Prensa corrupta

Víctor D. Cabezas

Sí, lo escuchamos durante diez años. La prensa encarnaba la corrupción. Los medios –controlados por indecibles poderes económicos– nos manipulaban, sembraban el odio en contra de un gobierno popular, socialista y, por supuesto, con legitimidad democrática, la única credencial que permitía alzar la voz.

Pero resulta que esa prensa corrupta, denostada y violentada, ha sido, hasta hoy, el único faro real que alumbra la lúgubre realidad que vive el país con respecto a una cuestión esencial: ¿qué hicieron los políticos con nuestros bienes?

Fernando Villavicencio –un periodista a quien le guardo reparos– ha sido el principal investigador de la estructura de la corrupción que operó en el gobierno pasado en los sectores estratégicos y frente al actual régimen sus acusaciones no han parado (INA Papers, Arroz Verde, etc.). En días pasados, el portal digital La Posta y el ICIJ sacaron a la luz pagos secretos de la constructora Odebrecht en los que aparecen el Metro de Quito y la Ruta Viva.

Sí, los ciudadanos tuvimos que enterarnos que nuestro dinero fue presuntamente mal utilizado en esas obras públicas no por acción de la Fiscalía o de la Contraloría, sino por la prensa corrupta, ¡vaya contradicción! Normalmente acusamos al otro de aquello que nosotros mismos padecemos. Los periodistas tuvieron que aguantar años de improperios y de violencia acuñada en esa frase tan vil como explicativa “prensa corrupta”.

Qué maravilla que después todo, el trabajo de los periodistas les permita regresar a ver a los antiguos todopoderosos con altivez, dignidad y, sobre todo, con esa virtud y seguridad que da estar en libertad. Qué maravilla que hoy la “prensa corrupta” no sea más que una retórica del cinismo y del absurdo.

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