Pragmatismo tóxico

Daniel Márquez Soares

El viejo cinismo socialcristiano se prepara para la batalla final por el poder en 2021 y sus adeptos empiezan ya a allanar el terreno con discursos simplones. Uno de los más repetidos es aquel que reza que a la gente no le importa la ideología, sino la prosperidad. Esta forma de pensar pseudopragmática no es nueva en absoluto; personajes ideológicamente tan dispares como Bill Clinton (“¡Es la economía, estúpido!”) y Deng Xiaoping (“No me importa el color del gato, mientras cace ratones”) echaban mano de ella.

Por décadas, ha sido el estribillo favorito de autoritarios de sarrollistas, desde Park Chung Hee y Lee Kwan Yew hasta Putin y Erdogan. Esta doctrina chabacana ya ha ocasionado suficientes destrozos en las últimas tres décadas y está de retirada en los principales centros de gobierno y de enseñanza de todo el mundo, pero aquí parece estar en alza.

Esta forma de pensar parte de la más aborrecible pereza intelectual, en tanto evita definir explícitamente qué constituye “prosperidad”. En la práctica, simplemente extrapola a la población entera las mismas aficiones y aspiraciones de la codiciosa y primitiva clase dominante de la que proviene. Prosperar, se supone, es la capacidad de consumo; un pueblo que consume es un pueblo feliz.

Esta hipersimplificación de la naturaleza humana siempre resulta sospechosa. Cualquier ideología que se jacte de haber decodificado las motivaciones humanas, como lo hacían los marxistas, debe ser puesta inmediatamente en cuarentena. Reducir la complejidad de lo deseos humanos al consumo implica una visión empobrecedora de la persona y de la vida, y parte de negar las diferentes nociones de “prosperidad” y las variadas escalas de prioridades que suelen existir en una sociedad. Además, que sean los ricos quienes lo hacen, arrogándose la capacidad de entender los deseos del resto, resulta particularmente repulsivo.

Ecuador ya no es, desde hace mucho, un país miserable. En tanto sus necesidades básicas ya están en su mayoría cubiertas, tiene derecho a cuestionar sus próximos pasos. El consumismo no es la única opción, ni la más natural. El mundo de hoy ya nos ofrece suficientes ejemplos de sociedades que han renunciado a todo en nombre del consumo y la rentabilidad. No deberíamos seguir ese camino.

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