La vida es un ratico

Lucía M. Figueroa Robles

Sea cual fuere nuestra religión o nuestra fe, entre los momentos más difíciles de asimilar se encuentra la muerte, que puede amanecer en cualquier sitio y ante cualquier circunstancia, ya que sigilosa ingresa a un hogar para acompañar los últimos tramos de vida, llevando sin previo aviso a la persona a un nuevo estado de sueño profundo como dice en la biblia. Dejando a su paso un viento helado que entumece el cuerpo de quienes habitan ahí.

No cabe duda que el saber de la muerte nos hiere, ya que equivale a presentir que nuestra vida se apaga, y es que, aunque seamos conscientes de que la muerte es nuestra verdad porque el ciclo de la vida es así, el presentir que alguien cercano a nosotros va a morir, nos agrede profundamente porque es cuando recibimos una oleada de sentimientos y pensamientos punzantes que nos dejan abatidos. Y aunque existen varios misterios, teorías y suposiciones respecto a una vida después de la muerte, lo cierto es que nadie podría decirnos exactamente cómo es o cómo luce.

La conmoción que genera la partida de un ser querido, junto al desorden emocional, es parte de este duro proceso en el que nos negamos a aceptar esta realidad latente y lacerante. Y es el duelo el proceso de adaptación necesario ante un fallecimiento, ya que busca reconfortarnos y adaptarnos a esta nueva realidad. Como dice la canción “la vida es un ratico nada más” y aunque la muerte es lo más seguro que tenemos, aunque el dolor es muy intenso, el mayor aprendizaje que nos queda es que debemos vivir a plenitud, disfrutar cada momento, apreciar cada paisaje, agradecer por cada nuevo amanecer teniendo el valor de expresar lo que sentimos, de valorar a nuestra familia y a los amigos que jamás nos han abandonado, de olvidar los rencores intrascendentes, de aceptar nuestros errores, de dar nuestro cariño y amar profundamente a las personas más importantes en nuestras vidas demostrándoles que de verdad lo son. (O)