El canto de los chilalos

Zoila Isabel Loyola Román

Desde la verdísima copa de un sauce, un arrayán, un faique o un aliso, junto al Zamora o al Malacatos, los madrugadores chilalos, macho y hembra, cantan a dúo y enamorados; con su trino fuerte y repentino ¡inconfundible! para anunciar el amanecer.

Con qué afán tan propio, hacen su nido, eligen el mejor árbol, la mejor rama, se pasan días y días haciendo su casa, el nido donde van a nacer sus polluelos.

Los viejos de mi tierra, dicen que los chilalos saben si el año será lluvioso o no. Si ubican sus nidos en las copas de los árboles, entonces el año será seco, con pocas lluvias; pero si el nido está entre las ramas más tupidas y debajo de las hojas, es porque se avecina un año lluvioso. ¿Y cómo saben esto los chilalos? Ellos preguntan a sus ancestros y por eso son sabios: preguntan de madrugada con su impetuoso trinar al Villonaco que les envía la respuesta en los bravos vientos de agosto cuando viene la Churona.

El viento fuerte, la lluvia torrencial, la tala de un árbol, pueden votar al suelo un nido de chilalos que con tanto esfuerzo fue construido. ¿Qué hacen los chilalos ante esta adversidad? ¿Se amedrentan?, ¿abandonan la tarea? ¡No!, ¡Jamás! Con toda su paciencia y cuantas veces sea necesario vuelven a comenzar. Cuando su nido es destruido, los chilalos se callan, se callan por un momento, pero en seguida vuelven a cantar, y a traer lodo y ramitas para empezar de nuevo a hacer su nido.

Los chilalos, con su afán esperanzado, nos instruyen que cuando un sueño se frustra, tendremos muchos, muchísimos otros motivos para volver a empezar. Así, si la vida se nos hizo pedazos, nos enseñan a ponerle esperanza y juntar con paciencia la esperanza y los pedazos de nuestra vida para construirla de nuevo y volver a empezar. Y sobre todo… ¡nunca, nunca dejemos de cantar! (O)

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