Libertad es un ideal de vida, no una utopía inalcansable

POR: Fausto Jaramillo Y.

Parecería que ya no debemos referirnos a la gesta del 10 de Agosto de 1809, que todo está dicho y no queda nada nuevo que contar; que la historia no sirve para nada y es mejor morar el porvenir; que esa fecha, en tiempos de computadoras, internet, redes sociales y otras tecnologías, ya quedó obsoleta y es mejor olvidarla; pero, ella, impertérrita, permanece en el calendario cívico ecuatoriano como para recordarnos que los valores presentes en aquel día no pierden vigencia y año tras año, hay que recordarles para seguir avanzando.

Aparentemente, la reunión de un grupo de ciudadanos, en los cuartos arrendados por Manuel Cañizares a la Curia de Quito, en la casa que, hasta ahora se conserva, en la calle García Moreno, junto a la Iglesia del Sagrario, era para festejar el cumpleaños de un hijo de la señora. Allí llegaron “nobles”, curas, abogados, unidos por una idea: la libertad. Aparentemente había que clamar al mundo que aquí en América se constituía un gobierno que aceptaba la presencia de Pepe Botellas, el hermano de Napoleón Bonaparte en el gobierno de España y, al hacerlo esperaban el retorno al poder de la monarquía de los Borbones.

Pero todas esas apariencias ocultaban las verdaderas intenciones. Expulsar a los españoles e instaurar un gobierno criollo, de los hijos nacidos en esta tierra, de padres o abuelos españoles.

El valor, la decisión, el coraje de los asistentes a esa reunión vacilaron un instante, pero la dueña de casa y de la fiesta los obligó a reafirmar su compromiso con la historia y en horas de la madrugada, el imbabureño Antonio Ante, nombrado secretario del nuevo gobierno salió de la fiesta y dirigió sus pasos al palacio de Carondelet a entregar un documento al representante de España, el anciano conde Ruiz de Castilla. Ese simple gesto tendría un impacto enorme en la conciencia americana. La Junta de Gobierno instituida esa noche mostraría al mundo que la decisión libertaria había llegado a América y que era posible que los hijos de esta tierra podían gobernar sin tutelas ni reyes a distancia.

Fue la primera muestra de que, en América, ya no había espacio para España, para la corona española, para mandar a control remoto, para imponer ideas, instituciones y justicia en códigos lejanos; que los tiempos habían cambiado y que, a partir de ese momento, la libertad se había puesto en marcha para determinar la vida de los americanos.

Luego de Quito, otras ciudades y otros pueblos siguieron su ejemplo. Las rebeliones se sucedieron día tras día, y las guerras de la libertad vendrían a teñir de sangre nuestro suelo, para que al fin América se emancipara del viejo pueblo de España.

Ese ejemplo, más que ningún otro evento, debería ser recordado y emulado porque la libertad no es una meta conseguida, sino un camino abierto por donde transitar por todos los tiempos, para construir conscientemente un país donde la igualdad, la fraternidad, la justicia y la educación sean su destino.