LA MAREA AMARILLA

Muy pocos segmentos poblacionales del Ecuador tienen tantos privilegios y canonjías como el gremio de taxistas.

Desde hace mucho tiempo nos hemos acostumbrado a que, con marchas y paralizaciones, consigan doblegar a las autoridades y, afectando al erario nacional y al bolsillo ciudadano, se liberen de pagos de impuesto, se les otorgue beneficios tributarios y se les permita cobrar una tarifa poco acorde con el servicio que brindan.

En la pasada semana, nuevamente los taxistas salieron a paralizar el tránsito vehicular en diferentes ciudades del país. Esta vez sus pedidos tenían relación a que se les cumpliera con el ofrecimiento gubernamental de pagarles una compensación por el incremento del precio de la gasolina de alto octanaje llamada especial. Aprovechando las cámaras y micrófonos de los medios de comunicación electrónicos, los dirigentes de esta marcha anunciaron que también exigían el control y desaparición del servicio de taxis ligados a plataformas electrónicas que existen en el país. Es decir, exigieron un tratamiento diferenciado al resto de ciudadanos y, claro está, beneficios especiales. A cambio, ofrecieron mejorar el servicio.

Las promesas de estos gremios vienen siempre con sus exigencias de mejoras. Mientras las segundas se cumplen, las primeras quedan siempre en el olvido.

Recordemos simplemente: los taxistas no pagan impuestos por la importación de sus vehículos. No pagan impuestos a llantas y otros repuestos. No están afiliados al IESS. No entregan facturas y por lo tanto su pago de impuesto a la renta no es real. Como clientes sabemos de la falta de aseo de sus unidades, de la incultura de los ciudadanos que conducen los carros, la vetustez de estos; las concebidas frases: “No voy por esa dirección”, “no tengo vuelto”, y tantas otras.

Ante esa realidad, la ciudadanía está en la indefensión. El maltrato es evidente y constante, entonces, se vuelca a las plataformas electrónicas donde las unidades, al ser de propiedad de quien las conduce, o al menos, de conductores conocidos, su servicio es culto, incluso, en ciertos casos, son profesionales de distintas ramas que no han encontrado un empleo acorde a sus conocimientos; sus vestimentas son adecuadas, y su trato es agradable.

No se trata, entonces, de pretender obstaculizar el servicio de otro tipo de taxi. Lo que deberían los miembros de este gremio es, en primer lugar, cumplir con lo prometido desde hace mucho tiempo de servir mejor al usuario; segundo de aprender a competir, pues esa es la mejor herramienta para una mejora constante del servicio.

Si hubiera un buen servicio, los usuarios no usaríamos las plataformas electrónicas ni los taxis informales y, hasta saldríamos a las calles a apoyarlos en sus reivindicaciones.