Malos aires en Buenos Aires

POR: Fausto Jaramillo Y.

En Buenos Aires circulan malos aires; son violentos, huelen a sangre derramada y a muerte; son apestosos, huelen a carroña y a delincuencia; son insanos, huelen a ambición, a dinero, a poder.

Parece que fue ayer, pero ya lleva un par de años, desde que la pequeña parroquia de Buenos Aires del cantón Urcuquí, de la provincia de Imbabura, ocupa grandes espacios en los medios de comunicación y no por buenas noticias, sino porque en ella apareció, en un primer momento, una mina de oro y, seguramente, seguirá ocupando, porque ahora junto al oro aparece plata y cobre.

En un primer momento fueron pocos los hombres que se atrevieron a subir al monte para cavar sus entrañas, ahora son varios miles. Antes lo hacían por hambre, ahora, al parecer, lo hacen por el control, por el poder, por los millones de dólares que están en juego.

Al principio las autoridades no prestaron atención a la invasión de los pocos mineros; ahora, las autoridades tienen miedo de controlar la de los miles de ciudadanos nacionales y extranjeros que diariamente se pierden en los socavones ya existentes.

Es que ahora, tras el oro, la plata y el cobre, corren repugnantes mafias que buscan el control de la minería para lavar su dinero proveniente de ilícitas y asquerosas prácticas comerciales. Ha llegado la hora de que ese dinero salga a la luz y, para ello, hay que disfrazar su origen. La minería les brinda la coartada.

Ahora ha llegado la hora de defender su pasado sin importar el futuro de los campesinos, de los militares, de los policías, de los ecuatorianos.

Mafias cobardes que se esconden, que no dan la cara, que apuestan a la compra de consciencias y a la servidumbre que provoca el dinero.

Ese dinero, ese poder que acompañan a las mafias, traen consigo ese olor nauseabundo que inunda el aire, hasta hace poco, limpio y claro de Buenos Aires.