Al contrario, no informan

Franklin Barriga López

En nuestro medio son los políticos y más los politiqueros los que inyectan a sus discursos ingredientes de mentira, a fin de ganarse el favor de los electores que toman como natural los embustes que esgrimen aquellos falsos líderes y no únicamente en campañas tras el voto.

Por suficientemente conocido, este comportamiento ya no llama la atención y de lo cual nada novedoso habría que añadir en el enfoque de este asunto, ciertamente preocupante y desorientador para la sociedad necesitada de prácticas y mensajes aleccionadores. Ahora más que nunca hace falta aquello que viene de lejano antaño: “Predicar con el ejemplo”.

Lamentablemente, las desinformaciones no vienen solamente del mencionado sector sino también del periodismo, cuando este noble ejercicio se aparta de los postulados éticos que deben guiar su ruta edificante, por ello siempre he mencionado que una persona activa en política y, peor, identificada plenamente con un partido, jamás debe utilizar las columnas periodísticas para destilar sus consignas, lo que resta objetividad e independencia a los análisis. De producirse, se cae en el campo del adoctrinamiento o, por lo menos, la subjetividad tendenciosa, como lo hace igualmente el educador que en el aula o en el texto de consulta elaborado para los estudiantes vierte contenidos propagandísticos y hasta sectarios, como sucedió en el anterior gobierno de nuestro país.

A más de las áreas anotadas, se debe señalar algo latente y que responde a los ámbitos de la posverdad: la abundancia de contenidos no solo falaces sino ofensivos y hasta grotescos que se mueven en las redes sociales, donde se libran batallas que descienden a lo repudiable, por la carencia de ideas y exceso de agravios, en evidente retroceso de la racionalidad que encarna la letra escrita.

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