Agosto 5

Andrés Pachano

Los de nuestra generación no existíamos cuando el terremoto del cuarenta y nueve, pero crecimos a la sombra de él, imaginando las imágenes de aquellos días, cobijados por los relatos de nuestros mayores que los contaban y que con asombro escuchábamos; eran sus testimonios de testigos y víctimas presenciales de ese seísmo, actores de esa historia. Muchas veces, absortos y curiosos endulzamos nuestras infantiles tardes en esas narraciones; muchas horas de nuestras adolescencias las vivimos sintiendo las crónicas de esa tragedia, que no fue nuestra pero tampoco extraña. Crecimos con ella.

El cinco de agosto del cincuenta y nueve (eso si lo viví), desde horas antes de los minutos recordatorios del evento del evento del cuarenta y nueve, hubo gente que se congregó en las calles; habían circulado rumores que indicaban que a los diez años el terremoto se repetiría. Ese anuncio de voz en voz, sumado al recuerdo vívido y latente, conmocionó al habitante. Y… ese día, niños aún, caminábamos al centro de la ciudad de la mano de Mamá y una imagen patética se nos cruzó: una mujer de negro, arrodillada en la vereda junto al puente de la Delicia, rezaba con las manos en alto implorando clemencia protectora ante la anunciada tragedia. Ya en el centro y a las dos y diez de la tarde, gente juntada en las esquinas, con miedo y congoja: rezaba.

Años luego, en la casa de mis abuelos paternos, leí una hoja volante que había circulado ese día: se convocaba a salir de las casas, rezar en esquinas e iglesias, para que el “…terremoto no se repita…”. Ignorancia e irresponsabilidad congregadas.

En esa infancia descubrí un recorte de prensa, no se de que periódico, que reproducía el diálogo entre la torre de control del campo de aviación de Quito y el piloto de un avión de combate -parte de una escuadrilla enviada la tarde del 5 de agosto del 49 ante la ausencia de noticias de la magnitud del sismo- a inspeccionar la zona centro del país en presunción de una tragedia mayúscula. Se transcribía la voz del aviador para decir algo como: “…sobrevuelo Ambato, está cubierta por una nube de tierra, no se divisa la ciudad…”. Imaginé entonces el dramático quebrarse las voces.