro”, “La cofradía de los duendes”, “Quito, ayer y hoy”, “Quito nostálgico” y muchos otros grupos, o personas que no vale mencionar, entre los más activos en las redes sociales.

La oficialidad no ha generado una marca de ciudad, una identidad de la nación quiteña, como lo ha hecho Medellín, Galicia o México. Nos hemos quedado con fugaces campañas publicitarias de turismo, donde no hay verdadero olor ni color de ciudad, sino postales comerciales.

Los ciudadanos hemos estado fuera de las campañas patrimoniales y, también, por eso no se siente a la ciudad como algo propio, pues ser parte del patrimonio, sentirlo y apropiarse de él no se genera con algo ocasional, sino permanente.

Quito no es una ciudad patrimonial, porque en cada quiteño no hay esa luz de orgullo y pertenencia, tan solo hay premios mundiales que embriagan a las autoridades. Somos patrimonio solo en papel.

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