¿Cuál revolución?

César Ulloa Tapia

Si la corrupción y la impunidad superaron la esperanza y el anhelo de un mejor Ecuador, entonces nunca hubo ninguna revolución, sino más bien la ilusión provocada por juegos pirotécnicos y un coro de voces destempladas que cantaban canciones de la Guerra Fría en modo de folclor en la tribuna de la avenida Shyris, la mayoría de las veces en Quito. Indudablemente, sí hubo un cambio de ciclo político desgarrador durante diez años.

La elección de Rafael Correa y seguidamente la aprobación de la Constitución de Montecristi en el 2008 encendieron la luz verde para el paso a un modelo político que exacerbó las facultades del Presidente, desgastando a la Asamblea y subordinando a su antojo al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. El cura Tuárez es, nada más, una consecuencia.

La idea de revolución tampoco fue auténtica, pues renovó el populismo histórico bajo la figura de un líder que polarizó a la sociedad, desmanteló lo poco que había de las instituciones como las Fuerzas Armadas y la Cancillería y abrió la puerta a un conjunto de arribistas para que se pavoneen en autos de lujo con guardaespaldas incluidos.

Gobernó con decretos ejecutivos que permitieron la creación de ministerios y dependencias innecesarias, sobredimensionó la inversión en obra pública y ahora se sabe con contundencia que los sobreprecios son descomunales. Una de las obras emblemáticas se inundó a poco tiempo de haber sido inaugurada: la Plataforma Gubernamental en el norte de la capital. Alguien decía que ahí se debe entrar con canoa, por si acaso.

El saldo de la revolución es fatídico: varios exministros son prófugos de la justicia, los informes de Derechos Humanos sobre Ecuador son vergonzosos, la economía está en su peor momento, los jubilados en espera de justicia y dinero, las investigaciones de diversos sectores revelan cómo se metió la mano a la justicia y, sobre todo, se desmanteló el tejido social. Las secuelas del populismo autoritario son complejas, porque la fantasía de la revolución está impregnada en un sector que justifica la corrupción mientras haya obras con sobreprecio, circo y confrontación.

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