Cuentos de Sol y Luna

Mario José Cobo

Entre el vértigo más solitario, se esconde el sol. Cansado se oculta, entre las redundantes flores primaverales del sur polar… abajo, bien abajo, en donde nadie puede verle. Allí, por si fuera poco, se tapa el rostro con las manos avergonzado… recordando el pesar del desencuentro, añorando nunca haber sentido, sintiéndose patético… orgullo herido, confianza transgredida. Se encoje, se hace pequeño… queriendo implosionar, desaparecer en el segundo del destello. ¡Pow! ¡Puff! Un chasquido ¡Click!

…lo que es, ya fue. Y deja de ser… deja de transformarse… esta vez desaparece. Energía que perece. No amanece… y el sol sigue sin ser visto. Pero aparece la luna, intranquila, refunfuñando… llamando a las hormigas grises del Amazonas alto. Obligan a traerle plantitas verdes que le ayuden a dormir. Pero la noche no se va.

Terca dice que quiere esperar al sol.

Que no se va sin verle la cara al malnacido.

Pero lo cierto es que nadie está seguro porqué el sol se ha ido… y porque no regresa.

Mientras la noche continua, se escuchan cantos de mar. Un océano que le va dejando a la Luna flores mientras se toma un té de cedrón para digerir el susto. Y la voz se corre… vuela, vuela con las luces de luciérnagas que van susurrándole al oído dormido calumnias falsas del sol ardido. Mientras nadie ve, todos duermen. Juntos en la ignorancia de la mentira.

Porque cuenta el volcán, que al parecer el sol se ha ido a reflexionar, que el culpable del desencuentro no es sol. Es luna.

Que la muy sinvergüenza desaparece una vez al mes…. Nadie sabe a dónde va. Aun así, hay que dejarla que se vaya y agite todas sus congojas… para que duerma tranquila, arropada, acunada entre sus cráteres… así tan coqueta, esperando la madrugada a ver si el sol, de una vez por todas, le perdona la ausencia, y puede acariciarle la frente a que descanse tranquila durante el día.