Waorani

Eduardo F. Naranjo C.

El territorio es propiedad de los que lo han ocupado por siglos, más aún el derecho lo reconoce; sin embargo, la conquista continúa: esta vez no por españoles sino por mestizos aliados a los nuevos invasores. El ciudadano no siente ni parece importarle lo que está ocurriendo allá, en la selva que nunca ha visto y que con brutal sacrificio dio su riqueza, para que una parte de la sociedad alcance mejor vida, aunque el gran pedazo se la llevan petroleras sedientas de ‘oro negro’ y sus cómplices locales encaramados en el aparato estatal.

Quienes conocen esa naturaleza pródiga y a esa gente organizada a su modo, comprenden lo que significa que a nombre de un gobierno lleguen a sus tierras y destruyan sin piedad la selva, contaminen el agua de los ríos, exterminen la vida animal, vegetal y humana: ‘Las venas abiertas’ descritas por Galiano, siguen sangrando.

Ese pueblo ancestral con su cultura madurada en experiencias milenarias, es diezmado por la negra ambición, que extendió la exploración y explotación a lo más profundo de la selva y para bajar costos hacen caminos por donde penetra el depredador colono produciendo un cruel impacto sobre la cultura de ese pueblo ancestral.

No se entiende sino bajo parámetros de corrupción que, un gobierno haya modificado extensiones territoriales, señaladas como intocables, solo con el fin de facilitar la explotación de una riqueza que en mínimo llegaría a la gran población ecuatoriana, porque la mayoría se cargan los intermediarios.

Los medios de comunicación deben hablar, como lo hacen de otras cosas con énfasis, de este tema. Es un deber cívico defender a poblaciones puras que están siendo contaminadas en todos los sentidos. La Amazonía sufre, además, el efecto devastador de la deforestación y la colonización.

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