PARAISO A TIROS

Fausto Jaramillo Y.

Todos los pueblos de nuestra América, en su relación con la política: queremos, ansiamos, ser atendidos en nuestras demandas que consisten, sobre todo, en que el gobierno nos de todo gratis y encima nos regale subsidios y bonos. Los ciudadanos entendemos al gobierno, a cualquier gobierno, como el proveedor que distribuye gratuitamente obras y servicios, mientras nosotros, ni siquiera recordamos nuestras obligaciones.

El populismo es, entonces, el gobierno ideal para nuestros pueblos. Qué importa que los gobernantes sean corruptos mientras ofrezcan darnos el paraíso de pan y circo, sabatinas y sanduches.

En este panorama no puede sorprendernos que, en países como México o Colombia, los narcotraficantes sean adorados como santos de iglesia, cuando no como verdaderos dioses. Claro, si ellos tienen tanto dinero que no les importa regalar limosnas a sus sicarios y al pueblo. El problema adquiere otra magnitud, cuando comprendemos que no existe solo un cappo, un patrón, o como quiera llamarse, sino que existen muchos a los que las mafias les rodean, y claro, esas bandas se enfrentan unas a otras con el consabido costo de vidas humanas, de inseguridad.

La violencia, entonces, se convierte en una forma cotidiana de vivir. Los muertos y heridos se cuentan por ciento y miles y entonces la gente ya no se sorprende ni se asusta, apenas entierra a sus muertos y ya sigue su camino.

Desde hace décadas esa violencia viene tiñendo de sangre los campos y las ciudades de Colombia. Los guerrilleros que nacieron con el objetivo de construir un país diferente, donde impere la justicia y la prosperidad, se transformaron en guardianes del tráfico de drogas.

Debe ser muy redituable el negocio de estas substancias que ahora, unos cuántos líderes de la guerrilla aparecen anunciando que vuelven a tomar las armas, tras haber firmado el Acuerdo de Paz, en 2016. Nuevamente aparecen en el horizonte de Colombia y de países como el nuestro que limita con ese país, negros nubarrones de violencia, atentados y sangre promovidos por estos guardias de seguridad del narcotráfico que, en tiempo de paz ya no recibían tanto dinero como en los tiempos de guerra. Añoran la vida en la selva, el olor a armas y a pólvora, a asaltos, a estafas, a matar o morir. Y todo ello, mientras nosotros protestamos y reclamamos y exigimos al gobierno que construya la felicidad que soñamos y nos merecemos por haber acudido a votar por tal o cual partido o movimiento político; y, por supuesto, que no se atreva a pedirnos solidaridad, inteligencia y peor aún, trabajo y esfuerzo.