Intimidades

Andrés Pachano

“… Qué es la mota negra, capitán? – Es un aviso o intimidación, compañero. Ya te diré si me la echan…”. (La Isla del Tesoro, Louis Stevenson).

El rancio “Arroz Verde”, al decir de la jerga oficialista de entonces para encubrir acciones nada santas, no solo que al parecer devela la obtención de dineros mal habidos, sino también –así se informa- que ha develado acciones tenebrosas destinadas a cumplir propósitos rigurosamente estudiados y previstos. En lo detallado en esas miles de hojas de ese caso -según se dice- existió una famosa oficina en el norte de Quito, dependiente directa del poder ejecutivo, encargada de “supervigilar” los procesos judiciales más útiles para los afanes de los periodos del gobierno anterior.

Quienes ahí trabajaban eran los encargados –se afirma- de “averiguar” y “dar el seguimiento”, al estado de los múltiples juicios que requerían de una máxima atención–es fácil entenderlo- para sus fines. Es de imaginar el talante de las visitas de abogados y funcionarios a distintos jueces, con el propósito de “conocer” como van las providencias, resoluciones, incluso sentencias de emblemáticos casos; es de adivinar voces y términos engolados y afables para “averiguar” o ¿inducir? criterios.

Muchos de aquellos diligentes empleados de la célebre oficina, no habrán conocido la novela de Robert Louis Stevenson, ‘La Isla del Tesoro’ y por supuesto tampoco del significado de la “mota negra”, aquella mancha circular de ese color impregnada en un retazo de papel, que era enviada como sentencia de piratas a pirata. Esos empleados sin saberlo, en sus diligencias habrán llevado las modernas “motas negras” a pobres y temerosos jueces. Habrán sido los emisarios de esos recados facistoides de un tortuoso proceso de acoso, de una sutil intimidación; las “motas negras” de hoy nos son otra cosa que la educada y sardónica frase: “el jefe manda a averiguar”. Jueces y empleados que recibían esta moderna “mota negra” estarían entonces condenados –imagino- a vivir en una continua angustia, en el miedo permanente, en el subjetivo pavor de caer en desgracia, en el recelo de una condena laboral.

Es la moderna “mota negra” para negros propósitos.