Limosna ¿dar o no dar?

Marlon Tandazo Palacio

Muhammad Yunus, Premio Nobel de la Paz, en su obra “La pobreza no es invencible”, narra cómo en las calles de natal Bangladesh, la mendicidad se ha tomado los espacios públicos al punto de interferir en el tráfico vehicular y de transeúntes. Los niños tienen aspecto de ancianos y los ancianos de niños. Algunas familias –añade-, tienen la idea de que más hijos contribuirán llevando más limosnas a sus hogares. Por esta razón, los infantes son colocados dentro de vasijas para deformar sus cuerpos y así despertar mayor atención en quien entrega limosnas.

Yunus reflexiona. El momento que entrego unas cuantas monedas a uno de estos mendigos, si bien salgo del apuro, pero ¿contribuyo a resolver su precaria situación? Desconozco cómo va a usar ése dinero, por tanto, lo más probable es que su situación se mantenga o tal vez se deteriore más. Entonces ¿no doy limosna?

Si de verdad quisiéramos ayudar a resolver la precaria situación de estas personas la abordaría, sugiere Yunus. Le preguntaría: ¿tiene dónde dormir? ¿ya se alimentó? ¿cómo está su salud? ¿tiene alguien con quien contar? Algo que me dé indicio de por dónde podría empezar a aliviar su estado. La limosna es una rápida salida a un problema latente.

Hace unas semanas, fui testigo de una escena que me llamó la atención. Una elegante señora se acercó en una calle muy transitada a un joven que pedía limosna sentado, mientras sostenía a un niño en brazos. Avancé a escuchar que ella le preguntó ¿qué sabe hacer usted? Tengo trabajo que hacer en mi casa.

No sé si la señora habrá leído a Yunus. Lo que sí sé, es que necesitamos muchas más de estas personas empáticas y compasivas. Sensibles a la necesidad humana, cuyas acciones trasciendan a salvar a otro ser humano devolviéndole su dignidad, pero sobretodo contribuyendo a recuperar la esperanza. (O)

@marlontandazop