Legalistas repentinos

Daniel Márquez Soares

La Constitución de Montecristi se ha convertido en el pretexto perfecto. ¿Cómo justifican su cambio de camiseta muchos exfuncionarios del régimen anterior? Aseguran que el gobierno anterior “traicionó” al “espíritu” de la Constitución. ¿Cómo defiende sus políticas, incoherentes con los intereses del electorado y del mismo gobierno, cualquier político radical insubordinado del régimen actual? Dice que están alineadas con “las conquistas” de Montecristi. Los bandos que se enfrentan alrededor del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social se disputan por parecer el más fiel a la constitución. Incluso, en una maniobra risible, el sector más retardatario de nuestra clase política ha querido justificar su oposición al matrimonio igualitario agitando la bandera constitucionalista; la carta magna ha servido incluso de testaferro para prejuicios homofóbicos.

Que un documento pueda verse acomodado al gusto de tantos y tan dispares clientes ya debería hacernos dudar de su calidad y pertinencia. En momentos así, resulta oportuno recordar lo que es la Constitución de Montecristi. No es producto de un equipo de especialistas competentes; tampoco fue aprobada de forma racional por un público informado. Nuestra Constitución es el producto caótico de un largo frenesí de desahogo y desquite, fabricada por personas atrapadas entre el mesianismo, las ganas de soñar y la necesidad de reconciliar cuestiones irreconciliables. Quienes la aprobaron no tenían, en su mayoría, ni la más mínima idea de qué era una constitución ni del contenido de sus páginas; lo único que querían era expresar su odio por el pasado reciente. Es un compromiso formal, pero lamentable, como un pagaré que se firmó en estado de ebriedad.

Por el bien del país, sobre todo en estos momentos de urgencia, no podemos ponernos legalistas. No es hora de radicalismos ni de la enésima constituyente. Mejor aprendamos simplemente a permanecer sensatos, mirar a otro lado e ignorar lo que tiene que ser ignorado. Tal y como se hace cuando uno promete cosas que no puede cumplir o es acreedor de deudas que jamás podrá cobrar. Si tenemos que elegir entre obedecer a la constitución o a nuestra inteligencia, es mejor optar por la segunda.

[email protected]